Umpalá

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Leonardo Favio, Cantautor Argentino

(Algo que escribí en 1999…)

Cantando voy los caminos
porque mi destino es cantar y cantar
soy amigo del amigo
y a los enemigos yo no le doy paz…

No recuerdo la primera vez que alguien me llamó loco. Tampoco recuerdo la primera vez que escuché a Leonardo Favio, cantautor argentino. Debió ser cuando yo estaba recién nacido y la radio no dejaba de transmitir “Fuiste mía un verano” y “Ding-Dong, Ding-Dong, son las cosas del amor”. Mis padres acababan de llegar a la ciudad de Nirvana y fue con un cassette de Leonardo Favio con el que pudieron, por fin, estrenar la grabadora monofónica marca SUNY que alguien les había dado como regalo de bodas siete meses antes de mi nacimiento. No sé de dónde salió ése cassette y ellos tampoco lo saben. O no lo recuerdan. O hacen como si no lo recordaran. Las teorías involucran regalos de tíos y padrinos, sustracción involuntaria por parte de mi madre (toda sustracción, si uno habla de su madre, debe calificarse como involuntaria) y olvido de algún invitado a las veladas que organizaban en el apartamento y que dejaron de celebrar cuando llegaron los hijos, o sea, cuando yo llegué. El cassette marca PHONER estaba marcado “Grandes éxitos de Leonardo Favio, cantautor argentino”. Debió gustarles porque durante muchos años no se escuchó en mi casa nada diferente a la voz del argentino que decía:

Tengo el amor de quien amo,
qué más a la vida le puedo pedir
amo el amor de los niños
y si veo un preso me siento morir
amo la vida y el canto
me gusta gritarlo porque es mi verdad…

No recuerdo la primera vez que alguien me llamó loco. Tampoco recuerdo la primera vez que escuché a Leonardo Favio, cantautor argentino, perdonen que insista en lo del loco, no recuerdo la última vez que vi a un loco que no tuviera algo inteligente que decir; pero ese es un lugar común. En fin, recuerdo, eso sí lo recuerdo bien, que tras el primer casette mis papás se convirtieron en fans de Leonardo Favio, cantautor argentino. La voz del compositor de “Vieja Calesita” monopolizaba la grabadora y mi papá aprendió a tocar guitarra sólo para cantar sus canciones. Eso fue poco antes de que se fuera de la casa. La vida siguió como siempre porque no tenía otra manera de seguir. También siguió sonando en la casa la voz de Leonardo Favio, cantautor argentino, aunque la grabadora SUNY había sido remplazada por una IOWA de 50 Watts, stereo y un tornamesa blanco para poner los discos de vinilo. Ya no espichábamos PLAY, ahora dejábamos caer la aguja sobre el círculo negro. Luego sonaban las crispetas. Luego la voz otra vez.

No recuerdo la primera vez que alguien me llamó loco. Tampoco recuerdo la primera vez que escuché a Leonardo Favio, cantautor argentino y si me lo preguntan tampoco recuerdo cómo Leonardo Favio fue cambiando y pasó de “Hoy corté una flor y llovía y llovía esperando a mi amor y llovía y llovía” a “Hay que ver a un obrero llegar a casa, sin pan para sus hijos y derrotado, después de un día cansado y por pago un mal salario”. Si le preguntaran a Leonardo Favio, él tampoco podría decir cómo yo pasé de las reuniones familiares donde el vino animaba a los adultos a hacerme cantar a dúo con mi primita Magdalena esa de “Ave María yo moriré sin tu calor”, a los coros donde, animado yo por el vino, pedía una pausa entre “Whisky Bar” y “Light My Fire” para cantar “Borracho, sí señor y a nadie le hago mal, qué importa el qué dirán, ahora sólo importo yo. Borracho, sí señor y nadie le hago mal si sólo en el alcohol encuentra paz mi corazón”
Que es una letra de Leonardo Favio, cantautor argentino.

Yo no dejé de escucharlo, pero lo escuchaba en otras voces. Ahora que ha pasado algo de tiempo, termina por parecerme que tras el “18 and life” de Sebastián Bach estaba el “Cuando se tiene 20 años se tiene toda la verdad” sobre todo antes de que yo entendiera las dos letras y que mientras trataba de que Alejandra de Merak me recordara por siempre cantándole “Sweet Child O’ Mine”, ese “Mi dulce niña mía” era una abreviatura de “Mi amiga, mi buena amiga, mi amante niña, mi compañera” y cuando ella me dejaba un poco o a veces yo la dejaba un poco antes de que nos dejáramos del todo, cantaba “Sé que algún día tendrás una vida hermosa, sé que serás una estrella en el cielo de alguien más” de Vedder como quien también estaba diciendo “Me han contado hoy, fíjate vos, que cosa absurda, que te han visto ayer bailar, reír, luego partir en otro brazos”.

Quiero esto para mi final, si todavía a esa altura la muerte me causa risa, que en lugar del “hermano del alma realmente un amigo” etcétera, me pongan “November Rain”, que entonces llueva “Como llueve en las ciudades tristes”, como si la vida fuera un viejo disco de vinilo y en el lado A estuviera la que grabamos nosotros y en lado B la que nos tocó escuchar. Y ese acetato como los que ya no se ven, fuera lo único que nos quedara porque el resto se olvida conforme la sangre se vuelve lenta y cuando pasa por la cabeza actúa como una inundación inversa que ahoga y oxida, precisamente, las cosas menos profundas.

Yo, por ejemplo, no recuerdo la primera vez que alguien me llamó loco, pero sí recuerdo que respondí con una línea de Leonardo Favio.

Loco de amor a la gente,
de amor a la vida y a la libertad.

Que es predecible y tonto y cierto. Que de todas maneras eso fue lo único lo que dije.

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