Todo Oídos

Publicado el jmaldonado

Sobre el fin de la década II

Hay encuentros que merecen ser narrados para que no se pierdan entre tanto ruido. Uno, en especial, que de manera discreta generó una pequeña revolución en la música colombiana. Discreta, de verdad, como el batir de esa mariposa que dicen que causa huracanes.

Ocurrió en una casa del barrio la Soledad, de Bogotá, en algún momento entre la navidad de 2002 y el comienzo de 2003. La casa tiene dos pisos, y en el segundo, dos cuartos grandes donde un joven músico solía ensayar y experimentar con percusiones. Ahí, en el segundo piso, en esa pequeña casa discreta de la Soledad, dos viejos que llegaban de la provincia se miraron a los ojos y  reconocieron en ellos dos océanos distintos. El uno venía de Guapi, el otro, de las Islas del Rosario; el uno, era maestro de los sonidos opacos de la marimba de chonta, el otro, gran dueño de las agudezas de la gaita hembra. Ambos tenían apodos de viejos sabios, y así mismo eran venerados por una generación de músicos bogotanos, ávidos de aprender sus secretos. Uno se llamaba Paito, hombre caribe de cumbias; el otro, Gualajo, señor del pacífico y del currulao.

En ese segundo piso se vieron. Y como alguna vez le escuchara narrar a uno de esos discípulos, el hoy también maestro, Urián Sarmiento, los dos viejos pasaron horas en su casa, tocando, el uno la gaita, el otro la marimba, dos instrumentos que geográficamente destinados a desencontrarse.  Durante esas jornadas, que se prolongaban en la noche, Gualajo admitió haber compuesto una cumbia para marimba de chonta, pieza rarísima para un rincón pacífico adonde la cumbia nunca llegó;  Paíto, entre tanto, puso sobre la mesa de esas jornadas sonoros un twist en inglés autodidacta, acompañado con gaitas, y cuya letra comenzaba en un bilinguismo irrefutable: “Voy a ponerme vaquí su nay…”.

De este encuentro, y de muchos otros sucedidos esas semanas entre el bajista Juan Sebastián Monsalve, Urián Sarmiento, Paíto, Gualajo, el cantor llanero ‘Cholo’ Valderrama y otros miembros de la agrupación Curupira, nació uno de los discos más intrigantes, divertidos y entrañables de la música colombiana: “El fruto”.

Tiene razón Ricardo Bada, cuando me regaña por mi anterior post y señala que aún no acaba la década. Después de muchas consultas, parece que en efecto las décadas se cuentan desde uno, como el resto de cosas, y se acaban en el diez, así nos imaginemos lo contrario. Sin embargo, digo a mi favor, que las periodizaciones, como tantas veces dijeron en la universidad los maestros citando a Hobsbawm, no se correlacionan con las lógicas numéricas. Si el siglo XX de Hobsbawm arrancó con la Primera Guerra y terminó con la caída del muro, bien esta década podría (o no) comenzar con la caída de las torres y terminar con la llegada de Obama al poder.

En todo caso, acábese  cuando se acabe, quiero proponer a El Fruto como uno de los más valiosos experimentos musicales de esta década. Uno que convirtió al folclor en un mutante delicioso e intrigante, y que transportó los sonidos de la  región, la ciudad y la academia a espacios desafiantes.

De este álbum, escúchese y disfrútese: 01 El Tropel.

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