Bienestar en tiempos de drones

Publicado el Maria Pasión

Las ventajas de ser divorciada y no ser una princesa

Lo que me gusta de ser divorciada es lo mismo que a muchas mujeres les daría vértigo: la soledad. Desde que me divorcié supe lo que es estar así, sola, y el planeta sigue girando hacia la izquierda. Eso quiere decir que los días que no tengo a mis hijos en casa cocino para mí, como sola, escribo sola en una cafetería, voy a comprar comida sola, voy al cine sola y me duermo sola en mi cama de pajaritos. Cuando digo dormir sola es literal, sin recibir la visita de ningún amante solitario.

Vivir sola es algo que me ha proporcionado una perspectiva que antes no tenía, porque por más de diez años fui una mujer casada  de estas que llaman al marido cada tres horas y que duermen con la luz de la lámpara por si oyen un ruido en la mitad de la noche (sí, así era yo). Reconozco que por las noches descanso estupendamente, puedo leer hasta la hora que me apetezca, a veces puedo comer en la cama, hago llamadas a horas intempestivas, soy tan ordenada o desordenada como quiero ser, me levanto a fumar un cigarrillo, pongo música en Spotify o incluso me hago un homenaje con un juguete que hace ruido porque nadie va a oírme a mí o a mi soledad. Pero no todo son ventajas. También sé que la soledad a veces es complicada porque me retrae y si no estoy en mi centro termino pasando horas chateando o regalándole mi tiempo a las obsesiones, que son tantas que no me acuerdo de ninguna.

En mi pequeño apartamento, donde cada detalle cuenta
En mi pequeño apartamento, donde cada detalle cuenta

Las mujeres que aprendemos a vivir solas somos increíblemente resolutivas y no le tenemos miedo a hacerlo todo nosotras mismas. Yo sé poner una antena de TV, cargo hornos, arreglo sifones, cambio bombillas alógenas, compro todo lo que veo en mi apartamento diminuto, cuando me quedo sin llaves abro la puerta con una tarjeta, cuelgo cuadros (aquí llamo a mi amiga Cristina), taladro cuando hace falta, pinto la pared, exijo mejores precios de mi compañía de teléfono y de electricidad, cocino, limpio, lavo, cuelgo lavadoras y barro la casa dos veces al día. Sola también voy a los restaurantes, a los conciertos y a las vacaciones que me pide mi GPS. Eso sí, la comida del supermercado la cargo con mis hijos (sí, entre protestas y colorados de hacer fuerza por las bolsas, y eso me llena de satisfacción).

Nadie me ayuda con la limpieza de mi apartamento ni tengo niñera y me parece que sólo entendí lo que era ser adulta cuando aprendí a hacer todo esto. Me criaron con ayuda, me hicieron por 20 años la cama y las tres comidas, nunca me enseñaron a aspirar ni a encender un fogón. Pero ese no era mi destino.

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