El ejército colombiano desplegó una brigada en territorios caucanos con el propósito de desmantelar las empresas mineras que operaban de manera ilegal. Adentrándose en regiones boscosas, atravesando cañones y montañas, los militares comenzaron a extrañarse por la ausencia del desaparecido Río Sambingo. Más tarde, y desde los helicópteros, pudieron patentar las imágenes de un río seco de principio a fin.
Hace menos de dos años el río inundó algunas regiones y generó tragedias que costaron varias vidas; hoy las fotos revelan sus cauces resecos persiguiendo en vano las vertientes del Patía y un destino frustrado hacia el Pacífico.
Por otro lado, satélites apostados sobre los dominios bolivianos revelaron fotografías de la sequía paulatina, y esta vez definitiva, del que fuera -con 3.000 kilómetros cuadrados de superficie- el segundo lago más extenso del país.
El salado Lago Poopó se evaporó y en su lugar desocupado se atisban las inmensas depresiones de la cordillera del Altiplano. Sensible a las fluctuaciones del clima, el Poopó no logró repostar sus aguas y desde hace unos meses se le ve completamente vacío.
En ambos casos la pérdida de las aguas no responde con exclusividad a un agrandado Fenómeno del Niño. A lo largo y alrededor de estas fuentes de agua, las zanjas descomunales y las enormes grietas en la tierra son una muestra clara y contundente de los estragos provocados por la explotación minera. El daño se extiende a los bosques nativos, también arrasados por la búsqueda indiscriminada de materias primas.
Así desaparecen selvas, ríos, lagos y especies de animales y plantas, y así nosotros seguiremos cuestionando métodos y costumbres y reclamando por un nuevo proceder, proponiendo una forma más sana de sobrellevar los asuntos de esta naturaleza de la que hacemos parte, y esperando porque vuelvan las lluvias que puedan rellenar lagos y ríos.
Fuente: semana.com / el país.com
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