Pazifico, cultura y más

Publicado el J. Mauricio Chaves Bustos

31 años de El Tumacazo

Cancha San Judas, principal escenario de los hechos.
Cancha San Judas, principal escenario de los hechos.

 

En Colombia muchos hablan y saben que fue el Bogotazo, el triste día en que cambió la historia del país; incluso hay quienes saben que fue el Caracazo, cuando en 1989 cientos de venezolanos salieron a protestar por las medidas tomadas por el gobierno de turno; pero, con seguridad, son muchos los colombianos que ignoran sobre el Tumacazo, acaecido ya hace 31 años.

No hay que ser un analista científico para reconocer que el Pacifico colombiano ha sido explotado ancestralmente por las rancias elites serranas, asentadas en Bogotá, Medellín, Cali, Popayán o Pasto, quienes han usufructuado sus riquezas a cambio de prácticamente nada; ahí el oro y el platino han sido sacados para ornamentar santos y vírgenes ajenos, para engalanar los cuellos y los dedos de las finas damas que ostentan orgullosas el trabajo de cientos de artesanos que deben sacar esos finos metales de las entrañas de los ríos que corren, ya contaminados, hacia el verde mar Pacífico; ahí esas riquezas han generado miseria para sus moradores, es como si una maldición se hubiese vertido por entre este territorio, lleno de contradicciones, ya que es el lugar del mundo donde la vida abunda, gracias a la riqueza acuífera que la convierte en un lugar privilegiado, pero a la vez es el lugar donde no hay acueductos ni alcantarillados, donde debe comprarse el agua embotellada que llega de la ostentosa capital paisa; donde el verde, realmente, sí que es de todos los colores, en el cielo con las copas de los manglares más altos del mundo, con las palmeras que crecen y dan sus frutos para alimentar a sus moradores, en el agua, de ríos y quebradas, de playas y ensenadas, donde los peses y los moluscos hacen la delicia de propios y extraños, pero también donde sirve de camuflaje para los narcotraficantes y mercaderes de la muerte que luchan por este territorio que a veces parece sin Dios y sin ley, atrayendo a paramilitares y guerrilleros, a delincuentes y criminales, a expendedores y traficantes que hacen de estos suelos su verdadero campo de Marte.

Ancestralmente ese Pacífico pareciera haber sido un lugar de saqueo, donde todo se extrae pero nada se le devuelve. Fue así como el 16 de septiembre de 1988 el pueblo de Tumaco se alzó en la fuerza consustancial de su raza y emprendió una de las jornadas de protesta más significativas en este país, donde la memoria está limitada por las montañas que no permiten ver más allá del horizonte. Cansados de no tener acueducto, de no tener alcantarillado, de no tener vías dignas para comunicarse entre sí o con la sierra, cansados de no tener una educación pertinente, cansados de no tener energía eléctrica, cansados de las promesas trapaceras de los politicastros propios y extraños, cansados de todo, hombres y mujeres de Tumaco protestaron y se tomaron la ciudad, su ciudad.

Emulando a los franceses de la Revolución, a los quiteños que alumbraron a Latinoamérica con sus ideas, los tumaqueños forjaron una protesta que buscó reivindicar ese cansancio acumulado por siglos de abandono. Pero la Toma de la Bastilla o el grito de Independencia quiteño no surgieron al azar, hubo antes un proceso para llegar a esa determinación; así mismo los tumaqueños se habían preparado para ese día, formando Comités Cívicos, donde los principales líderes no solamente cuestionaban ese abandono del que eran también víctimas, sino que proponían soluciones pacíficas para lograr un desarrollo eficiente para su territorio, que era manejado por una sola familia, quienes regían como si el pueblo fuese un feudo y sus habitantes sus vasallos, por eso las reuniones eran secretas, ahí se planeaban las estrategias a tomar para que el pueblo despierte de su letargo.

Una década atrás, un terremoto había dejado al Pacifico nariñense en condiciones de pobreza y abandono, las ayudas que llegaron del gobierno central, de muchos países que se solidarizaron con este rincón de patria, fueron acaparadas por el jefe de esa familia, quien hacía las veces de una especie de rey; ese capital lo utilizó luego para hacer sus campañas políticas, a ese punto de miserias es capaz de llegar el ser humano cuando el poder obnubila y la fortuna enceguece. Las historias son asombrosas, parecen sacadas del mejor realismo mágico de Gabo, pero son reales y muchos son los testigos, como el del gamonal, que entregaba la bota derecha el día anterior a las elecciones, diciendo que regresen por la izquierda luego de votar y demostrar que se hizo por quién el reyezuelo señaló.

Pero el descontento estaba ya en el aire, alimentado por esos vientos que llegaban de todos los puntos de la costa nariñense, así que la Junta Cívica fue tomando cuerpo y cada vez tenía más adeptos. Se hicieron proclamas, inclusive se sugirió que se creara una especie de república independiente con los municipios costeros nariñenses, se tomaron el aeropuerto para que no despegaran ni llegaran aviones al puerto tumaqueño, con el fin de llamar la atención de las autoridades estatales; pronto, la ciudad se militarizó, llegaron tanques de guerra desde Ipiales y corbetas desde Buenaventura, buscando amedrentar a la población. Pero la suerte estaba ya echada y nada haría retroceder la protesta planeada.

El 16 de septiembre de 1988, no cientos, sino miles de tumaqueños se congregaron en el Parque San Judas, el mismo lugar donde dos años atrás el Papa Juan Pablo II había precedido una misa, con el fin de hacerse sentir pacíficamente; portaban todos el estandarte blanco y verde de la ciudad, en todas las casas se había izado el pabellón municipal, una fuerza se vertía por entre todos los rincones de la ciudad, forjando un sentido de pertenencia como nunca antes se había tenido. Los cununos, el guasá, las marimbas, elevaban sus ecos para alentar a los tumaqueños para salir a protestar, las madres con sus niños, los profesores con sus alumnos, los hombres con sus amigos, todos, todos marchaban por la ciudad hacia el lugar señalado.

De repente a un soldado se le dispara un tiro de su fusil y entonces ahí fue Troya. La gente se desespera, busca escapar de los gases lacrimógenos que ha disparado la Policía, pero la gente no se deja intimidar, reacciona y se defiende con piedras, no dejarán que este acto se acabe. Los militares y policías, comandados por un Capitán que se creía un amo en épocas del esclavismo, empiezan a atacar a la población, sin ninguna consideración por mujeres, niños o ancianos; a este punto, la gente aumenta su descontento e incendian la antigua casa municipal, hecha en madera, lo que no permitió ninguna reacción más que contemplar el incendio.

En estos momentos no olvidaron a quien hacía las veces de reyezuelo, así que resueltos se dirigen al lugar que hacía de centro de operaciones, lanzan todas las cosas a la calle, cosas que pertenecían al pueblo, y con ellas inician una gran hoguera. Era una forma no solamente de vengar tanta desidia y tanta corrupción, era también la forma de purgar tanta pasividad acumulada por años, era el momento de demostrar que la dignidad de un pueblo vale mucho más que un par de botas. La misma suerte corrió la sede de la Caja Agraria, lugar de negaciones y de usura, así como los Juzgados, donde la inoperancia había hecho nido; y así de dependencia en dependencia, donde siempre sus empleados ejercieron el despotismo y el desinterés para con la gente del territorio. Nadie en Tumaco robó nada ese día, ni se apropió de nada, no hubo saqueos, las quemas eran necesarias para purgar sus penas y sus culpas.

En Tumaco aún se habla de este suceso que parecía dividiría en dos la historia de la ciudad. Unos dicen que solamente hubo un muerto, la prensa de entonces dice que fueron 15 muertos y más de cien heridos. Lo triste es que este sacrificio ha dado sus frutos muy lentamente. Han pasado más de tres décadas, sus líderes han envejecido y rememoran sus glorias pasadas con nostalgia, para los más jóvenes fue la oportunidad de demostrar su valentía y encauzar su rebeldía por una causa válida. El símbolo de los atropellos y del olvido estatal son esos tanques de agua elevado que nunca han servido para nada, uno se eleva en la cancha San Judas, principal lugar de los hechos aquí narrados, ahí está incólume, pero en el fondo vacío y estéril.

El abandono estatal, tanto nacional como departamental, sigue imperando en el Pacifico nariñense, las causas que llevaron al descontento de hace 31 años no han variado, inclusive muchas se han agudizado. En el territorio, la mayoría de predios siguen sin titulación y muchos son hoy empleados para el cultivo de hoja de coca, dejando a un lado los cultivos tradicionales, encareciendo así los productos y generando escasez de los mismos; las vías, con excepción de la que comunica a Tumaco con la sierra, están en pésimo estado, falta un tramo para conectar a Barbacoas con el territorio, la que comunica a esta ciudad con Magüi Payán es una verdadera trocha y los esteros no reciben ninguna clase de mantenimiento, siendo los costos de transporte, marinos y fluviales, sumamente costosos, faltan muelles saltaderos y los que existen están en malas condiciones; los cascos urbanos cuentan con hospitales, principalmente el de San Andrés, pero en las zonas rurales los centros de salud son llevados por las corrientes marinas o por las inundaciones de los ríos, la mayoría no tiene personal médico o de enfermería para atender a los enfermos y ningún municipio cuenta con lanchas ambulancias; casi todas las instituciones educativas oficiales carecen de modernas construcciones, se remiendan y se remiendan sus aulas y salones para que no caigan al piso y la calidad educativa, al no contar con recursos adecuados, es muy deficiente; Tumaco y los municipios de la costa nariñense siguen sin acueducto y sin alcantarillado y recién hasta el año pasado se intercomunicó eléctricamente a los municipios del Pacífico, sin embargo, el 99% del sector rural sigue sin contar con ese servicio, mucho menos con acueductos y alcantarillados.

Todo lo anterior hace que el territorio sea un caldo de cultivo para la violencia, por eso caen asesinados inmisericordemente sus líderes sociales y la paz cada vez se aleja más y más del territorio, sobre todo por las medidas que está tomando el actual gobierno, atacando mediáticamente los problemas y no yendo a sus raíces: esparcir con glifosato los cultivos de coca o militarizando el territorio no son medidas de fondo, lo que hace es generar odios y resquemores que agudizan el conflicto existente.

Nunca hemos ponderado las vías de hecho, forjados desde siempre con una conciencia civil, repudiamos todo lo que pueda generar violencia; pero no por ello puede desconocerse el conflicto, que bien tratado genera la dialéctica que mueve a los hombres, a las instituciones y a los pueblos, por ello no sería nada raro que el pueblo de la costa nariñense se vuelva a levantar; hay ya señales de descontento generalizado, tales como la protesta de Francisco Pizarro en las elecciones presidenciales pasadas, donde nuevamente el corte del fluido eléctrico fue el detonante. La alerta no debe tomarse para irse contra un territorio tradicionalmente atropellado, sino atacando las causas que generan injusticia, para ello se debe generar empresa, desarrollar la industria pesquera y agropecuaria, así se genera trabajo y con ello el flujo de capitales justos y equitativos, debe hacerse una inversión en la cultura ciudadana, en la educación, para de esta manera contar con personas idóneas para la preservación de su cultura y de la naturaleza.

Han pasado 31 años del Tumacazo y el pueblo no olvida; si bien los medios siguen ocultando las realidades sociales y visibilizando únicamente lo malo, en el Pacifico nariñense hay mucho para visibilizar: su cultura multidiversa, su gente buena y amable, su mágica geografía y, obviamente, también su rebeldía. Y como dice el currulao, que suena y resuena por las calles de esa ciudad de encantamiento:

 

A Tumaco lo quemaron

a la 1 y a las 2

a Tumaco lo quemaron

a la 1 y a las 2

y a las 3 de la mañana

a la 1 y a las 2

y a las 3 de la mañana

a la 1 y a las 2

unas mujeres lloraban

a la 1 y a las 2

unas mujeres lloraban

a la 1 y a las 2

ya Tumaco se acabo

a la 1 y a las 2

ya Tumaco se acabo

a la 1 y a las 2

vamos corriendo a la iglesia

a la 1 y a las 2

vamos corriendo a la iglesia

a la 1 y a las 2

el daño es pura alegría

a la 1y a las 2

el daño es pura alegría

a la 1 y a las 2

que Tumaco se acabo

a la 1 y a las 2

que Tumaco se acabo

a la 1 y a las 2

y a la 1 y a las 2.

 

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