Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Para una Historia Visual de la Infamia: La elite nazi y un fotógrafo amateur

En la misma editorial Klartext (=literalmente “texto claro”; metafóricamente “más claro, el agua”) que publicó el libro del que hablé en mi post anterior, apareció también el que quiero comentar ahora y que sigue haciendo honor al nombre de la editorial. Y este segundo libro se titula Adolf Hitler en el “Rhin alemán”: La elite nazi vista por un fotógrafo amateur, y en él se recogen 141 fotos hechas por un aficionado, Teo Stötzel, que era amigo personal de Rudolf Hess, el lugarteniente de Hitler.

Con la llegada al poder en 1933, los nazis descubrieron la buena vida. Y no se privaron de ella. Uno de los meridianos de la buena vida pasaba por Bad Godesberg, al sur de Bonn y frente a las siete colinas y la Roca del Dragón, todo un entorno muy nibelungo, dicho sea de paso. En Bad Godesberg, a la orilla del Rhin, el hotel Dreesen era una de las direcciones preferidas por la high society alemana, y al menos desde 1933 a 1936, los más altos jerarcas del partido y el Estado hicieron visitas regulares a tan distinguido albergue. Hitler, entre ellos.

Hitler siempre viajaba con su fotógrafo áulico, Heinrich Hoffmann, quien era la única persona autorizada para retratarlo de una manera oficial. Pero Teo Stötzel, prevaliéndose de su amistad con el delfín del régimen, y del hecho de vivir en Rüngsdorf, el barrio de Bad Godesberg donde sigue estando el Dreesen, siempre aparecía por allá con su cámara, y que se sepa, nunca hubo nada en contra de que fotografiase: se sospecha que además de por ser amigo de Rudolf Hess, también porque el alcalde de BG y el director del hotel estaban interesados en retratarse con la haute volée.

Estas fotos permanecieron lógicamente inéditas por los días en que fueron hechas, y hasta mucho después, ya muerto el matrimonio Stötzel. Por último, su hijo regaló los 400 negativos a un periodista, y a partir de ese momento estaba programado que algún día fueran publicadas. Es el libro del año 2003 que tengo en las manos.

Se trata de un documento gráfico interesantísimo, porque los jerarcas aparecen aquí despojados de ese hieratismo patético-ridículo que es una característica de la gestualidad nazi. La cámara los sorprende en sus momentos de expansión humana, en un ambiente distendido, entre amigos que todavía eran entre sí, ya vendrían más tarde los sangrientos ajustes de cuentas.

Reseñaré sólo tres fotos de las 141. En la primera se ve al matrimonio Terboven sentado con Goebbels alrededor de una mesa baja, como si fuera del bar del hotel. Terboven llegaría a ser en 1940 comisario del Reich en Noruega, y se suicidó al capitular Alemania en 1945. Aquí lo vemos a la izquierda de la foto, y a su joven, bella, rubia y aria esposa a la derecha, y Goebbels está enmedio: y lo espectacular de la foto es la mirada engolosinada de Goebbels, fija de un modo casi ensoñador en el escote de Frau Terboven.

La segunda foto que deseo describir es la de Hitler en la cubierta de un barco de recreo de los que recorren el Rhin, y saludando brazo doblado en alto, como era su costumbre (que parece siempre un jugador de baloncesto a punto de lanzar el balón hacia la canasta). ¿Y a quién está saludando?: pues a los pasajeros de otro de esos barcos de recreo, en este caso uno neerlandés que se llama Juliana, Princesa de los Países Bajos, y lo curioso del caso es que esos pasajeros, la mayoría, también lo saludan brazo en alto y algunos hasta en posición de firmes. Ay, estos neerlandeses de vacaciones, de qué cosas no serán capaces

Y la terceraah, es otra joya. Es la foto de una foto, hecha también durante ese mismo crucero por el Rhin. En la esquina inferior izquierda, recostado en la borda, está Goebbels. En primer término, también abajo, a la derecha, de espaldas, Hoffmann en el momento de retratar a Hitler, quien ocupa el centro de la mitad inferior del cuadro, de uniforme y con gorra de plato, con el mentón carismáticamente alzado en dirección a la orilla derecha del Rhin y con las manos cruzadas delante de la entrepierna como los jugadores de la barrera en el lanzamiento de un tiro libre. El resto del fotograma lo llenan el Rhin, “el Rhin alemán”, con su Führer al centro y la orilla izquierda (Bad Godesberg y el hotel Dreesen) en el borde superior. Hasta las olas de la estela del barco se confabulan para hacer de esta foto una imagen histórica, y en la que no se sabe qué admirar más, si la profesionalidad de Hoffmann o la astucia de Stötzel.

[Viene luego otra foto divertidísima y que yo creo que le hubiese costado un buen rapapolvo de la Gestapo, en la que se ve a Hitler sentado en la popa del barco, con los codos apoyados en los brazos de la silla y las manos semicerradas y recogidas entre las piernas, ¡pero, sobre todo! con el labio superior fruncido hacia el bigotito como si estuviese oliendo caca, como si se lo hubiera hecho en los pantalones].

Para concluir, quiero dejar testimonio fehaciente de que desde mucho antes de encontrarla documentada en este libro, todos los días, al asomarme al telediario y registrar con qué avidez la mirada del político entrevistado rastrea el entorno para descubrir cuál es la cámara que lo está filmando, me saco el sombrero delante del precursor de todos ellos en el arte de posar. Él fue quien los orientó en la dirección del Big Bastard, de ese Hitler liliputiense (aunque no siempre: recordemos a Pol Pot, Idi Amin, Milosevic) que se les autoinstala a los políticos cuando llegan al poder, el clandestino Mr. Hyde detrás de sus respetables apariciones como Dr. Jekyll. Después de lo cual me entra a caminar por el pecho una indecible angustia. Pero ésa es sólo cosa mía.

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