En el pasado fin de semana, escuché con atención a dos presidentes, Petro y Boric. Difícil  presentaciones más distintas, realizadas por dos personas que, se supone, comparten un mismo espacio ideológico y político, el de una difusa izquierda latinoamericana que se contrapone, mecánicamente, a una derecha, igualmente difusa. Siempre he desconfiado de los manoseados conceptos de “derecha” e “izquierda”. Me parecen superficiales, alimentados por y alimentadores de diferencias, asociadas de una manera un tanto mecánica, a la posición social o de clase de las personas, suponiendo, casi que mecánicamente, que “los de abajo” son de izquierda y “los de arriba”, de derecha. Pero la cosa es más complicada, pues a las personas no se les puede encasillar y clasificar de antemano, como se hace en las ciencias naturales, donde se es ratón o águila, sin atenuantes. En la taxonomía humana, inmersa en los pensamientos, creencias y comportamientos de las personas – de los individuos, no de la especie -, la diversidad entre ellos no es anulada por sus  elementos constitutivos comunes. Uno puede tener, respecto a ciertas ideas, temas o realidades, una posición “de derecha “o de “izquierda” sin por eso ser automáticamente, lo uno o lo otro. Hay personas cuyo talante natural las inclina más frecuentemente a favorecer los cambios, las novedades, son más liberales y aún, revolucionarios; mientras que otros se inclinan a reconocer una continuidad en la vida; consideran que los cambios son un proceso de progreso, gradual, sin rompimientos ni sobresaltos revolucionarios; creen más en la dinámica de la Historia que en la acción de líderes providenciales.

Con este trasfondo, podemos decir que ambos, Petro y Boric son representantes y promotores de cambios, no de meros ajustes, es decir, no son retardatarios sino progresistas, para usar un término de moda. La gran diferencia es que Petro, elocuente en sus discursos, busca plantearse como el apóstol que, de manera elocuente lanza a los cuatro vientos su denuncia, reiterando que la Humanidad y a la Vida como las conocemos, están amenazadas de muerte, y esto ya no por un  simple cambio climático sino por una verdadera catástrofe climática, mientras que el tiempo se agota angustiosamente para contenerla. Aunque se lograra, ya hay un grave daño a la continuidad de la vida; la naturaleza demorará generaciones en enmendarlo. Tenemos un presidente profeta que, aunque dice verdades, poco se le escucha. Parece como si lo que verdaderamente quisiera es dejar una constancia ante la Historia pues, de su discurso es difícil extraer un plan de acción ajustado, concreto que permita contener la catástrofe ambiental

Boric por su parte, aunque también tiene claro el cuadro ambiental, sabe que su responsabilidad principal es con Chile, que para eso fue elegido y que por ello será juzgado. Su discurso es menos ambicioso, menos sonoro si se quiere, pero es un discurso sintonizado con los cambios, muchos profundos, que reclama su país, para cuya realización fue elegido. La suya, es una propuesta ambiciosa y transformadora, sin ser revolucionaria. Petro le habla a la Historia, a la Humanidad y a la Vida, algo que ni el Papa Francisco ha hecho. Las suyas pueden ser palabras ciertas, pero se las lleva el viento. Boric por su parte también le habla a la historia, pero con minúscula, a la de Chile con sus realidades y posibilidades, planteando las tareas concretas a realizar, necesarias para que los cambios se encarnen en la realidad y actúen como factores para transformaciones posibles y necesarias. No cree tener la varita del cambio, pero si la voluntad y la capacidad, como gobernante, para hacer que el país avance con paso firme, no de un salto, por el camino de su historia, de un futuro posible. Ambos gobernantes tienen grandes sueños y con los ojos puestos en el futuro, avizoran caminos diferentes para lograrlo.

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