Siempre había tenido curiosidad por saber qué pasaba en las despedidas de solteras, qué se hacía en ese día que era tan esperado por las amigas de la novia. Y sí, me llegó el momento.
Era martes, la homenajeada –la llamaremos Kim- era compañera de seminario y allí estaba yo apoyando la celebración de uno de sus últimos días de soltería.
Luego de varias encuestas sobre qué podíamos hacerle –nos tomó varios días meditarlo puesto que ella es cristiana- optamos por lo más común en una despedida de soltera: llevarla a un show de stripper. Le compramos velo de novia y juguetes sexuales en miniaturas y todo estaba preparado.
La sorpresa era para ella, no tenía ni idea qué le teníamos preparado. Fuimos como 10 viejas, unas casadas, otras solteras pero todas con un solo propósito: hacerle la despedida de soltera a la primera del grupo que se embarcaría en una relación para toda la vida. Estábamos listas para comenzar la noche.
Llegamos al sitio más reconocido en Bogotá por prestar este tipo de servicios. Antes de entrar, en la puerta del sitio y cual vil quinceañeras, empezamos a tomarnos fotos; subimos unas escaleras angostas, las luces del lugar eran moradas y rosadas que destellaban una especie de neón, la verdad me lo había imaginado completamente distinto. Pagamos 50 mil pesos que incluían un coctel y el show de la noche.
Era mi primera vez, no sabía con lo que me iba a encontrar. Unas ya habían ido y estaban muy tranquilas. Yo, en compañía de una de “las telibles”, tenía mis hormonas alborotadas. Ambas estábamos ansiosas por gritar, mirar y sobre todo divertirnos.
La espera fue larga, el sitio se llenaba poco a poco. Llegaron mujeres de todo tipo. Entró un grupo de cuatro que me llamó mucho la atención. Eran dos muy jovencitas y dos mayores -creo que eran madres e hijas- y le estaban celebrando el cumpleaños a una de las más pequeñas que tenía puesto un vestido negro ajustado que le dejaba ver el trasero y sus acompañantes parecían grillas de la 19.
En nuestro grupo también íbamos mujeres muuuyyy diferentes. Estábamos las que nunca habíamos ido a un sitio como este, las que si habían ido, las que se ponían rojas por todo, las que estaban como si nada, las mojigatas, las asquientas, las criticonas, en fin. Nos sentamos en todo el frente del escenario y llegaron unos ángeles como caídos del cielo.
Estos sujetos, vestidos de blanco, con alas eran los que te provocaban de todo, de todo menos de los horribles cocteles que bebimos esa noche. Empezó el show, la verdad no recuerdo bien el orden de salida de cada uno pero sé que había desde vaqueros hasta monjes. Eran seis hombres con los cuerpos más esculturales que había visto, muy churros. La gritadera no se hizo esperar, yo parecía loca.
Cada uno tenía un show diferente, sus bailes eróticos y sensuales hacían que las mujeres perdieran la compostura. Anunciaron a “Brayan” y cuando lo vimos no paramos de reír. Su mirada de sospecha, creyéndose el hombre más sexy del mundo lo dejaba en ridículo, y aunque tenía un cuerpo espectacular nos quedamos con el más chiquito, que tenía una mirada normal y bailaba deli.
Los stripper pasaban por cada grupo de mujeres que había en el lugar, cuando llegaban a nuestra mesa era una bulla interminable. Las más morrongas colocaron una mesa enfrente de ellas para no tener contacto con los hombres que pasaban, mientras que las otras nos dedicamos a coger, a mirar, a disfrutar la noche.
Nos sugirieron que lleváramos billetes de 1.000 para colocarles en la ropa interior y así fue. Cada una llevaba menudito y cada vez que se terminaba los angelitos te cambiaban por más sencillo. Una de nuestras compañeras, quien tiene más o menos 40 años, era la más impactada de todas, no había tenido nunca un acercamiento de este tipo con tantos hombres a la vez, pero en medio de su timidez también disfrutó.
En cada uno de los intermedios de los shows llegaba el momento incómodo para nosotras. Bailar entre mujeres en un sitio donde los únicos hombres que hay son intocables era embarazoso, nosotras tomábamos fotos.
Sacaron a bailar a algunas de las chicas. Nosotras mandamos a Kim a la boca del lobo, el “Brayan” la subió, la bajó, le bailó y ella se desinhibió, se trepó a él como mico empedernido, le bailó, sacó su lado sexy y se lo gozó. Así nos preparábamos para el show central.
Salieron en toalla y ¡oh por dios!, empezaron con su coreografía de meros machos hasta quedar sin nada. No se veía mucho, todos lo tenían anormalmente grande, parecía que tuvieran una extensión o que se hubieran colocado algo para que los apretara y lograran la erección, pero que vainas tan enormes.
La verdad fue una experiencia que se tenía que vivir pero que realmente no volvería a repetir. Aunque me gocé toda la noche, grité, miré y disfruté siento que ese tipo de celebraciones no van conmigo. No soy morronga, ni mojigata pero es un sitio muy burdo para mi gusto, donde se va a mirar lo que puedes tener en casa y en casa se disfruta más.
Fue un rato ameno con amigas del corazón, pero sin lugar a dudas a ellas les pido el favor que mi despedida de soltera no vaya a ser en un lugar como este.