Umpalá

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Confieso que me gusta Arjona

Si me preguntan cuál es el artista más importante del siglo XX diría que los Beatles. A la pregunta sobre los mejores músicos respondería. creo “Pink Floyd”. Sé que el teclista original de Deep Purple se llama Jon Lord y conozco de memoria mínimo la voz y guitarra líder de montones bandas. Contra la corriente de rockeros convertidos a tolerantes si bailo salsa es de mala gana, no disfruto la música electrónica y no reconozco mérito alguno ni en Silvio Rodríguez ni en Totó La Monposina, pero toda postura radical tiene su fisura y sea este el momento para reconocer que el corazón de este rockero recalcitrante se emociona (a veces hasta el llanto) con las canciones de Ricardo Arjona.

Y reconocerlo es difícil, más que admitir que uno se robaba los vueltos cuando era chiquito o ha tecleado palabras impudorosas en el buscador de imágenes de Google. Hace un tiempo en una tertulia marcada precisamente por la música de Totó, donde se había exaltado la voz de Luis Miguel, la percusión de no sé que boricua adscrito a la Fania All Stars y los méritos musicales de quienes acompañan a Juanes, me sentí en confianza. El grupo parecía comprensivo y ecléctico de gusto. Fue entonces cuando me animé.
“Arjona” dije, “Arjona tiene su mérito”.

El silencio fue repentino. Todos me miraron como si yo acabara de manifestar mi apoyo a la reelección de Bush o a las quemas de libros. “No es en serio, ¿cierto ?” dijo una de las asistentes y yo, que toda la vida he sido malo para el asunto de resistir la presión de grupo, me retracté cobardemente.

“No, qué va. ¿Cómo me va a gustar Arjona?”
Pero lo cierto es que me encanta Arjona. No sólo es un maestro de la rima que logró que todas las frases de una canción terminarán en “- ía” sin abusar del condicional y le ha regalado al mundo frases dignas de las construcciones poéticas de Edgar “Jingle man” Poe como “Eran las diez y cuarenta zigzagueaba en reforma /Me dijo ‘Me llamo Norma’” y “Pude haber sido ingeniero, filósofo o químico/ pero hubiera incidido en mi estado anímico” (toda una declaración de principios), sino que es un narrador nato y de los mejores. Me gustan sus canciones-cuentos, que como las de Pearl Jam, Maiden y Soul Asylum, se preocupan por crear tensión narrativa y dejar el último golpe para el final. ¿Quién puede decir que la primera vez que escuchó “Historias de taxi”, “La noche te trae sorpresas” o “Buenas noches, don David” se imaginó lo que ocurriría en el último verso?. Los finales de Arjona son tan impredecibles como el hecho de que un guatemalteco que comenzó, como uno, de profesor de literatura, haya reunido más de cien mil personas en su concierto en el Hipódromo del Sur el 5 de diciembre de 1998 que resultaría ser el espectáculo con mayor asistencia en la historia de centroamérica (sin contar a México, que está más al Norte que al Sur).
Aunque “Si el norte fuera el sur, sería la misma porquería”.

Más de treinta discos de platino, cinco millones de personas en su gira “Sin daños a terceros” y a mí sin embargo Arjona me parece música para escuchar a solas. Ir a un concierto de Arjona no me haría viajar en autostop los cuatrocientos kilómetros que tenía que recorrer desde Bucaramanga cada vez que una banda decente visitaba Bogotá, pero a estas alturas de la vida, a uno ya no le preocupa admitir que en casa o en un bus (Arjona a pesar de tener letras inteligentes se escucha en los buses )se ha visto preso de un ataque de nostalgia o ternura en tiempo pasado cuando ha encontrado algo que se parece a una historia propia camuflada entre listas de objetos cotidianos (podadoras, copas, cigarros, jeans, basketball, televisores, brasieres, estrías, relojes y cepillos de dientes), íconos culturales (Stallone, Bush padre, Gorvachov, Palito Ortega, Madonna, Bush hijo, Fidel Castro, Hussein, Donald Trump, Serrat y Robert Redford) y montones de gente común y corriente de todas partes del mundo.

No se confundan por las rimas, Arjona va al punto, a los sentimientos humanos en su estado natural. Las letras del guatemalteco tal vez no resistirían un riguroso análisis literario (hay análisis literarios que ni el Ulysses resistiría) y sin embargo, como él, uno prefiere la piel desnuda («No es ninguna aberración sexual pero me gusta verte andar en cueros»), los encuentros en cafés, los bares y las palabras sencillas (“Déjame decir que te amo no como lo dicen tantos no por presumir de poeta consciente”) y hubo una época cuando “Ahorrábamos toda la semana para ir al cine, el regalo de cumpleaños siempre era un chocolate. Éramos mitad valientes, mitad inocentes”. Arjona es un confeso constante a quien, en eso consisten la honestidad y el sentido del humor, no le da pena admitir que siempre se siente antes de filosofar, que a filosofar no se llega casi nunca y no importa, y que ser un poco cursi, un poco ingenuo y un poco tonto es lo más normal del mundo. Por pura pose se puede decir que frases como “Realmente no estoy tan solo, quién te dijo que te fuiste si aún me encuentro cocinando tu recuerdo en la cocina”, “Duele verte con un tipo al que le faltan las ideas y le sobran argumentos” o “Dime si él te conoce la mitad” son vulgares en su simpleza. Por pura pose uno puede decir que hablar de enamorarse demasiado tarde, de no tener un peso y sentirse “Millonario de Luz” porque uno duerme con la mujer más adorable del mundo, de la hermosura de una señora de cuatro décadas o de una mujer que no se ve hace tiempo y uno vuelve a encontrarse es cantar “música para planchar”. Lo que nadie, ni por pose, puede negar es haberse sentido muchas veces como en una canción de Arjona. Un intelectual diría sin rubor que García Márquez exploró todas las formas del amor en “El amor en los tiempos del cólera”. Mentira. Pero Arjona sí lo hizo.

Tranquilos. Sin rencores. Una mentira que te haga feliz vale más que una verdad que te amargue la vida. Arjona es un mago de la metáfora (“solo como Fidel caminando por la acera de Wall Street, inútil como un anillo para un hombre sin manos” ), un buen cortazariano (“Me colgué de tu mirada, me resbalé en tu nariz Y salté de la catapulta de tu quijada para después echarme un chapuzón entre tus pechos”), lennoniano (la historia del gringo y la cubana que termina viviendo en París suena un poco “Imagine”), político (“Que Hussein se prepara, que Cuba no cede”), bueno para el reportaje (“que pones tu coche en venta y que en el Salvador ya se ha acabado la guerra”), hábil en el uso de la exageración (“y hay más smog que en Chernobyl”), conocedor de la gramática (“Jesús es verbo, no sustantivo”), seguidor del sicoanálisis (“Ayúdame, Freud”), adivino investigado por la CIA (dicen que su canción “El Profeta” contiene un anuncio cifrado de los acontecimientos del 11 de septiembre), teatral y conceptual en el buen sentido de la palabra (en una de sus giras su escenario era un cuarto, en la última un tren) y un poco rockero porque a pesar de los teclados ochenteros en sus canciones viejas y otros descaches estéticos perdonables como la horrible “Mujeres”, que con Neruda y Picasso a bordo fue el tema gracias al cual se hizo conocer, hay en sus canciones un sentimiento de Rock n’ Roll callejero que va más allá de la guitarra metalera de “Cómo olvidarte” y que no requiere de los delirios surrealistas de Charlies y Fitos ni de los delirios comunistas de Rage Against The Machine.

Me gusta escuchar las canciones de Arjona. De malas. A propósito de Vargas Vila, Borges decía que una sola línea magistral justifica toda una obra y por eso alguien que ha escrito cosas como “El futuro es la coartada sigilosa” o “Tengo una cita con Dios a las 5:50 y el diablo me espera en la esquina al diez para las seis” merece todo mi respeto.

Y también me gusta Leonardo Favio, cantautor argentino. Esa es otra historia.

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