Bram Stoker decidió escribir Drácula en el siglo XIX inspirado en la mítica figura del príncipe Vlad Draculea de Valaquia, actual Rumania. Un héroe para los habitantes de esas tierras, pues luchó contra la expansión del imperio turco otomano utilizando herramientas despiadadas como el empalamiento. Los turcos le temían, al igual que el resto de sus enemigos. Stoker era apasionado por el ocultismo y la magia, tanta que perteneció a la Golden Dawn, una orden misteriosa de personajes con aquel interés común. Así que vertió muchas de esas ideas y las combinó con la mitología medieval para crear a su famoso personaje, el Conde Drácula. Vlad Draculea era sanguinario y sádico. Sin embargo, no existen evidencias concretas y serias de que bebiera la sangre de sus enemigos. A diferencia del registro histórico de la condesa húngara Elizabeth Bathory, quien asesinó a cerca de 700 mujeres, bebió su sangre y se bañó con ella buscando una juventud cada vez más esquiva.
El mito del vampiro ha llegado hasta nuestro tiempo gracias a la magia del cine. Desde el expresionismo alemán con la maravillosa Nosferatu de Murnau hasta la romántica Drácula de Francis Ford Coppola, el séptimo arte sigue alimentando el mito. Ésta última cinta fue la que más fusionó la figura de Vlad Tepes con el Drácula de Stoker. Algunos elementos comunes de las películas sobre el personaje le atribuyen la necesidad famélica de sangre, no poder salir en el día, el crecimiento excesivo de pelo y la transformación en bestias (también atribuido al hombre lobo) o monstruos.
Aunque los mitos tienen un alto porcentaje de fantasía, generalmente inician con hechos reales. Hoy conocemos por el avance de la ciencia una serie de enfermedades de rara presentación, nada románticas, que en la antigüedad pueden haber enriquecido el mito del vampiro. Estas enfermedades, la mayoría hereditarias, se conocen como porfirias.
Las porfirias se producen por defectos en alguna de las enzimas implicadas en la producción del grupo hemo, una molécula fundamental en la síntesis de hemoglobina en nuestro organismo. Consecuencia de ello, la molécula no se produce y sus precursores se acumulan; esto básicamente es lo que genera la sintomatología. Hoy me referiré a una en especial, la porfiria eritropoyética congénita.
Esta enfermedad se presenta desde la infancia y se caracteriza por:
1) Anemia severa, que obliga al organismo a requerir sangre o estimular su producción.
2) Fotosensibilidad extrema, tanta que la luz del sol puede generar quemaduras de segundo y tercer grado. Estas lesiones en buena parte de los casos generan amputación de los dedos y deformación del rostro. Por supuesto este hecho obliga a los pacientes a salir únicamente en la noche y protegidos de la luz, incluso en casos severos, de la artificial.
3) El cuerpo trata de compensar la fotosensibilidad con un crecimiento excesivo de pelo en los miembros y cara, conocido como hipertricosis
4) La eritrodentina, que no es más que la acumulación de los precursores mencionados (llamados porfirinas) en los dientes lo que les da un aspecto de color rojizo e incluso pueden brillar en la oscuridad porque estos precursores absorben la luz.
Estos son sólo algunos de los signos clínicos. Y aunque el arte en torno al vampiro incluye un estilo gótico y sensual, la realidad es que estos pacientes sufren durante toda su vida las devastadoras consecuencias de la enfermedad. Durante algún tiempo se ha especulado que Vlad Tepes pudo haber padecido esta condición, lo cierto es que la evidencia parece descartar esa hipótesis.
Síndrome de Renfield
Los casos más cercanos a la figura malévola del vampiro no se relacionan con las enfermedades anteriormente mencionadas. Más bien pertenecen al ámbito actitudinal manifestadas a través de trastornos psiquiátricos como la esquizofrenia y la psicosis. Existe una serie de signos que algunos psiquiatras han querido diferenciar elevándolos a la categoría de síndrome. En esta ocasión me referiré al Síndrome de Renfield ó Vampirismo.
Renfield es uno de los personajes de la novela escrita por Bram Stoker. Fue reclutado por el conde Drácula quien lo hizo su sirviente; Renfield sentía una atracción enfermiza por la sangre y los seres vivos pequeños, por lo que había sido confinado en un manicomio de Londres. Este síndrome entonces se caracteriza por una obsesión por la sangre, que en ocasiones está asociada a excitación sexual, por lo que también se considera una parafilia.
Ejemplos reales de psicópatas que bebieron sangre de sus víctimas hay por montones. Está el conocido caso de Peter Kurten, llamado el Vampiro de Düsseldorff quien asesinó al menos nueve personas y bebió su sangre. Inspiró la película M, dirigida por Fritz Lang. Igualmente la antes mencionada condesa Elizabeth Bathory. Así también el vampiro de Hannover, quien mordía a sus víctimas en el cuello.
Lo cierto es que el vampiro como figura del imaginario popular llegó para quedarse. Es la fascinación de lo desconocido, la vida después de la muerte, el contenido erótico de unos colmillos clavados en la carne (representación del acto sexual). Y espero en esta pequeña recopilación haber entregado un poco del mito y otro tanto de la cruda y a veces malévola realidad.