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Ateos, gracias a Dios

F.-Dovstoievski 

Los no creyentes, su relación con las religiones, sus castigos, una historia que se inició con el primer hombre y que jamás culminará.

Fernando Araújo Vélez

Entonces llegaron ellos, Dioses poderosos, Dioses de fuerza y venganza que ni sabían ni les interesaban las sutilezas, y arrojaron desde las alturas sus mandamientos, su bien y su mal. Su bien fue que los adoraran, de distintas maneras y con distintas palabras, pero que los adoraran, seres de luz, creación y perfección. Su mal fue, ante todo, que no creyeran en ellos, y por lo tanto, que no les obedecieran.

 Hubo dioses del sol, de la luna, del amor y del fuego y los vientos, del mar, de la sabiduría, en fin, Dioses de todo aquello que no tenía explicación. Luego, miles de años después, las explicaciones (ciencia), la razón y el interés de dominación redujeron a aquellos Dioses a uno solo, con nombres, formas y postulados y reinos diferentes, pero uno solo. Uno de los judíos, uno de los musulmanes, uno de los indios.

Todos se tocaron en la vanidad, en la soberbia y los absolutos. Como le explicaba el Dios de Judea a Jesús en un pasaje del Evangelio según Jesucristo de José Saramago, cuando le hablaba del poder que tendría, “Es por ejemplo, ver, siempre, cómo te veneran en templos y altares, hasta el punto, puedo adelantártelo ya, de que las personas del futuro olvidarán un poco al Dios inicial que soy yo, pero eso no tiene importancia, lo mucho puede ser compartido, lo poco, no”.

Todos fueron ambiciosos por los siglos de los siglos. “¿Ayudar a qué?”, le preguntaba Jesús a su creador, de nuevo según Saramago, en una barca alejada de las orillas, de los humanos y sus miserias. Hablaban sobre la razón de ser de Jesús, sobre el por qué de su sacrificio. Él, Jesús, quería saber. Dios le respondió: “A ampliar mi influencia para ser Dios de mucha más gente (…). Si cumples bien tu papel, es decir, el papel que te he reservado en mi plan, estoy segurísimo de que en poco más de media docena de siglos, aunque tengamos que luchar, yo y tú,  con muchas contrariedades, pasaré de dios de los hebreos a dios de los que llamaremos católicos, a la griega”.

José Saramago

Luego le explicó que su papel en el gran plan sería el de mártir. “El de mártir, hijo mío, el de víctima, que es lo mejor que hay para difundir una creencia y enfervorizar una fe”. Después le dijo que moriría de la forma más dolorosa e infame, “para que la actitud de los creyentes se haga más fácilmente sensible, apasionada, emotiva”, y por último, le confirmó que fallecería en la cruz. Jesús quiso renunciar a su destino. Fue rebelde ante Dios, su padre, quien le respondió “Todo cuanto la ley de Dios quiera es obligatorio”.

Después, derrotado, indefenso, preguntó por qué lo necesitaba a él: “Con el poder que sólo tú tienes sería mucho más fácil, y éticamente más limpio, que fueras tú mismo a la conquista de esos países y de esa gente”. Dios le respondió “No puede ser, lo impide el pacto que hay entre los Dioses, ese sí, inamovible, de nunca interferir directamente en los conflictos, me imaginas acaso en una plaza pública, rodeado de gentiles y paganos, intentando convencerlos de que el dios de ellos es un fraude y que el verdadero Dios soy yo”.

Pese a sus rivalidades, todos ellos, Dioses de altos intereses, supieron hacer tratos para seguir manteniendo sus poderes. No les convenía, jamás les convino que los simples mortales se les opusieran. Podían pecar, matar, robar, blasfemar, atropellar, defraudar, mentir, herir, pero no dudar de ellos. Jamás. Por eso, quienes los negaron terminaron quemados, como Bruno Giordano, quien entre el fuego escupió la cruz, o fueron excomulgados, como Voltaire, quien fue encarcelado por decir cosas como “me gustaría poder amar a este Dios en que busco a mi padre, y a quien me presentan como un tirano al que no tengo más remedio que odiar”.

 Friedrich_Nietzsche

La mayoría de los renegados acabó siendo eternamente vilipendiada.  Nietzsche, Shopenhauer, Marx, Baudelaire, Rimbaud y tantos otros finalizaron sus vidas, con sus obras, en lo más profundo de los infiernos, o infinitamente heridos de amor-muerte, como el rey portugués Pedro El Severo, quien vio a su padre asesinar a su amada Inés Pirez de Castro. Luego, irónico, le prometió que en el cielo vería de nuevo a Inés. El rey le respondió: “Además de canalla y criminal, padre, eres un mentiroso pues si Dios existe no permitiría que víboras como vosotros existieran”.

Dios debió reírse de todos ellos, o por lo menos, eso fue lo que debieron sostener sus fieles, sus millones de fieles, quienes pese a hablar de la anarquía, el socialismo o la renovación de la humanidad, evocaban a Dios con otras palabras, como le decía Iván Karamazov a su hermano Aliocha en un pasaje de los Hermanos Karamazov. De una u otra forma aseguraban, como lo hizo muchos años más tarde Luis Buñuel, “soy ateo gracias a Dios”.

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(*) Periodista, escritor y editor de El Magazín online. Tiene a su cargo la edición de los Lunes Festivos del periódico El Espectador. Apasionado por el fútbol, siente una devoción por Argentina y las baladas.

– Ateísmo según Óscar Alarcón en MACROLINGOTES

-Mauricio García Villegas: Ateísmo y maldad

-Héctor Ábad Faciolince: Dioses, padres, presidentes

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