Bienestar en tiempos de drones

Publicado el Maria Pasión

Nos casamos de blanco por una reina y con velo por una emperatriz fashionista

Esto de casarse de blanco lo popularizó Victoria de Inglaterra en 1840. Cuenta la historia que las novias llevaban otros colores para casarse, elegían un vestido especial, que en la España de antes con frecuencia era el negro, y se lo ponían en muy contadas ocasiones, o incluso se le daba un último uso fúnebre para irse con sus mejores galas al otro mundo. Victoria de Inglaterra rompió los esquemas al demostrar un detallito magnánimo hacia los artesanos que fabricaban encajes a mano. La revolución industrial estaba dejándolos sin trabajo, así que contrajo matrimonio en un vestido blanco porque era el que más resaltaría el encaje Honinton que vistió en su boda. El para siempre famoso traje tardó en confeccionarse ocho meses y lo acompañó de un tocado de flores naranjas de más de cinco metros de longitud enrollado en su cabeza. A partir de este gesto patriótico el blanco se popularizó hasta llegar a ser lo que es hoy, el color más visto en las bodas de Occidente.

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¿De dónde vienen las arras?

Aunque cada vez se usan menos, las arras han acompañado al rito del matrimonio como un símbolo de bienes materiales compartidos. Tradicionalmente son trece, de origen mozárabe y representan cada uno de los meses del año y una moneda extra para los pobres. El derecho romano las llama arras confirmatorias porque vienen a establecer un contrato de bienes entre los novios, así que si la unión se termina, las arras, en teoría, también se pierden. Esto viene a desmentir que las arras sean una dote o pago por la mujer como se han venido a conocer y de ahí que hayan empezado a perder vigencia y aceptación.

¿El velo por una emperatriz de vanguardia?

La historia del velo me ha llevado a horas de navegación y muchas risas. Algunos estudios aseguran que el origen del velo se le achaca a la revolucionaria Eugenia de Montijo, aristócrata española (María Eugenia Palafox Portocarrero y Kirkpatrick), mujer que contrajo matrimonio con Napoleón III (no era tan fácil entender las uniones de aristocracia y plebeyos, ¡aunque se tratara de los Bonaparte!). La chica era toda una fashionista en la corte de Francia, aficionada como ninguna a los abanicos y a las esmeraldas, fue la promotora del miriñaque, ese aparato infame que ampliaba con una crinolina los vestidos con unas barras de metal, vigoréxica obsesionada con su talla, utilizaba aparatos para hacer gimnasia y mantenerse delgadísima. Salía siempre maquillada y llegó a ser la persona más condecorada de Francia. Indagando sobre su vida, se puede ver que todos hablaban de su estilo, y por lo visto se casó, medio despechada por el Duque de Alba, quien prefirió a su hermana Paca, y se convirtió en emperatriz de los franceses con una tiara apabullante  y un velo.

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Su esposo, el emperador Napoléon III, pasó a la historia por su frase “Prefiero casarme con una mujer que amo y respeto que con una desconocida”. Pero también hay que decir que la princesa Adelaida lo había rechazado antes y así, entre despechos hicieron una alianza que renovó a Francia y la forma en que las novias aún hoy se siguen casando.

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