Umpalá

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La tiranía de la belleza

De todos los argumentos que debían servirnos de consolación para soportar la terrible tragedia que significó perder una corona cuya ilusión nos duró (a nosotros, los colombianos, a quienes nos importan esas cosas) cuatro minutos, el más absurdo fue decir que “de todas maneras sabemos que las mujeres colombianas son las más lindas del planeta” porque no sólo olvida que el famoso concurso que se precia de ser “universal” nunca ha tenido representantes de Venus ni del asteroide B612, sino que ignora las mujeres que pueden verse en una tarde de verano en la Plaza de la Unión de Timisoara.

O las militantes kurdas, con esos ojos dulces pero llenos de la rabia de un pueblo que nunca ha tenido patria y que sabe que al resto del mundo ese dolor parece no interesarle.

O que las armenianas tienen la piel morena, el cabello crespo y los ojos café oscuro y las rusas una voz mucho más dulce y una risa mucho más frecuente de la que se les suele atribuir.

O que las iraníes son siempre elegantes, pero sin arrogancia. o que para describir a las mujeres de Somalía y Etopía se necesita tomar prestadas palabras de poeta viejo, como “altivas” o algo así (para las coreanas habría que decir “gráciles”)

Que las estadounidenses están siempre sonriendo hasta que se desmorona la fiesta pero entonces la siguen y así son de bellas.

Que en Marruecos los rostros resaltados por los cabellos cubiertos darían para decir que las marroquís, como las estadounidenses y armenianas y perunas y salvadoreñas y ucranianas son las mujeres más hermosas del mundo. Y no sólo las que tienen un cuerpo de reina (¿qué estupidez es eso “un cuerpo de reina”?) ni la edad de las misses (las mujeres mayores son hermosas, siguen siéndolo porque son mujeres). (Vicente Fernández y Ricardo Arjona salgan de este cuerpo!!!)

Decimos que nos robaron la corona porque somos un país acomplejado que tiene que proyectarse en los reinados y los deportes, que tras de que son falsos triunfos son triunfos individuales, para purgar la frustración de una construcción no como nación (la idea de nación me desagrada) sino como comunidad. Como no podemos avanzar en un proyecto social común, porque elegimos malos gobernantes y nos portamos peor que ellos, le damos la responsabilidad a los atletas y a las jóvenes ingenuas de dejar en alto el nombre de esa cosa que no existe pero de todas maneras llamamos “Colombia”.

Esa mentira “las mujeres de Colombia son las más hermosas” viene encaramada sobre otra igual de grave, que esos maniquís standard que envíamos a los concursos internacionales, esas mujeres convertidas – con su complicidad – en aproximaciones a un falso ideal de belleza que mucho tiene de complejo de inferioridad nacional se supone que “representan a la mujer colombiana”. Falso, las mujeres colombianas no tienen esa estatura, esos dientes perfectos, ni esa edad. Lo hermoso de las mujeres colombianas es que si hay algunas que son altas, que en algo se parecen a la “miss”, hay tantas, todas, que no. Que son bajitas, que son más delgadas, que son más gordas, que se alejan de esas medidas ideales. Que son mestizas. Tienen pecas. Churcos. Que no hay manera de representarlas.

Ese ha de ser el punto. Que buscar una representación de la belleza es negar que la belleza nace de la diferencia. Que valorar las personas en función de qué tanto se acercan a un standard, que de por sí no tiene sentido pero además nos es ajeno, es una discriminación de la misma naturaleza que el racismo e igual de artificial. Hoy nos parece que es absurdo decir que alguien es menos entre más oscura sea su piel, pero seguimos aceptando que lo es entre más se aleja de un ideal físico con el que no tenemos nada que ver. Los reinados, además de ser clasistas, ridículos, incitadores al consumismo y explotadores de la mujer, son la exacerbación de la “belleza” como discriminación.

Yo sé, todo este texto suena cargado de resentimiento. No es la intención, pero concedo que tras el tono hay tres importantes razones.

La primera es que estoy celoso porque a Ariadna Gutiérrez por su segundo lugar le propusieron un millón de dólares por hacer porno y a mí a pesar de tanto segundazo en premios literarios, jamás me hicieron una oferta similar.

La segunda, que no puedo no encontrar hermosas a TODAS las mujeres (y lamento haber nacido en una época en la que aún no se educa para encontrar hermosos a todos los hombres) y por eso no soporto rankings y clasificaciones de supuestas bellezas nacionales.

La tercera es que la belleza física es una tiranía y yo soy un demócrata radical, de esos que piensan que, con la excepción del Rey del Despecho y la Reina de la Tecnocumbia, a todos los monarcas habría que pasarlos por la guillotina. En sentido figurado (al menos) y así todos seríamos más iguales (iguales de lindos por ejemplo) y sobre todo más felices.

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