Tejiendo Naufragios

Publicado el Diego Niño

SiempreViva

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Esa casa que ve ahí, la del portón verde, es la casa de los Torres.

Arriba, a la izquierda de las escaleras, está el cuarto de Don Carlos. Decente él. Bien hablado. Tiene un hijo estudiando en Estados Unidos. Ya sabe que el que tiene plata marranea. Cómo tendrá de plata, que le alcanza para prestarle a todo el barrio. Obviamente que presta sobre artículos; ni bobo que fuera. Y con un interés que asusta. Más de uno ha perdido su radiecito o su planchita porque no pueden pagar los intereses. Pero no lo hacen por conchudos, sino porque no hay con qué pagar. ¡Con lo costosas que está la vida!

Al lado de Don Carlos vive una pareja. Sergio y Victoria. Sergio trabaja de payaso, pero Victoria no trabaja porque él se lo tiene prohibido. Y hasta tiene razón: Victoria es un mujerón que cualquier avitato querría llevársela a la cama. Lo que no sería tan difícil porque Sergio está jodido. Nada le sale bien. Dicen las malas lenguas que no es que todo le salga mal, sino que es un borracho incurable.

Después está el cuarto de Humbertico, el hijo de doña Lucía, la dueña de la casa. Humbertico es buena gente, pero le falta perrenque. Vive obsesionado con el cuento de arreglar la moto para darle la vuelta al mundo. Pareciera que el mundo como que le quedó grande porque esa moto vive desbaratada. O puede que no sea el mundo el que le quedó grande, sino la vida.

Al lado del cuarto de Humbertico, duerme Julietica. ¡Qué belleza de mujer! Seriecita, bien puestecita, juiciosa. En estos días se gradúa de abogada. ¡Imagínese! La doctora de la familia Torres. Si así no más se desvive por su mamá y por su hermano, no imagino cómo será cuando tenga salario de abogada.

Como ve comadre, esa casa parece una Colombia chiquita. Cómo será de parecida que hasta tiene dos bandos: Don Carlos se la pasa gritando que a los guerrilleros hay que acabarlos a plomo. Como si no les hubieran dado plomo durante cincuenta años. Reniega del proceso de paz de Betancourt porque, dice él, se le está regalando el país a la guerrilla.

Don Carlos que grita, y Sergio que sale a desafiarlo. A decirle que las cosas no son como él dice. Que si hay guerra es porque hay pobreza. Se forma la gritería de todos contra todos. Victoria no hace más que atajar a Sergio para que no se vaya a las manos con Don Carlos. Es tanto el alboroto que hasta se mete Humbertico, que tiene la cabeza seca de tanto escuchar música en el Walkman.

Doña Lucía es la única que guarda silencio porque juró no hablar de política. Ella, a pesar de ser la dueña de la casa, parece una sombra. Pero no crea que es de las sombras que se pierden en los rincones. No señora. Doña Lucía es de esas sombras que pesan, que dejan huella, que arrastran.

Últimamente esa casa, como toda Colombia, vive patas arriba.

Don Carlos se le ve más amargado. Quizás sea la falta del hijo. O puede que sean las tinieblas de vivir de la desgracia ajena. Sergio cada día peor. Sale vestido de payaso, con una sonrisa dibujada en la cara que no esconde su frustración. Humbertico se la pasa todo el día con los audífonos a todo volumen para esconderse de la vida.

Julietica es la única que sostiene esa casa.

A propósito, ahí va ¡Mírela! Sale para su trabajo en el Palacio de Justicia. Sí la ve: es un sol que no la apagan las peleas de la casa, la frustración de Sergio ni la amargura de Don Carlos. Ni siquiera la nubla esa pobreza que la obliga a caminar por estas calles que no van a ninguna parte.

¿Quería conocerla? No se preocupe, la puede conocer en cualquier sala de cine. No sólo a ella: también a los demás. ¡De verdad! En SiempreViva pelean, manotean y gritan. Y cuando les queda tiempo, viven. Aunque debería decir sobreviven, porque en estos días hasta los personajes de las películas les toca pasar trabajos para llegar a fin de mes.

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