Perfecto el apoyo a la bicicleta, donde Bogotá, de la mano de Enrique Peñalosa, marcó el camino. Junto con la moto, conquistaron el liderazgo del transporte personal, llenando un enorme vacío, en servicio y cobertura, del transporte público urbano que, talvez con la excepción de Medellín, es insuficiente, desordenado y malo; la moto permite resolver personalmente ese problema, a la vez que da posibilidades de mayor libertad, de ser dueño de la propia movilidad y de alguna manera de su tiempo, y de hacerlo a unos costos competitivos; para muchos, es el primer paso al sueño del carro propio.
Por estas razones, en Colombia, la moto más que un instrumento de diversión de jóvenes y muchos adultos, por el placer de la velocidad y del sentimiento de libertad que aporta, es un medio de transporte relativamente barato, al alcance de muchos; no es excluyente ni de élite; literalmente la entregan con la cédula y no exigen, saber usarla. El resultado, una invasión caótica de las vías, por esos aparatos, ¡incluyendo hasta las aceras!, contribuyendo a que hoy el tráfico y los desplazamientos se convirtieron en un problema crítico en muchas ciudades y en un peligro, hasta de muerte, para peatones y motociclistas.
A esta barahúnda se integraron las bicicletas, que se reproducen como hongos, circulando por las calles sin leyes ni reglas, a contravía, orondas por las aceras que se supone son para unos peatones, cada vez más arrinconados. Es un sistema de transporte amable con la naturaleza y sano para el ciclista, pero convertido en amenaza para el peatón, es decir, para a la mayoría de los citadinos. Ya hasta las motocicletas de la policía circulan por las aceras o avanzan en contra vía y el peatón que se quite.
Los gobiernos de las ciudades se preocupan más por construir nuevas vías que en darles sostenimiento y nada en cuanto a hacer cumplir las reglas de su uso. El cambio de semáforo parece a la largada de una carrera de motos: todas en primera fila, cambia el semáforo y arrancan a mil y en estampida. Las reglas de tránsito no existen para ellos y la ausencia de autoridad y de control se expresa, entre otros, en el número creciente de motociclistas y peatones heridos o muertos. La policía tiene absolutamente abandonado este frente clave en la vida de la ciudad, la circulación de sus habitantes, y cuando aparecen, actúan como burócratas alcabaleros, dedicados a pedir papeles para ver si el Soat está al día ¡Habrase visto, semejante distorsión de las funciones y responsabilidades de las autoridades! Y mientras tanto, impera la ley de la selva del “sálvese quien pueda” en las calles y en la circulación citadina y de la autoridad, ni la sombra. Urge que los alcaldes peguen menos cemento y hagan más ejercicio de su autoridad en el espacio público, donde el peatón es central, vuelto tierra de nadie, más peligroso que un frente guerrillero. Alcaldes, pilas con esto. Y recuerden que el compromiso fundamental es con los ciudadanos y la inmensa mayoría de éstos, son peatones.