Esa imagen tantas veces vista en el cine y en las caricaturas, aquella de quien cae en la bañera mientras sujeta entre sus manos un aparato conectado a una fuente eléctrica, y que tras la caída se genera un chispazo y un estallido que acaba por electrocutar al personaje, es la imagen de un suceso que sucede a menudo y que nada tiene que ver con el mito y la ficción.
La conductividad es la propiedad natural de un cuerpo para poder pasar o transmitir calor, sonido o electricidad a través de sí mismo.
La alta o baja capacidad de pasar electricidad a través de una sustancia depende de su estructura atómica y molecular. En la composición de la mayoría de los sólidos el flujo de sus electrones provoca un tipo de corriente, que es lo que conocemos como conducción electrónica. En el caso de los metales sus electrones son abundantes, dispersos y excitados, de vínculos débiles, y de ahí que sean conocidos como buenos conductores de electricidad.
En el caso de los líquidos y de los fluidos la corriente eléctrica es transportada por medio de iones, que se generan a partir de las sales minerales disueltas en dicha solución. La cantidad de sales aumenta la concentración de iones y, por lo mismo, se incrementa su capacidad para conducir la energía.
Es así como el agua químicamente pura y desmineralizada, tratada con procesos de destilación o de ósmosis inversa, no goza de las propiedades salinas que la facultan para transmitir la corriente eléctrica. El agua que llega a nuestras casas aún contiene disuelta cierta cantidad de sales; y basta con el experimento simple de agregarle sal común al agua del grifo para comprobar cómo se intensifica la conductividad eléctrica, toda vez que el líquido es sometido a un campo electrónico.
Fuente: mezclaaseotropica.blogspot.com / malaciencia.info
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