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Inseguridad

Pensamientos-solitarios-a25664257

Por: Pablo Enrique Triana Ballesteros.

La sangre lo cubría todo, no obstante el blanco del hueso se podía ver casi perfecto. Aunque ahora, sé que más que todo se trataba de sus tendones. Parado a su lado, en medio de la penumbra me tocaba tener cuidado de no pisar el líquido rojo, la vida desnuda de mi amigo, que emanaba de todos los ángulos de su cuerpo y se regaba por la acera, mezclándose con el chichí de los borrachos. Ahí, sentado en la calle, apoyado sobre sus brazos, lo único de su cuerpo que aún parecía intacto, con sus piernas estiradas en el andén, bueno lo que quedaba de ellas, parecía una estatua del absurdo. Sus ojos permanecían abiertos de forma exorbitante, anclados en un solo punto de incredulidad. Su rostro estaba blanco, o más bien amarillo, pálido, como las baldosas percudidas de un hospital en decadencia. Nunca pensamos que una noche de rumba pudiera acabar así. Dimos papaya, él quiso orinar, pero por la hora nos sacaron del bar y tocó en la calle. Nunca los vimos venir. Bogotá es una ciudad muy insegura. Aún hoy, algunas veces cuando cierro los ojos y la oscuridad me arropa, recuerdo la llamada cuando le avisé a su hermano.

– ¡Marica, lo volvieron mierda! Le cascaron casi hasta matarlo ¡Lo rompieron! ¡Lo rompieron! –no podía dejar de musitarle en medio de sollozos.

–¿A quién? ¿qué pasa?

–¡A Diego, huevón, lo volvieron mierda!

–Cálmese. Llame a la policía y díganles dónde están.

–¡FUE LA POLICÍA!

 

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