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River Plate, tu sagrado nombre

El jugador Carlos Arano de River Plate llora el descenso del equipo a la Segunda División del fútbol argentino. EFE
El jugador Carlos Arano de River Plate llora el descenso del equipo a la Segunda División del fútbol argentino. EFE

Fernando Araújo Vélez (*)

Las imágenes no dejaban de repetirse, pero era poco menos que imposible ignorarlas. Llanto, drama, humo, caos, revueltas, persecuciones, fuego, vidrios rotos, más llanto, abrazos de consuelo, consuelos compartidos, pánico, terror, ira, locura, insultos, corridas, piedras, gases lacrimógenos. Las imágenes parecían de una guerra, pero eran de un partido de fútbol, de un simple aunque histórico partido de fútbol que River Plate, tu sagrado nombre, como lo han llamado desde un siglo atrás, comenzó a perder hace 10 años. Por aquel entonces, y según el voto popular de los socios, de los miles de socios de River, asumió como presidente del club un señor llamado José María Aguilar.

Pasado el tiempo, Aguilar se asoció con extraños personajes que pase tras pase y peso tras peso, se fueron metiendo en las entrañas del club. Un préstamo a cambio de la mitad de un jugador, un jugador a cambio de una comisión, una comisión para que los barrabravas dejaran de presionar y fueran la fuerza que él requería, y uno o cientos de barrabravas para convencer a alguien de algo. Se fueron los Almeyda, Francéscoli, Gallardo, Ortega, Ángel , Crespo, Salas y Saviola de los 90, los de los últimos títulos en Argentina y en la Libertadores, y aparecieron otros nombres  y otros estilos que muy poco tenían que ver con el equipo de la banda.

Fracasaron. O fueron fracasando, temporada tras temporada, lentamente, muy a pesar de una que otra copa dispersa por ahí, como la del primer semestre del 2009. Nadie sabía por cuánto los adquirían, ni luego por cuánto los vendían. Llegaban y se marchaban. Radamel Falcao, por ejemplo. O Sebastián Abreu, o Ernesto Farías, o Christian Fabbiani. De repente, sin decir adiós, una noche cualquiera, se iban. Los noticieros informaban, pero no se interrogaban. Aguilar, con su rostro sin afeitar y sus camisas desabotonadas, decía que no entendía ciertas actitudes, esas actitudes, pero sí las entendía.

Él sabía que si se marchaban era porque River Plate no les pagaba, y no les pagaba porque el dinero se había esfumado. Los señores que él había llevado al club se lo habían llevado. Y el hincha, en la ignorancia. Y los técnicos que contrataron, Diego Simeone, Ángel Cappa, Leonardo Astrada, en la ignorancia. Y los periodistas, en la manida información del 4-4-2, de las lesiones y las posibles alineaciones.  Cuando River quedó en el último lugar de la tabla, diciembre del 2009, las respuestas de Aguilar y Compañía eran “ese es el fútbol, esto no va a volver a ocurrir”. Un año más tarde, el presidente y sus acólitos perdieron unas nuevas elecciones.

Entonces asumió Daniel Alberto Pasarella, en medio de acusaciones, sobornos, rumores de corrupción y un déficit de 10 millones de dólares, pero Pasarella, dijeron, quería manejar el club como manejaba al equipo en sus tiempos de futbolista, e incluso, de técnico. No escuchó a nadie. Prescindió de todos aquellos que sonaban a oposición. Instauró su ley como única ley, su palabra como única palabra, su decisión como única decisión. Borró a quienes no le decían sí señor presidente, y se rodeó de los que quedaron. Por eso contrató a Ángel Cappa y lo descontrató cuando le respondió “no”, por eso llamó a Juan José López, quien en reiteradas entrevistas había dicho “soy de Pasarella y trabajo para él”.

En un año, con el cuchillo en el cuello, haciendo y deshaciendo según la voz del Presidente Pasarella,  López despilfarró el buen nombre que había labrado en los 70 como uno de los más criteriosos volantes de la historia del club. En un año, atemorizado por el fantasma del descenso, López  ensució la aristócrata historia de River Plate, tu sagrado nombre. En un año enlodó el legendario paladar de la tribuna, emborronó aquella mítica Máquina de los 40 y 50 (Labruna, Loustau, Pedernera, Distéfano, Rossi, José Manuel Moreno), y sepultó a los Mas, Alonso y Merlo con quienes obtuvo dos títulos en el 75 luego de 18 años sin celebraciones. En un año, sólo en un año, llevó a los hinchas de River a la angustia más angustiosa de sus 110 años de vida.

En un año, y ayer, en un solo partido, Juan José López sintetizó lo que ha sido River Plate en este siglo XXI “problemático y febril”, como cantaba Enrique Santos Discépolo.  

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(*) Periodista, escritor y editor de El Magazín online y de la sección de cultura del periódico El Espectador. Además, tiene a su cargo la edición de los Lunes Festivos

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