Tareas no hechas

Publicado el tareasnohechas

¡Liberen a María!

Si la marihuana acabara con la memoria no me acordaría de nada de lo que pasó en la Marcha Mundial por la Legalización del pasado sábado ocho de mayo en Buenos Aires. Y no tendría nada de qué escribir. Pero en cambio no sé qué hacer con tantas cosas que recuerdo de ese día (y de muchos días de la vida relacionados con el tema) y casi no encuentro por dónde empezar.

Ese encuentro de gente de todas las generaciones, clases sociales, orientaciones sexuales, visiones políticas y caminos espirituales, alrededor de un bareto, en la Plaza de Mayo, fue para mí una manifestación contra los prejuicios y una afirmación en voz alta del derecho que uno tiene de desarrollar su personalidad y ejercer sus gustos como a bien le venga en gana siempre y cuando no afecte los derechos de los demás. Una cosa tan simple. En la marcha había amas de casa, estudiantes, trabajadores, ejecutivos, artesanos, padres, hijos, abuelos, personas de todas las profesiones y oficios. Pero no vi un solo delincuente. Ciudadanos que entre sus opciones de consumo y alternativas para disfrutar de la vida tienen la cannabis, como otros tienen otras diversiones.

Y quién creyera que en pleno siglo XXI y en un país como Argentina, donde se supone que existe un pensamiento de avanzada, toque salir a la calle a hacerse notar para recordarle a toda la sociedad un derecho que dicta el sentido común. Tan común que está consignado en la Constitución Nacional. La de Argentina dice en su Artículo 19: “Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados…” Y la Constitución colombiana dice en su Artículo 16 que “Todas las personas tienen derecho al libre desarrollo de su personalidad sin más limitaciones que las que imponen los derechos de los demás y el orden jurídico”.

En Colombia habíamos logrado un gran avance relacionado con las libertades individuales y el respeto a la madurez de los ciudadanos, con la despenalización de la dosis personal. Pero el gobierno de Álvaro Uribe Vélez volvió a penalizar (que en nuestro contexto es lo mismo que criminalizar) el consumo. Tal vez, como dicen Tola y Maruja, porque a Uribe alguien le dijo que la marihuana produce mala memoria y él no quiere que lo olvidemos. O quizás porque “álguienes” quieren seguir desviando la atención del verdadero problema del narcotráfico. La persecución de consumidores es un buen método para dar la impresión de que se está enfrentando el problema y para mantener a la policía ocupada en asuntos inútiles, puesto que si se dedicaran a atacar la raíz del asunto les tocaría encarcelar a sus propios jefes. Y no hablo sólo de los jefes de policía.

La otra vez por ejemplo andaba yo en el parque de Envigado (salto de la Plaza de Mayo al parque de Envigado, abro paréntesis extensos con corchetes y guiones, como si me hubiera fumado un bareto antes de escribir) a las dos de la mañana tomándome unos rones con una amiga. Llegó la policía a decirnos que nos debíamos ir del lugar, que habían dado la orden de que no hubiera nadie en el parque después de las dos de la mañana. No entendí la arbitrariedad y le pedí al policía que me diera una explicación, una razón, que me dijera la ley que obligaba a eso.

– La ley es la ley de los ricos – me dijo- usted sabe que en este pueblo mandan los ricos y a ellos no les gusta el desorden – concluyó categóricamente el agente, para no dar más vueltas, después de nuestra insistencia.

Así contestó, en serio. Mi amiga y yo no quisimos obedecer a esa razón y obviamente amanecimos en el calabozo. Esa noche la policía estaba gastando su tiempo y su energía (que pagamos con el presupuesto de todos los ciudadanos), ejerciendo su poder sobre unas personas que sólo querían tomarse unos rones y conversar en el parque. La misma energía que gastan persiguiendo muchachos que sólo quieren fumarse un bareto y reírse. La misma energía que deberían utilizar para atrapar a los verdaderos responsables de todo, que en este caso son esos mismos “ricos” a los que no les gusta el desorden: los que producen y comercializan drogas más fuertes y más rentables que la marihuana y que además manejan las mafias, los presupuestos y las leyes de un municipio y de un país. Por ejemplo, que yo sepa, la policía de Envigado nunca persiguió a Gustavo Upegui, un millonario capo del narcotráfico y uno de los asesinos más sanguinarios que ha dado la cultura antioqueña, muerto hace pocos años en medio de vendettas entre las mafias y cuyo cuerpo fue velado en el edificio de la Alcaldía, como un héroe. Y la policía tampoco persiguió en su época a Jorge Mesa, alcalde del municipio, socio de Pablo Escobar, impulsor de un grupo de sanguinarios asesinos (y por tanto sanguinario y asesino él mismo) llamado Seguridad y Control, ingratamente célebre en la sanguinaria historia del país. Jorge Mesa, cuyo retrato reposa en la alcaldía de Envigado como un hombre ejemplar.

Pero la policía sí persigue a ciudadanos desarmados que toman ron a las dos de la mañana y a muchachos que prenden un bareto para divertirse un rato. Hablo de Envigado porque es lo que conozco de cerca. Pero del mismo modo funcionan las cosas en el resto del país: en los llanos Orientales, en la costa Atlántica, en Bogotá, en Santander, en Córdoba o en los alrededores de El Ubérrimo. Y en el mundo: en Nueva York, en México o en Buenos Aires. Porque el poder, la codicia, la corrupción y la policía son los elementos constitutivos de un arquetipo universal.

Por eso las leyes represivas hacia los consumidores de droga, aquí y allá, no son más que un mal chiste, un sofisma para mantener el negocio aparentando que se está luchando contra él. Qué otra cosa puede explicar que, por ejemplo, hoy en Argentina existan 14.000 personas detenidas por porte de marihuana y ni un solo narcotraficante judicializado. Esas y otras razones, llevaron a miles de personas a marchar en Buenos Aires el pasado ocho de mayo, exigiendo una ley de drogas más humana, justa y eficaz.

Hice parte de la marcha, cargando a cuestas mi historia de consumidor ilegal en Medellín y Bogotá, que es la misma historia de cualquier consumidor en cualquier parte del mundo donde haya juegos de poder, codicia, corrupción y policía. Llegué a la Plaza de Mayo antes de las dos de la tarde y lo primero que encontré fue la buseta colorida de Radio Rebelde que transmitía el evento en directo. De unos bafles gigantes salía la alegre banda sonora de una tarde radiante con un cielo azul intenso. Mientras sonaba un saxofón contento, un niño jugaba con las palomas y la plaza estaba llena de gente sentada sobre la grama.

Un vendedor de garrapiñada (maní confitado) se acerca a un corrillo de jóvenes y nadie le compra, pero le ofrecen un bareto. El vendedor se da sus plones, agradece y sigue en su labor. En el centro de la Plaza una pancarta grande que reza: “Perdónales señor… No saben lo que hacen” firmada por la agrupación Ser Kanabinoide. Y veo cruzar gente de distintas agremiaciones llevando camisetas y pancartas con mensajes varios: “Cultiva tus derechos”, “Otra política de drogas es posible”, “Asociación de reducción de daños de Córdoba ´Cogollos´: Sembrando conciencia”, “Asociación de cannabicultores del Oeste”. “Movimiento cannábico argentino”, “ Red argentina de derecho de asistencia a los usuarios de droga”.

Y entre tanta pancarta y consigna me encuentro con Gustavo Díaz, un gigante de casi dos metros, padre de familia, empleado de la Universidad Nacional de Rionegro, que llegó a la manifestación en compañía de su esposa y unos amigos. Me acerco, le cuento que soy colombiano y que escribo. Me acoge cordialmente, me da a conocer a algunos de sus cercanos, pasa el “faso” del que está fumando y empezamos a hablar. Gustavo es un hombre brillante, culto y trabajador. Hace más de veinte años fuma marihuana y nunca ha tenido problemas con ella. Sólo con la policía. Conversamos largo rato hasta que un animoso movimiento en la calle lateral de la Plaza de Mayo nos distrae. La gente que ha permanecido sentada en la grama de la plaza, hablando, riendo, cantando y fumando “faso” frente a la Casa Rosada, se pone de pie y se desplaza hacia ese lugar. Dejo a Gustavo y voy a ver el origen del movimiento. Sobre el techo de una camioneta Ford reposa la réplica de un gran bareto de por los menos metro y medio de largo. Por la punta suelta humo y la camioneta lleva un letrero que dice: “El Faso Famoso”. La gente se toma fotos al lado del cigarrillo. Un grupo de muchachos, guitarra en mano, empieza a cantar una canción con frases como: “Son tiempos de cambio y el tiempo al mismo tiempo cambió” o “Si mis cigarros tienen otro relleno porque me miras mal”. La gente se une a los muchachos y termina haciendo un coro multitudinario que repite el estribillo: “Legalice”, “legalice”.

La marcha comienza a recorrer el kilómetro y medio que hay entre la Plaza de Mayo y la Plaza de Congreso, donde terminará exigiendo simbólicamente a los legisladores la aprobación de una nueva ley de drogas. A la vanguardia va una bicicleta forrada en hojas, como un velocípedo vegetal y luego las primeras pancartas: “Despenalización ya. Por una nueva ley de drogas: Ni adictos, ni narcos, ni muertos. Cultivadores luchando por sus derechos”. Y esta otra: “La marihuana causa paranoia, confusión, manía persecutoria y pérdida total de contacto con la realidad, en las personas que nunca la fuman”. ¿Cuántos marchantes? No sé la cantidad, pero son dos cuadras llenas de gente caminando tranquila, fumando y cantando consignas: “Liberen a María, liberen a María”. Y también hay mucha gente que no fuma y que acudió a la marcha acompañada de sus hijos, porque esa tarde «la mata que mata» (¿de la risa?) es sólo un símbolo de la libertad, del sagrado derecho a elegir nuestros hábitos de consumo sin ser perseguidos.

Al lado, desplazándose sobre la acera, uno cada treinta metros, los policías avanzan discretos y respetuosos del humo de cientos de fasos encendidos. La gente aspira el humo como parte de la manifestación y no como una provocación. Camino entre jóvenes, adultos y viejos hasta llegar a la Plaza del Congreso, donde la busetica de Radio Rebelde ya se ha instalado y ha montado una pequeña tarima. Reggae, rock, música contenta y un presentador simpático que anuncia la intervención de varios oradores. Son seis, hablan corto y concreto.

Entre los oradores está Pía, de unos cuarenta y cinco años, a quien me había presentado Gustavo Díaz en la plaza de Mayo. Pía es representante de la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros de la Argentina (ATTTA). Se trepa a la tarima, que no tiene escalas, con el desparpajo de un muchachito subiéndose a un muro. Es hermosa mucho más allá de su belleza. Un carácter, una convicción y una humanidad tan sólidas que se materializan en atractivo físico. Habla con su voz delicada, femenina, debajo de la cual se percibe muy levemente una ya lejana rudeza. Habla de las libertades individuales y colectivas. Grita: “ellos quieren que me tome la pastilla para la ansiedad, la pastilla para el dolor de cabeza, el jarabe para la buena digestión, la pastilla para la caída del cabello, las gotas para el estrés, las pastas para la gripe, todas las pastillas de todos los laboratorios. ¿Cuántas pastillas quieren que me tome en el día? ¿Quieren que me tome todas sus pastillas y no me dejan fumar marihuana? ¡Yo quiero fumar marihuana, carajo!”. La gente aplaude, ovaciona y Pía baja de la tarima con el brinco del muchachito que se tira del muro. Luego sube Mati Farai, de la Asociación de Cultivadores del Oeste y dice: “No somos un problema sanitario, no somos un problema social, solo nos gusta fumar ganja y la hemos escogido como nuestra manera de sentirnos bien”. Y termina invitándonos con énfasis a que emprendamos el autocultivo como única manera de hacerle frente al negocio del narcotráfico y la policía.

La tarde da paso a la noche, la gente arma, prende, aspira, escucha y discute. Pasan otros oradores y finalmente sube a la tarima, mucho más tieso y encartado que Pía, un tipo elegante, de pelo y barba largos y veteados de blanco. Es Albino Stefanolo, abogado penalista, especialista en casos penales de consumo personal de estupefacientes, gracias a cuyo trabajo se han logrado cosas como que la Corte Suprema de Justicia haya fijado límites a la injerencia del Estado en situaciones en que se satisface la ingesta de drogas sin finalidad de narcotráfico. Además ha sido el abogado de célebres causas relacionadas con el porte y uso drogas como la de Andrés Calamaro.

Stefanolo recuerda que la actual Ley de drogas de la Argentina, que penaliza el consumo, fue declarada inconstitucional por la Corte Suprema de Justicia y que ahora el Congreso debe debatir una nueva normativa al respecto. En esa nueva propuesta están compendiados todos los reclamos y objetivos de la marcha : “El cese de las detenciones, la discriminación y el maltrato a usuarios, los derecho de los usuarios medicinales, el respeto por las libertades individuales, la promoción de políticas de salud, prevención y reducción de daños. Una ley más humana, justa y eficaz”. Y remata Stafonolo recordando que el Estado no puede darnos normas morales. Termina su intervención y con ella las palabras de los oradores. Luego de que casi no se puede bajar de la tarima el evento sigue.

Radio Rebelde le sube el volumen a la música satánica y la gente continúa con su bienestar angelical y etéreo, hablando, bailando, cantando, hasta que cada uno decide seguir la noche por otros rumbos. La plaza se va quedando vacía y no veo a Gustavo por ninguna parte. Pía está al fondo, discutiendo alegremente con un grupo de amigos, con su hermosura a contracorriente. Vuelvo a mi casa recordando todo. O casi todo porque los nombres propios, los textos literales y algunos datos puntuales que aparecen anotados en esta crónica no los recordaría. Los anoté en un libretica. Pero me acordé de anotarlos.

Mayo de 2010

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