Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

About ©

A raíz de un email mío pasando el enlace con la antología de cien de los mejores cuentos de la literatura universal, recibí varias reacciones de amigos, entre las cuales una de un gran escritor español que me enrostró lo siguiente:

«Muy bien, don Ricardo, contribuyendo a la expansión de la piratería, por lo que veo, porque ahí hay autores que aún no están libres de derechos (esos derechos, únicos en el mundo de la herencia, que caducan a lo 80 años de la muerte del autor). Lo gratuito, en mi opinión, no es un valor sino un disvalor, pero le ruego considere ésto: el tipo que se hace gratuitamente con un texto al único que no paga es al autor; a los demás, o sea, al fabricante del aparato que usa, al que le suministra corrriente eléctrica, al operador telefónica que suministra la descarga… a esos sí les paga. Es más, los enriquece. Y también al sinvergüenza de la web que ofrece esos cuentos ya que, si ha entrado usted en ellos, verá que contienen publicidad, que se embolsa ese benefactor de la cultura libre y gratuita. De verdad, Bada, dicho con todo cariño, a ver si dejamos de bailarles el agua a estos pretendidos libertarios y empezamos a llamar a las cosas por su nombre; por ejemplo: ladrón al ladrón; delincuente al delincuente. Y perdona el exabrupto, que no va contigo, sino contra todos esos aprovechados. ¿Sabes cuánto han bajado las ventas de libros en España?: un 30%. Y no se debe a la crisis, porque esa ya estancó las ventas en un tanto por ciento muy inferior. Es la piratería en un país de pícaros en el que lo que más se admira es “conseguir las cosas por la cara”. Así nos va. Y así les va a los autores, esos privilegiados que no llegan a fin de mes y han de conseguir trabajo suplementario para poder vivir, vamos, lo que se llama pluriempleo».

Contando con su permiso expreso, distribuí esta respuesta a los mismos amigos que recibieron mi email con el enlace a la antología, y desde Managua me llegó esta respuesta de Lillian Levy, una gran amiga que tengo allá:

«Dios me libre de querer polemizar con figuras del tamaño de don *****, eso sería como atarse las manos y ponerse con Sansón a las patadas, no obstante, hago mi defensa personal. Imagino que si ***** viviera en estos lares, donde no hay ni bibliotecas ni librerías, también sería usuario de los piratas.
Me mudé al libro electrónico porque es más fácil conseguir lectura, porque es más barato, porque no quiero ocuparme de libros de papel, porque en una mano puedo tener literalmente toda mi biblioteca, porque trato de no utilizar papel y porque con un dedo puedo consultar el diccionario y la wikipedia, incluso si estoy en la playa. Y también porque cuando se vive precariamente no es posible darse el lujo de tener una biblioteca voluminosa.
Ahora bien, basta con tener un aparatito de esos para que las ganas de leer se multipliquen, sobre todo cuando, como es mi caso, tuve que depender por años de lo que buenamente llegaba a las bibliotecas de mis amigos. Acá los libros circulan de mano en mano, se fotocopian, se escanean, se clonan por medios artesanales. Me pregunto si eso también se considera un delito, o si será delito mayor impedir el derecho a la lectura. A veces, la piratería es un acto de necesidad. Me bastó una sola visita a la famosa isla del Caribe, donde presencié que a los cubanos se les impedía la entrada a una supuesta feria internacional del libro, para convencerme aún más de que el derecho a la lectura es tan elemental como el derecho a la libertad de expresión.
Es cierto todo lo que dice ***** de que se paga a todos los intermediarios. Pero me pregunto entonces si todas las veces que he leído libros en préstamo estoy faltando a la ley porque el autor no recibió ni un centavo a cambio de las muchas horas o años de deleite que me proporcionó. Acá un mismo ejemplar de un buen libro lo leen muchas personas que de otro modo no podrían leerlo.
Por otra parte, esa lista de cien cuentos son en su mayoría relatos que en su momento se publicaron en periódicos y revistas, donde se pueden leer gratuitamente, del mismo modo que yo puedo tener a mi alcance todos los excelentes artículos que el señor ***** ha publicado en El País, y debo añadir que me resulta fácil copiarlos en mi libro electrónico, y enviarlos por correo a todas mis amistades, sin haberle pagado un centavo ni al periódico ni al propio autor. ¿Es eso un delito?
Por último, para mitigar la indignación del señor *****, le hago saber que casi todas mis lecturas piratas son de autores que yacen en el Más Allá, ajenos para siempre a los derechos de autor, y, como me gusta imaginar, satisfechos de que acá Mimenda, recluida en la selva centroamericana, pueda disfrutar tanto de su obra».

También hice circular la respuesta de Lillian, y encontró el apoyo entusiasta de José Luis Rocha, en Marburgo/Alemania:

«Sos una maravilla. Te voy a erigir un monumento, aunque sea de mazapán (que aprecio mucho más que el oro, el platino o los diamantes), por esa apología del delito. Con vos voy a la guerra santa por la piratería. A tus razones, añado:
1. Los autores que viven de su pluma son un reducidísimo círculo. Y no necesariamente por ser los mejores. Recuerdo que en los 80 Benedetti le dijo a mi papá que sólo García Márquez y Vargas Llosa vivían de lo que escribían. Si esa gracia alcanzó a Benedetti posteriormente, significa que un autor genial no vivió de lo que escribió la mayor parte de su vida. Y no por la piratería, que por desgracia entonces no se estilaba.
2. Si alguien le roba a los escritores son sus beneméritos editores. En un mundo donde los costos de diagramación e impresión se han desplomado y donde los precios de los libros van en ascenso, las editoriales se quedan con la parte del león, y no los piratas, al menos no a los que yo accedo, porque esos no ganan un céntimo, sino sólo el placer de compartir y darle tres higas a Anagrama, que vende a 20 euros libros cuyo costo debe andar por los tres euros, incluyendo pagos al autor y traductor.
3. El período en el que algunos (muy pocos, en verdad) escritores vivieron de su pluma (solamente de su pluma, sin tener que lamer demasiados culos) fue media línea en una enciclopedia de 60 tomacos de la historia de la literatura universal. Eso se acabó, cosa que lamento, y no por culpa de los piratas, que en paz trabajen».

A mayor abundancia, Lillian volvió a la carga de una manera más personal:

«Es muy fácil, Ricardo, imaginate lo que hubiera sido de tu pasión por la lectura de haberte quedado a merced del inferiocre*, y que de pronto tienes un aparato donde puedes poner cualquier libro con un solo clic, casi como una varita mágica, y al mismo tiempo, tus ingresos no te permiten comprar todos los que ansías leer, pero por azares del oráculo de google, alguien los pone al alcance de tu mano, sin costo alguno. ¿Rehusarías la oportunidad de leer por no hacerle perder plata a Amas-son o a Alfa-guarra? Yo veo cómo roban a DB sus editores, ella lo sabe pero se aguanta porque dice que la poesía no se hace por dinero, sino por amor. Si le pagaran lo que en verdad le corresponde, viviría con envidiable holgura, pero como dice ella, sus libros le dan apenas «para desayunar rico».
Es muy fácil lanzar condenas y vituperios cuando se vive en la abundancia, o al menos, cuando se dispone de una biblioteca pública decente, del mismo modo que es muy fácil apoyar el régimen del barbudo caribeño cuando se vive con toda comodidad en un país democrático. Como bien dice José Luis, los escritores siempre han vivido con una mano adelante y otra en la consabida parte, y eso no ha sido por obra de la piratería, sino por las voraces empresas editoriales. Y pior se ha puesto la cosa con la modernidá, porque ya no existen o están a punto de expirar editoriales que hicieron leyenda, como fue la de Mario Muchnik, que acaba de cerrar, si mal no recuerdo. Ha habido un cambio de paradigma en el negocio editorial, pero eso es otro tema.
No, no me siento culpable por poder amar un buen libro sin el permiso de nadie. Cuando puedo pagar, los pago. Yo no hago «bisnes» con los libros, solo los disfruto a mis anchas. Imagino que a un escritor «de raza» le gusta más eso que languidecer arrumbado en un anaquel.
Para rematar, ¿cuántas veces habremos trabajado a cambio de migajas para empresas editoriales y organismos dizque culturales, solo porque no hay otra manera de conseguir los frijoles? Que no me jodan».

Quedaría por añadir el espléndido texto de una ponencia presentada por un gran autor paisa en el último Congreso de la Lengua, en Panamá, sobre la muerte del © tal y como lo conocemos hoy en día, pero me falta su autorización. Por lo cual pongo acá punto final a este debate, no sin añadir mi propia reflexión: ¡De la que me he librado por no ser autor de libros, madre mía!
_____________________________________________________________________
* Es la manera como siempre llamo al nefasto general Franco. Vale.

Comentarios