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Carta a Esperanza, una abuela centenaria

Por: Sarita Palacio (@saritapalacio)

99 años tiene la mujer a la que va dirigida esta carta. Es una carta de amor, de agradecimiento, una carta de recuerdos, una carta de vida a una mujer que ha encarnado su nombre durante casi un siglo.

Decidí empezar el 2015 dedicando mi espacio semanal en Bajo la Manga a mi abuela Esperanza. Una mujer centenaria que es la envidia de cualquier quinciañera. La abuelita de más de dos decenas de nietos, la bisabuela de más de una decena de jovencitos y la madre de doce, aunque tuviera más embarazos. – En esa época no todos los que nacían se criaban-.

Esperanza Roldán de Palacio ha sido una mujer hermosa desde siempre. Aún hoy, cuando ya la cifra de sus años está por tener 3 dígitos sigue siéndolo.

Basta cerrar los ojos para describirles cómo es esa maravillosa mujer. Las arrugas no son sus conocidas, su piel lozana se ha mantenido invicta durante años gracias a su “uso y abuso” de la crema ponds. – Tal es su fe en la tradicional crema femenina que encontró en esta la solución perfecta para sus calores- . Ella decidió que la mejor forma de “refrescarse” era una “untadita” de ponds.

Con esta práctica, de paso, muchos de los que la queremos, encontramos la solución a la búsqueda de regalos.

Pero eso no es todo, casi siempre lleva sus uñas perfectamente pintadas, su cuerpo perfumado, suele tener brillo en los labios y está impecablemente peinada. La nieve ha ido posándose poco a poco en su cabellera, pero entre más cae, más le luce. Son cientos de hilos de plata los que adornan hoy su cabeza.

Es una mujer hermosa por fuera. Sin duda. Muchos se extrañan al conocer el número de años que lleva a cuestas, en ella no es cliché decir que no los aparenta.

Pero por dentro… Por dentro misiá Esperanza es toda una obra de arte, tan preciosa que llega a ser invaluable. ¿Qué les puedo contar de esta matrona?

Les puedo contar que es enferma por el fútbol y que suele renegar contra la mayoría de jugadores diciéndoles “entumidos”. Es tal su amor por este deporte que ha osado rezarle al Corazón de Jesús para que le eche una manito a los equipos a los que le hace barra. Y, cuando no gana, argumenta que tal vez el otro equipo tuvo más personas que le rezaran. Así de práctica es ella, para todo hay una razón, nunca hay problemas, siempre conclusiones.

Es también una enamorada de los juegos de mesa y azar. El dominó ha sido su compañero durante años, y con esto, ha sido el juego con el que hijos y nietos nos hemos acercado a su vida, a sus historias, a sus risas y hasta una que otra trampilla.

Esperanza no soporta que alguien llegue a su casa sin que sea “bien atendido”. Siempre hay un dulce, una torta, un helado. Siempre hay algo para compartir. Y no es para menos, porque esa ha sido su vida: dar y darse a los demás. Ella tiene un doctorado en dar la vida por los otros y tiene una facilidad increíble para invitar al resto de quienes la rodean a unirse a las causas nobles. Ella siempre tiene una causa para ayudar a otros y para unir a “los suyos”.

La abuela es un libro por escribir. En ella los años han hecho maravillas y las historias han construido a su lado a una mujer ídolo para quienes la rodeamos.

Jamás olvidaré un día caminando por la finca, en Rionegro. La finca tenía por nombre La Estación, – en mi familia el Ferrocarril de Antioquia ha denomiado nuestra historia pues el abuelo trabajó allí gran parte de su vida- . Caminábamos los dos abuelitos y yo. Depronto, el abuelo Jorge le preguntó: – Esperanza…¿quién de nosotros dos querés que se muera primero?- Ella respiró, miró al horizonte y yo mientras tanto no espabilé. Jamás había pensado en la posibilidad que uno de los dos se me muriera y el abuelo ahora, contando los días, le preguntaba esto al amor de su vida. Esperanza tomó aire y lo miró, yo era una espectadora más: – Pues Jorge, vos sos el que se debería morir primero-. Al abuelo no le entró ni aire. El silencio protagonizó esta historia por un par de segundos…

Después él, armado de valor la miró nuevamente y le dijo – Y…¿Eso por qué Esperanza? ¿Por qué querés que me muera primero yo? ¿Así de poquito me querés?- Ella no tardó en aclarar su decisión: – Claro que quiero que te mueras vos primero Jorge. Yo te quiero tanto que no soportaría que sufrieras por mi ausencia. Prefiero aguantarme yo ese dolor-.  Seguimos caminando.

¿Qué más prueba queremos del amor absoluto, perfecto y eterno?

La vida de mi abuela también tiene banda sonora. Siempre que pienso en ella y en su amor de la vida, inunda mis oídos El Tren Lento. ¿Cómo dice? Dice algo así como: el tren lento va partiendo, entre dos rieles de acero, y en él se va despidiendo, el amor que yo más quiero (…) Ay ya se va, entre dos rieles con su va y ven, llevándose mi alegría a tierras lejanas, maldito tren

A ellos se les piensa siempre juntos, porque su amor fue siempre grande, un amor ejemplo, un amor libre, un amor enamorado hasta el último de sus días juntos. Tanto así que en su banda sonora siempre hay alguien que espera a que vuelva el amor que se llevó el tren.

Esperanza tiene cientos, ¡qué digo cientos! Miles de historias. Y tiene memoria de elefante. Aunque en los últimos días ha perdido el hilo de los acontecimientos diarios, recuerda con gran detalle eso que pasó hace muchos años. Lo cuenta como un cuento, ella a diario escribe un libro con sus palabras. Contar acá las historias me llevaría tal vez la mitad de su vida. Para creerme hay que conocerla. Ella es protagonista y narradora al mismo tiempo, ella es hecho y prueba, ella es vida y esperanza cada día.

En los últimos días le ha dado por enamorarse de la música más que siempre. En las mañanas escucha la música que rueda en su ipod. Es feliz y se admira profundamente de que un aparatico tan pequeño pueda tener tantas canciones “Tan hermosas mija, ¿cierto?”.

Con la llegada del ipod decidió creer que todos los que teníamos un reproductor móvil de música podíamos escuchar lo que ella escucha en el instante en el que lo hace. ¿Y para qué explicarle que no? Es maravilloso ver la complicidad de todos cuando hablamos de esa música, esa que la mantiene feliz cuando la escucha.

Y por las tardes cuenta con un ramillete de hijos a los que se les queda corto cualquier adjetivo. Ellos le alegran la vida cada que llegan. Se juntan para verse, para quererse y para quererla. Porque valga la pena contarles que su gran felicidad siempre ha sido ver al a familia reunida.

Los hijos decidieron cantarle el tren lento y varias más y ella eso lo agradece con aplausos y contándole a todos los que van que tiene unos hijos que cantan hermoso. Pero no solo eso, tiene también hijos que accionan: (ella llama accionar a declamar) y a cada uno le tiene una tarea, el que canta no siempre puede declamar, o al menos no puede declamar las poesías de otros. A sus casi 100 años Esperanza es también directora de orquesta.

Hace poco la visité. Cada que me le siento al lado me enamoro más. Hablamos largo, hablamos de su vida, de mi abuelo, de sus hijos, de mi papá y ese día decidimos perdonar un poquito al que lo mató, porque según ella – es imposible perdonar del todo a ese que nos hizo llorar tanto-, hablamos de lo mucho que nos queríamos y que nos íbamos a querer.

Hablamos también de que le gustan las canciones que dicen groserías aunque no lo reconozca. Ella es feliz, muy feliz de escuchar cómo nos reímos y cantamos. Eso sí, no delante de visitas extrañas para no dar una mala impresión.

También hablamos de que “sus amigas estaban muy viejas y acabadas”, y hablamos de la muerte.  Esperanza, mi abuela, es la mujer más  madura y liberal que he encontrado en mi paso por la vida.

Valora más que muchos las facilidades para amar, para vivir, para ser, para sentir y trabajar de las mujeres y los hombres hoy. A sus más de 20 nietos los respeta en su intimidad, los entiende, los valora y los ama sin límites.

Cuando habla de la muerte lo habla muy en serio. Hace ya varias visitas venía con el cuento de que se quería morir. Yo siempre le he dicho que quiero que dure mucho más, más que Matusalén, pero esta vez me habló tan claro que entendí sus ganas de empezar a apagarse. Lloré mucho por dentro, pero una vez más, como ese día caminando en Rionegro, me dio una lección de amor, de vida y de muerte.

Le pregunté por qué quería morirse y su respuesta fue seca, clara, como si llevara un siglo construyéndola: mija, ya estoy cansada de repetir y uno vive para descubrir no para hacer lo mismo. Uno a esta edad ya no descubre y solo repite. Ya estoy cansada.

Ante esa respuesta y esa decisión de mejor descansar no hay qué decir. Pocas personas han vivido tan bien su vida, pocas personas han amado tanto y reído tanto. Pocas personas han llorado tanto. Pocas personas han dado tanto en su vida. Muy pocas personas han encarnado tanto la esperanza.

Con esa decisión de empezar a apagarse lleva varios días rondando en mi cabeza su explicación de por qué no se ha muerto. Le dije: ¿y por qué entonces no te ha llevado Dios abuelita? Y ella, con esa claridad mental de siempre y ese pragmatismo para explicar el mundo que la caracteriza me dijo: porque hay gente más mal que yo, yo solo tengo años y debe ser que a mi Dios se le olvidó que me tenía que morir.

¡Ay Esperanza cuánto te amo! Yo hoy siento que ese tren lento ha empezado a partir, entre dos rieles, al cielo… y en él se va despidiendo el amor que yo más quiero. Y antes de que se vaya, entre dos rieles con su va y ven, quiero que sepas que te llevas todo mi amor. Hoy, cuando siento que te quieres ir, yo te quiero recordar, para que nunca lo olvides que serás siempre nuestra ESPERANZA.

¡Te amo abuela centenaria!

 

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