Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

El mensaje de la arborícola

Una columnista de este diario, Ana Cristina Restrepo, una amiga a la que admiro aún más de lo que la quiero, y la quiero mucho, pueden creerme, publicó la semana pasada una columna de las suyas regulares en El Colombiano, de Medellín:          http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/A/arbol/arbol.asp

Leerla me llevó a recordar otra columna, en este caso mía, que fue publicada en La Opinión, de Los Ángeles (¡no confundir con la opinión de los ángeles!) el domingo 29 de octubre de 2000; y como creo que complementa de algún modo lo que arguye mi querida Anacrís, la desempolvo y la recupero en este mi blog. Se titulaba ÁRBOLES, LIBROS, PROEZAS, El mensaje de la arborícola, y decía así:

Según la teoría evolucionista de Darwin, el ser humano desciende del mono, y el mono, a su vez –como sabemos– desciende del árbol. Pero en este caso quien descendió del árbol el mes de diciembre del año pasado fue la joven Julia Hill, la cual, por cierto –y como dirían los españoles– es muy mona, si bien en el sentido estético y no zoológico de la palabra.

Y a propósito de Darwin, una anécdota. Fíjense en el primate que protagoniza la etiqueta de uno de los más populares aguardientes españoles, el Anís del Mono. Descubrirán que ostenta el rostro del gran naturalista británico, y que enseña con la mano derecha un papel donde puede leerse: «Es el mejor, la Ciencia lo dijo y yo no miento». Vean ustedes cómo la enconada polémica entre evolucionistas y no evolucionistas llegó a reflejarse en la publicidad.

Pero volvamos a la historia de Julia Hill. Seguro que sí la conocen, no obstante la repito resumida por si la olvidaron.

Esta joven se opuso activamente en California a la tala de una de esas catedrales de la Botánica que son las secoyas gigantes. Su oposición activa consistió en trepar hasta una altura de 60 metros en la espesura de ese árbol y quedarse a vivir allí nada menos que 738 días.

Su protesta dio resultado, y la compañía maderera que iba a talar la secoya gigante, bautizada con el nombre de Luna y en la que Julia Hill vivió durante dos años y ocho días, no clavó en ella su hacha de guerra: Luna sobrevivió a la tala.

Una buena señal para la ecología, pero también un arma de doble filo. Porque si para salvar cada árbol es necesario que un ecologista se encarame a vivir en él, reconozcamos que no hay en el mundo ecologistas bastantes, o por lo menos tan comprometidos, o en último término tan inmunes al vértigo.

Ni perdamos de vista que si quienes se suben a los árboles, en la Amazonia, son los indígenas amenazados en su hábitat, los «fazendeiros brasileiros» seguramente no hacen gala de la paciencia y la resignación final de la compañía maderera a la que se enfrentó Julia Hill.

En otras palabras, nuestro respeto a la hazaña cumplida por la intrépida joven californiana, con prescindencia de que su proeza la pueda haber estimulado eventualmente a cultivar cierto complejo de superioridad (no en vano vivió durante 738 días a 60 metros de altura).

Pero no nos llamemos a engaño: en materia de protección medio ambiental, las acciones individuales cuentan poco, y los muchos árboles que ocupen otras tantas «Julias Hill» siempre harán que se deje de ver el verdadero bosque: la jungla de los intereses bastardos, homicidas y suicidas, a los que la ecología les importa un bledo.

Julia Hill se encuentra ahora en Alemania promocionando The Legacy of Luna, el libro en el que narra su experiencia, traducido y publicado aquí bajo el título Die Botschaft der Baumfrau (o sea, en cristiano: El mensaje de la arborícola).

La fecha no puede ser más propicia porque recientemente tuvo lugar en Fráncfort del Meno la mayor feria internacional del libro del mundo. Casi doscientos mil metros cuadrados donde se expone la mayor muestra universal de libros –el año pasado fueron 385.275– y donde se negocian sus correspondientes copyrights.

A la vista de esta megaoferta cabe hacerse una lógica y al mismo tiempo provocativa reflexión que podemos formular convertida en pregunta: ¿cuántos árboles ha sido necesario talar para fabricar las toneladas de papel que significan estas centenas de miles de libros, entre ellos el de Julia Hill? Y que conste: el arriba firmante es un bibliómano empedernido.

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