Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Machismo invisible

Aborrezco a la mujer sabia. Que no viva bajo mi techo, la que sepa más que yo, y más de lo que conviene a una mujer. Porque Venus hace a las doctas las más depravadas. 

Eurípides.

 

Abundan las muestras de machismo en el mundo Occidental; en el mundo árabe, mejor ni hablar. Los hombres no van a cambiar las cosas, pues nadie entrega el poder por generosidad. El poder hay que peleárselo, por eso cada día tenemos que agradecer a las feministas por su lucha valiente, con la que nos mejoran la vida al resto, menos esforzadas, menos decididas, menos fuertes.

El machismo tiene componentes culturales y biológicos, y contra ambos se puede luchar y ganar la partida (no abolirlo, pero controlar sus efectos). El machismo cultural tiene sus raíces en la edad de Bronce. Es lo que la arqueóloga Kate Pechenkina, del Queens College, de Nueva York, ha descubierto, después de analizar una montaña de huesos cuya antigüedad va desde el Neolítico hasta el final de la edad de Bronce. El machismo está tan metido en la cultura, que en muchas situaciones ni lo notamos. Por estos días, la artista española María Gimeno hace un trabajo muy especial. Nos muestra cuáles fueron las mujeres artistas que el historiador de arte más importante del siglo 20, E. H. Gombrich, olvidó mencionar en su libro La historia del arte. Este es un libro extraordinario, sesgado por un machismo invisible que el mismo Gombrich nunca notó; y lo que es peor, que muchos no habíamos notado hasta ahora y gracias a María Gimeno.

En su página web, María Gimeno nos cuenta de qué se trata la conferencia-performance que va a dar la segunda semana de mayo, de este año: “Queridas Viejas es una conferencia performativa en la que incluyo a las mujeres artistas en el manual Historia del Arte de E. H. GOMBRICH (1909-2001), un libro con el que tantas generaciones han estudiado arte en todo el mundo. Libro que es el icono del canon establecido y que define lo que es Arte con A mayúscula. La acción implica engordar el libro, “haciendo sitio” a las mujeres creadoras, mediante cortes de cuchillo en su interior, incluyendo las páginas que faltan. Las páginas están minuciosamente confeccionadas tras investigar a cada una de ellas, maquetando los textos y las obras, copiando el diseño del libro original”.

Volviendo al tema del machismo invisible, hay evidencia hasta en los huesos. La arqueóloga Kate Pechenkina, dedicada al estudio de registros arqueológicos y su relación con hábitos y enfermedades, se dio cuenta de que en la Edad de Bronce, en Asia, a las mujeres se las empezó a alimentar pobremente. Según lo explica: los huesos de machos y hembras durante el Neolítico eran similares en su composición, pues mostraban el mismo rastro de nitrógeno y carbono. El rastro de carbono revela qué tipo de granos se consumieron, y el de nitrógeno, la proporción de carne en la dieta. En el Neolítico, la dieta parece haber sido igual para hombres y mujeres. Hace 10.000 años, cuando la agricultura empezó, las mujeres contaban como mano de obra, cultivaban tan duramente como los hombres, y comían la misma proporción de granos y carne que ellos. Al final del Neolítico, a principios de la Edad de Bronce, el valor de la mujer en la sociedad parece haber disminuido. En China, por los lados del 1700 a. C. se sembraba más trigo que mijo; entre los años 771 y 221 a. C. los hombres se alimentaban de mijo y carne; en cambio, las mujeres, parece que solo de trigo. Los huesos de estas muestran un tipo de osteoporosis propio de malnutrición en la infancia. Los arqueólogos creen que con la entrada del trigo y el hierro en China se creó una fuente de riqueza que los hombres más fuertes aprovecharon. Al enriquecerse una minoría de machos, aumentó el dominio sobre la mujer y sobre los machos más débiles. A los hombres los alimentaban bien, porque la sociedad necesitaba guerreros para crecer el imperio. Cuando esto ocurre, el valor de los machos aumenta y el de las hembras disminuye. En las dinastías chinas se crearon las bases para la subordinación de la mujer; y no solo esto se puede constatar en los huesos, también en las edificaciones para despedir a los muertos. Las de las mujeres eran insignificantes, su poco valor se podía notar hasta después de muertas.

En su libro Homo sapiens, Antonio Vélez aconseja a las mujeres lo siguiente: “El feminismo está empeñado en ganar una batalla, y para ello debe conocer muy bien el  ‛enemigo‛ que tiene en frente. Hay que evitar la reconfortante trampa de pensar con el deseo. No basta simplificar las cosas y hacerlas aparecer como nos placen. Es necesario investigar las diferencias sicológicas naturales entre los dos sexos, averiguar de qué magnitud son y cuál es la mejor estrategia cultural para enfrentarlas”.

Se les agradece a María Gimeno y Kate Pechenkina su contribución a esta lucha.

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