Seamos sinceros, la risa más desbordada la produce la burla. La sátira sobre los demás o sobre la vida misma. Algunas caídas en desgracia o en polémicas. Si escuchamos los cuenteros ó humoristas en televisión, podemos darnos cuenta que la materia prima de ellos son las cuitas propias y las de personajes inventados o reales. Ya los griegos aprovechaban esto en la tragicomedia y lo propio hicieron Shakespeare y otros de sus contemporáneos. Los que me conocen saben lo mucho que me he burlado. De la vida, de mis amigos y hasta de mi mismo a regañadientes pues es condición natural del hombre. Si me estoy yendo derechito para el Hades, francamente no lo sé. Sé por evidencias médicas que la risa, la verdadera, la no fingida es benéfica para la salud y mengua la tensión. Tengo varios amigos burlones. Estos han sido los mejores amigos que he tenido. La burla no significa llegar al paroxismo ni caer en el error de multiplicar la maldad mediante comentarios. Por el contrario, es enriquecedor, estimula la conversación en cantidad semejante al vino. Ahora bien, hacerlo de frente no es conveniente, en donde finalmente se accede a la cobardía. Cuenta la Biblia en el Antiguo Testamento, que el profeta Eliseo, pupilo de Eliás (quien ya había subido al cielo en un carro de fuego) iba caminando hacia Bet-el cuando varios jóvenes se burlaron de su calvicie. Eliseo furibundo volteó su cabeza y los maldijo en el nombre de Jehová. Los jóvenes burlones pasaron las duras y las maduras cuando tuvieron que enfrentarse a dos osos hambrientos que terminaron por despedazar a cuarenta y dos de los mancebos. Tal vez, la burla más conveniente sea la secreta.
En cuanto al acto de reír, dentro de mi círculo de amigos existen dos cuyas risas son bastante contagiosas. Uno podría pensar que lo del contagio no es más que un reflejo condicionado. El Washington Post hizo eco de un estudio publicado hace algunos años en The Journal of Neuroscience en el que se concluye que la risa realmente es contagiosa. No solo copiamos los gestos y hacemos «mímica» de la persona que tenemos en frente. Todos los sonidos disparan una respuesta en la región cortical premotora los cuales preparan a los músculos faciales a que respondan de acuerdo al sonido. La respuesta es mucho mayor cuando los sonidos son positivos, como risas y aplausos.
Bien sabemos que lo que se contagia se puede propagar hasta generar una epidemia. La risa no es la excepción. Una epidemia de risa se originó en 1962 en Tanganyika (actual Tanzania), en una aldea de la costa oeste del Lago Victoria. El raro suceso se originó en tres jóvenes estudiantes de una escuela local y rápidamente se esparció en la comunidad educativa con excepción de los profesores. Tan grave llegó a ser que duró meses y la escuela tuvo que suspender sus actividades; esto empeoró la situación, pues los jovenes comenzaron a expandir la epidemia a otras aldeas. La risa comenzó a ir acompañada de otros síntomas como dolor, erupciones cutáneas, problemas respiratorios, entre otros. Así como inició, súbitamente desapareció. Los expertos la han catalogado como una enfermedad psicogénica masiva o la popular histeria colectiva. Ya hemos visto casos de esos en colegios de nuestro país. Aquí somos más dramáticos, pues no se expande la risa sino la locura.
La risa puede ser una medicina al estimular el sistema inmune y los centros de placer para disminuir los dolores. Aunque en ocasiones puede ser mortal.
El caso más conocido de muerte por risa es el del filósofo griego Crisipo de Soli. Considerado uno de los padres del estoicismo, hizo algo nada estoico con consecuencias desagradables. Tenía un burro al que decidió emborrachar con vino. El pobre animal, con sus tragos encima intentaba atrapar higos pues todos sabemos el hambre que da una prenda. Sus intentos fueron en vano, pero provocaron la risa exacerbada de su amo. Tanta fue que falleció. Lo mismo le ocurrió al pintor griego Zeuxis cuando una anciana le encargó un cuadro de Afrodita, pero utilizándola a ella como modelo; igualmente le ocurrió al escritor y dramaturgo italiano Pietro Aretino, quien murió mientras su hermana le contaba una historia subida de tono.
Soy un burlón, no lo puedo evitar. Presiento que llegará el día que un círculo de personas me acusarán diariamente de las risas que se originaron a sus expensas. El círculo de los burlones está destinado para mí. Por ahora, seguiré sonriendo y recomiendo que ustedes también lo hagan. Sin embargo, háganlo bajo su responsabilidad y bajo la advertencia de que pueden morir. Aunque viéndolo bien, que mejor forma de morir que con una sonrisa en la boca