El Cuento

Publicado el ricardogonduq

El pelo largo y los colegios católicos

Hace exactamente diez años regresaba a estudiar al colegio después de las vacaciones de Semana Santa y cuando solo habían pasado dos horas de clase, llegó la autoridad disciplinaria –el coordinador– a  sacarme a mí y a otros compañeros del salón porque tenía el pelo ‘largo’. Una ironía inmensa por la calvicie que ahora me acompaña. El caso es que por allá en marzo o abril de 2006 cuando estaba en grado once, la orden era que no nos daban clase hasta que no fuéramos a la peluquería. En 2016 a pesar de más de una sentencia de la Corte Constitucional, esta y otras absurdas prohibiciones siguen en los colegios del país.

Colegios 

Por: Ricardo González Duque

En Twitter: @RicardoGonDuq

Estudiaba en el Colegio San Francisco Solano en Calarcá, Quindío en una bonita sede a la que se habían trasladado unos de los franciscanos de Armenia, después de la destrucción del antiguo edificio por el terremoto de 1999. Los otros, del San Luis Rey, seguían en el norte de la ciudad. El Cuento de esa mañana en la que tuve que esperar en la portería del colegio a que mi papá me recogiera luego de la orden del Padre Rector, me dejó para siempre una duda inmensa sobre si el cabello largo era razón suficiente para violar el derecho a la educación.

Claramente no lo era. Para ese momento, ya desde 1998 la Corte Constitucional había fallado a favor de David Alonso Ruíz, un menor que se había atrevido a demandar a su institución educativa en San José del Citara, Antioquia por no permitirle llevar el cabello largo y un arete al colegio, con la amenaza de ser suspendido. Desde ese entonces, con sentencia del exmagistrado Carlos Gaviria y revalidada en 2013 por otra del magistrado Luis Ernesto Vargas, los colegios debieron haber eliminado este tipo de prohibiciones de sus manuales de convivencia.

Pero apelando a “conservar las buenas costumbres” y no sé a qué otra redacción de monasterio que me parece un desgaste reproducir aquí, los rectores de muchos colegios en Colombia creen que los manuales de convivencia que redactan a su antojo pueden estar por encima de la Constitución.

Empiezo por casa. En su capítulo Pautas de presentación personal, el manual de convivencia que rige en 2016 en mi colegio, el San Francisco Solano, pide en su artículo 10 “llevar correctamente el uniforme, sin utilizar elementos o accesorios que le quiten su sobriedad característica: pulseras, anillos, collares, cachuchas, aretes en los hombres, maquillaje…” Y rematan advirtiendo que “el Colegio no se rige por los parámetros impuestos por las modas vigentes.” Quizá llaman así a la Constitución.

Acá va el que me impusieron a mí hace 10 años, quien sabe a cuántos más durante este tiempo y que a pesar de todo, aún aplican: “11.Mantener el cabello debidamente arreglado, peinado, aseado y corto. Si lleva barba, esta debe estar perfectamente cuidada, favoreciendo así la presentación personal.”

Si ni siquiera lo redactan como una prohibición y así me sacaron del salón, ¿cómo será en otros colegios? El mal ejemplo abunda:

“El corte de cabello debe ser estilo “clásico” evitando rapados, cortes laterales, colas, copetes, hongos y extravagancias como teñidos o cualquier modelo impuesto por la moda. Así mismo, no se permite el uso de bigote o barba” dice la norma que rige este año al Liceo Salazar y Herrera de Medellín, un colegio también fundado por padres católicos.

En el San José La Salle de Bucaramanga, quien decide incluso cómo deben ser las manillas que llevan los estudiantes y con qué mensajes, es el Rector. En su manual de convivencia de este año deja claro que  “no está permitido dentro de la institución ni con uniforme el uso de aretes, collares, piercing, tatuajes, lentes de contacto de colores, manillas, joyas u otros adornos. Solo se permite el uso del reloj y de manillas con mensajes propios de la institución y autorizados por el Hno. Rector”

Los franciscanos vuelven a aparecer en Bogotá y Manizales. En el colegio Virrey Solís al norte de la capital, el cabello debe ser “corte tradicional sin hongo, sin punk, sin emo, sin metalero, ni rastas, sin cabello por la cara, sin barba, sin bigote, sin patilla y no usar tintura…no usar aretes/piercing, ni manillas de ninguna índole” según dice el manual de convivencia más reciente, con fecha de 2015 y que está disponible en su página web.

En el San Luis Gonzaga de Manizales, repiten lo mismo: “El cabello debe ser corto para el estudiante varón, el (la) estudiante (a) debe presentarse sin elementos llamativos en su tamaño y colores que desentonen con el uniforme… No se permite el maquillaje facial ni prendas estrafalarias.”

Tan solo uno más, porque no voy a cansar a los lectores escribiendo casi las mismas prohibiciones en los colegios del país. En el que ha sido catalogado por la revista Dinero como el mejor de Colombia, el Diana Oese de Cali, está casi igual. Aunque en su norma que rige para 2015 y 2016 está catalogado solamente como falta leve: “Venir maquilladas, maquillarse las uñas con colores fuertes y exceso de accesorios (damas)…Presentarse al Colegio con cabello largo, aretes en las orejas, pulseras, etc., (los hombres)”

En todas estas instituciones educativas que están formando a los hijos, hermanos, primos o amigos de muchos de nosotros, están violando un artículo, el 16 de la Constitución, que advierte que “las personas tienen derecho al libre desarrollo de su personalidad sin más limitaciones que las que imponen los derechos de los demás” entonces ¿por qué prohibirles tener el pelo largo, el peinado que quieren, pintarse las uñas, usar manillas, aretes, tatuajes y todo lo que está proscrito arriba?

Seguramente la respuesta de muchos rectores y algunos padres de familia que defienden este tipo de normas, es que los colegios son autónomos de tomar esas decisiones como parte de la guía para educar a sus hijos. Tal vez. Y que ellos optaron por matricular a sus hijos en esas instituciones porque están de acuerdo con esos postulados. Perfecto. Pero nada de eso se puede prohibir. Los colegios católicos claro que tienen el respeto de la libertad de culto, ¿pero acaso están por fuera o por encima de la ley para no acatar lo que ya en reiteradas sentencias ha pedido la Corte?

Que el Ministerio de Educación no solo actúe para revisar los manuales de convivencia y evitar el matoneo por las preferencias sexuales; que también lo haga para erradicar de estos libros esos artículos ilegales. Y que el cumplimiento de la obligación no solo sea para los colegios públicos, sino también para los privados y religiosos que quieran imponer sus dogmas.

El libre desarrollo de nuestra personalidad está en permitirnos escoger tal peinado un día, tal tintura para el pelo otro, usar uno o dos piercings, sin que nadie en el colegio o cualquier otro escenario, nos sancione por eso. Será cada padre, que sí tiene control sobre su hijo menor de edad, quien deberá decidir sobre todo eso.

Así como David Alonso Ruíz  inició en 1998 el camino hacia estos derechos, que ahora todos los jóvenes que no estén de acuerdo con que los saquen de sus clases por llevar el pelo largo, les decomisen sus manillas, les hagan quitar el esmalte o los aretes; que saquen ese librito de la Constitución, miren el artículo 16 y les recuerden a sus rectores que no pueden obligarlos a tener la apariencia física que ellos les quieran obligar. Que no les pase como a mí, que esperé diez años para desahogarme ya sin tener pelo en la cabeza.

Un punto de giro: Obviamente es mejor ver a ‘Timochenko’, Alape y compañía en partidos de béisbol y conciertos; pero deberían bajarle a las vacaciones y subirle a las decisiones. A ver si por fin definen cómo van a dejar de combinar las armas con la política.

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