A la memoria de Hebert Castro, nunca serán suficientes las risas para lamentar su partida.

Hebert Castro

Pertenezco a una generación que ha hecho el tránsito del radio transistor a la televisión digital y a Internet, de la máquina de escribir manual al computador y la tableta, del teléfono de marcado de disco a los celulares inteligentes. Soy un afortunado porque tengo punto de comparación a diferencia de los jóvenes, pero ese será tema de otra especulación.

Por el momento, deseo destacar la importancia que tuvo el radio transistor a propósito del fallecimiento a finales de 2012 de Hebert Castro, un uruguayo con alma colombiana, que hizo las delicias de las familias en nuestro país a través de los llamados radio-teatros, es decir, espacios radiales que se originaban en vivo en teatros y cines, en donde el público asistía a las presentaciones de los artistas, fueran estas musicales, humorísticos o dramatizados.

En el campo del humor, hubo varios artistas que en Colombia competían por el favor de los radioescuchas, especialmente el antioqueño Guillermo Zuluaga “Montecristo” y Hebert Castro, el hombre de las mil voces y otra serie de calificativos que el presentador y locutor Jorge Antonio Vega -una de las más bellas y autorizadas voces de Colombia-, le adjudicaba cada tarde, a pesar que era cordial “víctima” de los chistes del genial cómico.

El humor de Castro era para todos los públicos, nunca le escuché salidas flojas ni vulgares, manejaba un doble sentido con estilo y sus docenas de personajes pudieron haber sido tan famosos en el continente como los creados por Roberto Gómez Bolaños, para citar un ejemplo. Pero su medio por excelencia fue la radio y esa pequeña caja, tiene una desventaja frente a la pantalla, porque el receptor debe usar una parte cada vez más escasa del cerebro, la imaginación.

Para los estudiantes de primaria de aquellos años, la radio era el refugio obligado y al lado de madres, abuelas y tías, los otrora niños nos acostumbramos a escuchar desde los consultorios sentimentales hasta las radionovelas (afortunadamente Kalimán, Arandú y otras series de aventuras nos rescataban de las sensibleras historias y del consultorio de la Dra. Corazón, con las patéticas cartas de sus seguidoras).

Pero los programas de humor, eran el consenso familiar, no había discusión y entre “La escuelita de Doña Rita”, “Los Chaparrines” “Los Tolimenses”, “El show de Montecristo” las risas familiares se repartían. Sin embargo, lugar especial tenía Hebert Castro, el Coloso del Humorismo. Siempre nos acompañará en el recuerdo por ejemplo la mala suerte del pobre Peraloca, a quien “se le dijo, se le advirtió y siempre se pasó la advertencia por la faja”.

Quienes tuvimos la fortuna de escuchar a Hebert Castro y gozar con sus ocurrencias, tenemos un motivo menos para reír, pero este hombre nos regaló tantas alegrías, que si sale alguna lágrima será en forma de sonrisa agradecida, porque como rezaba su presentación se trataba de alguien que ponía en el trabajo todo el corazón.

Alguien preguntará, por qué escribir hoy sobre Hebert Castro si no es su aniversario. Fácil porque hoy amanecí con un coro que me acompañó durante muchas tardes en la infancia: “Prepárense a reír, prepárense a gozar…”

Dixon Acosta Medellín

En Twitter: @dixonmedellin

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