Tenis al revés

Publicado el @JuanDiegoR

La selección Colombia merece una mejor afición

Ganamos y perdieron. Esos verbos nos representaron en 16 años sin clasificación a un Mundial, y cuando los jugadores obtuvieron un cupo en 2013, el mundo del fútbol ya había cambiado. Y no nos dimos cuenta. Y no nos importó. Mientras el equipo se adaptó en la cancha, nosotros seguimos sin reinventarnos en la tribuna.

JamesTemaAficion

 

En ese tiempo en que vivimos de la nostalgia por el Pibe y la incredulidad por los de turno, las barras de otros países se fortalecieron, la música ingresó con fuerza a los estadios y los hinchas compusieron arengas personalizadas para sus selecciones. Se unieron para conseguirlo. Mientras tanto, nosotros nos desgastamos discutiendo la sede de la selección Colombia, porque era más importante apropiarnos de ella que rodearla.

Qué falacia: en todos esos años lo llamamos el equipo de todos pero siempre fue de nadie. Y en consecuencia, nunca pudimos generar una identidad. En todos esos años nos conformamos con El Cole como único símbolo, mientras otros países entendían que desde la tribuna se puede ganar un partido con gritos sincronizados y coreografías de banderas y tifos.

La grandeza de una selección en el mundo se mide también por la lista de canciones que sus hinchas le han compuesto. Pero nosotros seguimos entonando el ¡Colombia!, fá, fá, fá, conformándonos con gritar el himno, riéndonos con la ola y burlándonos del ¡Sí, se puede! de los ecuatorianos. Asistir al estadio, gritar fuerte los goles e insultar al árbitro no basta.

Tenemos delirio de barrabrava, pero más allá del jingle de Efecty antes de la Copa América, no se nos ha ocurrido componer o adaptar un cántico para la selección. Una frase, con o sin profundidad, puede ser alentadora para los jugadores locales e intimidante para los visitantes si la gritan miles. Por eso el Chi Chi Chi Le Le Le y el Soy celeste de Uruguay impactan. Si por ejemplo gritáramos Gol de James Rodríguez con el ritmo de Seven Nation Army, tal vez lo animaríamos más.

¿Por qué no podemos adaptar algo como “Brasil, decime qué se siente”, “1.000 gols, so Pelé, Maradona cheirador”, algo tan sencillo y simbólico como “Allez les blues” o tan solemne como God save the queen? Incluso las selecciones juveniles de Antioquia tienen su propia canción de batalla ¿Colombia por qué no?

Tal vez porque los colombianos no somos futboleros sino futbolistas frustrados que nos vemos representados en los errores de los jugadores. Les damos la espalda cuando sirven como nuestro reflejo y los apoyamos cuando logran lo que no pudimos. Mientras las mejores selecciones del mundo son un estilo de vida, la colombiana es una forma de catarsis.

Y el resultado condiciona esa catarsis porque no hay una identidad que resista los números. Ganar significa que debemos ser campeones y perder merece que rueden cabezas responsables. En lugar de una voz valiente y un aplauso en la derrota, somos implacables y por eso ninguna marca encontraría razón en Colombia para hacer algo parecido a este video motivacional de los hinchas argentinos para sus jugadores.

Los colombianos nos reinventamos para burlarnos de la selección y sus jugadores, y para indignarnos por los extranjeros que se burlan de nosotros. En el deporte nos unimos para atacar. Nada más. A los que juegan en la selección los observamos desde lejos y les exigimos que nos representen mejor cuando justamente ellos están ahí a pesar del país.

Acá todavía seguimos diciendo que el amor por nuestro club es lo más parecido al sentimiento hacia la madre y el de la selección Colombia al sentimiento hacia una tía bacana. Somos de extremos: mientras nos hacemos matar por nuestros clubes, la selección Colombia en este país solo importa para criticarla en la derrota o para humillar a otras nacionalidades en la victoria.

Qué importante sería cambiar esa historia y aprovechar a Barranquilla como sede consolidada para generar costumbres al igual que en los clubes: alzar banderas del mismo tamaño cuando suene el himno, entonar arengas personalizadas a los titulares cuando los anuncien por los altoparlantes, zapatear las gradas antes de un tiro libre, chiflar en cada saque de arco rival, alentar con letras adaptadas a nuestra historia y no copiadas de los argentinos.

Y que trasciendan generaciones. Y que se vuelvan tan populares esas costumbres que todos los colombianos puedan replicarlas en cualquier estadio del mundo. Entonces sí seremos coherentes al llamarnos un país con tradición futbolera y dejaremos de estar representados por el Sí, Sí, Colombia, Sí, Sí Caribe que no es arenga sino jingle para los medios de comunicación en tiempos de eliminatoria. Así dejaremos de ser ruido y nada más.

Si vamos a confundir el fútbol con patriotismo, por lo menos hagámoslo bien.

Twitter: @JuanDiegoR

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