Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Orgullo y prejuicio

Ayer se cumplieron doscientos años de la publicación de una obra maestra, Pride and Prejudice, la novela impar de Jane Austen.

Y quiero recordar aquí cómo fue que se la di a conocer a un colega a quien admiro, al mismo tiempo que un amigo a quien muchísimo aprecio, el cual me había pedido que le aconsejara algún libro para leer. Le pregunté si ya conocía Orgullo y prejuicio, me contestó que no, se la recomendé muy vehementemente, y Óscar Domínguez, mi colega y amigo, para mi bien, me hizo caso.

Digo para mi bien porque no sé cómo pagar mi deuda con él por su lectura compartida conmigo a través de unos emails diarios que eran como los partes de una incruenta guerra gracias a la cual Óscar estaba conquistando un territorio del que se sentía feliz descubridor. De tal manera que, cuando terminó la lectura de esta novela realmente prodigiosa, quise hablarle in extenso de ella, aun corriendo el riesgo de repetirme en algunos momentos. Y así le escribí, y sea la transcripción de esa carta mi homenaje a Pride and Prejudice en el bicentenario de su primera edición:

«La leí muy joven, a los 17 ó 18 años, sin entenderla. Recién la empecé a entender cuando ya sabía alemán y había descubierto que las obras traducidas a este idioma lo estaban mejor que al nuestro por la sencilla razón de que Alemania es algo así como la patria de los traductores. (Conforme más universal es el idioma que se habla, más bajo es el nivel de sus traducciones: algo curioso que he visto constatado entre los ingleses, los franceses y nosotros). Entonces, un día, en una librería, ojeando y hojeando novedades, descubrí la nueva edición alemana de Orgullo y prejuicio y la compré y la lei. Fue toda una revelación. De repente me di cuenta de que estaba en presencia de una obra maestra. Pero no sólo eso. Es que, además, en esos diez años transcurridos desde la primera lectura en español, yo me había sensibilizado enormemente en contra del machismo y de la discriminación. Y esta novela es un abierto desafío a ambos.

A mí me hace gracia cuando dicen que los latinos somos machistas. ¡Joder, que quienes lo digan se pongan a estudiar las leyes hereditarias inglesas hasta el siglo XX!  Ahí tienes a las cinco chicas Bennet y a su mamá, que cuando el padre se muera, si no han logrado casarse, se van a la puta calle porque la casa donde viven pasa automáticamente por herencia al primer descendiente varón de la familia, en este caso el cretino de Mr. Collins, un primo bastante más que lejano. Y en Emma, la preocupación más grande de su protagonista, al pensar en que Mr. Knightley podría casarse, es que si fuese padre de un hijo varón, el sobrino mayor de Emma, Henry, que lo es asimismo de Knightley, dejaría de heredar la hermosa propiedad de la familia. Luego, al final de la novela, Emma se da cuenta de que esa preocupación era una especie de tapadera del amor que ya sentía por él, sin saberlo, pero sí sabiendo que no quería que él se casase con otra.

Pero en fin, esa es otra historia, de manera que vuelvo a Orgullo y prejuicio.

Independientemente de que está escrita como muy pocos escritores han sabido escribir, bastaría con los retratos de Mrs. Bennet, Mr. Collins y Lady Catherine para asegurarle un puesto en los altares de la literatura universal. (Mr. Collins es un prodigio de caracterización: sólo Molière ha conseguido algo semejante con su Tartufo). Pero es que además están Lizzy y Mr. Darcy, que son una de las parejas mejor diseñadas en la historia de esa misma literatura. La profundidad del análisis de las dos personas, de sus sentimientos y reflexiones, es algo raras veces alcanzado por un autor. Y además de todo ello, la ironía, que vale su peso en oro.

[En Emma, que acabo de releer, la ironía es también una de las cartas de triunfo. Pienso por ejemplo en el momento en que Emma espera ante la puerta de la tienda de Mr. Ford a que Harriet haga unas compras, y siente la llegada de la parlanchina Miss Bates, una de esas personas que han perdido el tornillo del silencio, y eso no sería lo malo, sino que cuando abre la boca –y es siempre– siempre lo hace para soltar un chorro inacabable de necedades, vaciedades y lugares comunes. La ironía de Jane Austen queda patente en cómo describe la sensación de Emma sin ni siquiera nombrar a Miss Bates: “Se aproximaban unas voces, o mejor dicho: una voz y dos damas”].

¡Y los diálogos de Pride and Prejudice!  Sobre todo todas las escenas en que se enfrentan Lizzy y Darcy: son verdaderas joyas, auténticas golosinas, boccati di cardinali. Pienso nada más en la tensión emocional, y te diré que creo que uno de los momentos más altos de la literatura inglesa (y en lengua inglesa, y en cualquier lengua) es el capítulo XXXIV, cuando Mr. Darcy le declara su amor a Lizzy, y el diálogo tenso que mantienen, cómo va subiendo de tono y la tirada final de Lizzy:

“You are mistaken, Mr. Darcy, if you suppose that the mode of your declaration affected me in any other way, than as it spared me the concern which I might have felt in refusing you, had you behaved in a more gentleman-like manner. (…) You could not have made me the offer of your hand in any possible way that would have tempted me to accept it. (…) From the very beginning, from the first moment I may almost say, of my acquaintance with you, your manners, impressing me with the fullest belief of your arrogance, your conceit, and your selfish disdain of the feelings of others, were such as to form that ground-work of disapprobation, on which succeeding events have built so immoveable a dislike; and I had not known you a month before I felt that you were the last man in the world whom I could ever be prevailed on to marry.                                                                                                (Se equivoca usted, Mr. Darcy, si supone que la forma de hacer su declaración me hubiese podido influir de otra manera que ahorrándome el pesar que habría sentido al rechazarlo, de haberme tratado usted con más delicadeza. No me hubiera podido ofrecer su mano de ninguna forma que me hubiese tentado a aceptársela. Desde el mero comienzo, casi podría decir desde el primer momento de conocerlo, usted ha demostrado con sus maneras el grado de su prepotencia, su arrogancia y su desprecio egoista de los sentimientos de otras personas, que fue lo que fundamentó mi antipatía, y los acontecimientos que siguieron reforzaron mi aversión, y  no lo conocía a usted más allá de un mes, cuando ya sabía que es el último hombre en la tierra con quien quisiera casarme”).

Joder, qué tía, como te dije cuando te mandé la traducción hace un par de días.”Truly devastating words. (Palabras verdaderamente devastadoras”), dice la edición comentada que es reina y señora, con la del Quijote, de mi mesa de trabajo.

Una de las cosas más impresionantes de la escritura de Jane Austen es su diáfana precisión, y en esas palabras de Lizzy está toda la Lizzy anterior a su frase después de reflexionar sobre la carta que Darcy le escribe luego de retirarse con el rabo entre las piernas pero decidido a reivindicarse ante ella, al menos en lo que se refiere al tema Wickham: “Till this moment I never knew myself. (Hasta este momento no me conocía a mí misma”). Además, hay que tener los ovarios muy bien puestos, a fines del XVIII o principios del XIX, siendo mujer y en Inglaterra, y sin dote, para rechazar el mejor partido de toda la novela. Es eso lo que hace tan simpática y adorable a Lizzy, su saber poner las cosas en su sitio: el dinero es importante, casarse bien es importante, pero otras cosas lo son más. Y menos mal que contaba con la ayuda de su padre. Acuérdate de cuando antes rechazó la también bastante buena propuesta matrimonial de Mr. Collins (aunque ¿qué son sus 500 ₤ anuales en comparación con las más de 10.000 de Mr. Darcy?), y su madre se indigna y recurre al padre para que haga entrar en razón a la indómita, y Mr. Bennet le dice: “Elizabeth, estás ante un desventurado dilema. A partir de hoy uno de nosotros dos será un extraño para ti. Tu madre no quiere volverte a ver si no te casas con Mr. Collins, y yo no quiero volverte a ver si lo haces”.

Por cierto que me dices que Lady Catherine, en un gesto de pragmatismo final, reanuda relaciones con Darcy, y no sé si se trata de un fallo de la traducción que has leído, pero en realidad esa reanudación de relaciones es obra de Lizzy. Cuenta Miss Austen que la dama montó en cólera al enterarse de la boda de su sobrino y dejó constancia de ello en una carta muy ofensiva, sobre todo para Lizzy, de manera que se produjo una ruptura de relaciones entre Rosings y Pemberley, aunque sin solución de continuidad añade: “Pero con el tiempo, gracias a la persuasión de Elizabeth, [Darcy] se convenció de que debía olvidar la ofensa y buscó la reconciliación, y luego de una pequeña resistencia por parte de su tía, esta depuso su rechazo, bien por su afecto hacia él, o por la curiosidad de ver cómo se conducía su esposa”. Es decir, que por si acaso no había quedado claro en el resto de la novela, Lizzy demuestra aquí ser un espíritu mucho más noble que la “noble” de alcurnia.

Aunque lo que estoy contándote llueva sobre mojado en tu caso (no en vano también eres ya  un janeausteniano convicto y confeso), el único lunar que veo en esta novela es que sucede un poco en el vacío histórico. Jane Austen la escribió en 1797 y luego la reescribiría diez años más tarde, para publicarla con el título que conocemos hoy. La primera versión se titulaba, y es también un título programático, Primeras impresiones, pero Orgullo y prejuicio tiene más fuerza, como el título Crimen y castigo tiene un gancho que le falta a la versión que se titula Raskolnikoff. Escrita, pues, en 1797, no hay nada en ella que remita a un acontecimiento trascendental en la Historia de la humanidad, la Revolución Francesa de 1789; y reescrita diez años más tarde, no hay nada que sugiera la enconada pugna de Inglaterra, en un primer momento solitaria, contra Napoleón, el bloqueo que sufrió el país, el temor a una invasión. Nada de ello aparece en la novela ni siquiera como trasfondo, ni siquiera se menciona.

[Como dije en mi Carta abierta a Jane Austen, publicada en El Malpensante, en Persuasión encontramos al principio una alusión a la derrota de Napoleón y su destierro dorado en la isla de Elba, y al final la noticia de que ha escapado de Elba y rehecho su ejército, con lo cual se reanuda la guerra. Pero estos son los dos únicos momentos en que la Historia se hace presente en la obra de Jane Austen. Y también –como música de fondo­– en Mansfield Park, donde la familia Bertram, dueña de la mansión que da título a la novela, tiene unas plantaciones en la isla de Antigua, en el Caribe, cultivadas por esclavos, y cuando Fanny Price, la protagonista, le dice a su primo Edmund Bertram que la esclavitud es una plaga que hay que erradicar, él, aunque participa de las ideas liberales de la prima, no tiene más remedio que reconocer la realidad: “Sí, pero estamos viviendo de ella”, aludiendo al lujo y las comodidades de la casa].

Sólo dos cosas más querría decirte a propósito de Orgullo y prejuicio, a cambio de los tesoros ocultos de este libro querido que has descubierto por tu cuenta, y que tanto te agradezco que compartieras conmigo. Una de las cosas que más me gusta de él es cómo, cuando queman las papas, los presuntas buenas maneras de la aristocracia se asemejan sospechosamente a las de las clases inferiores, Lady Catherine defiende su pretensión a que su hija se case con Mr. Darcy de manera casi más vergonzosa que el celestinazgo con sus retoños de Mrs. Bennet, quien siempre cuenta a su favor, en este caso, con su estrechez de mente y su incultura. Aunque hay algo en que curiosamente coinciden las dos, pese a ser profundamente antipáticas y hasta repulsivas, y es en su rechazo del sistema machista de la herencia en Inglaterra. En ese sentido son más “modernas” que sus hijas, tal vez porque sus hijas todavía no son madres ni además lo son solamente de hijas.

Y otra de las cosas que adoro del libro es el sentido de la justicia moral de que hace gala Jane Austen. Vayamos por orden.

Veamos primero el caso de Lydia, que es una imbécil integral, y al escaparse con el infame Wickham pone en peligro el futuro y el honor de sus cuatro hermanas: su destino será –gracias a los dioses que protegen a Lizzy– menos malo de lo que pudiera haber sido, pero estará obligada a vivir de la soldada de su marido y de lo que gorroneen ambos a las hermanas más afortunadas de ella.

Fíjate luego en que Charlotte Lucas, que ya anda cerca de la treintena y sabe que se puede quedar para vestir santos, se casa con Mr. Collins cuando Lizzy lo rechaza, y lo hace a pesar de que Lizzy le dice de la manera más expresa qué clase de tipo es pero bueno, una vez casada, ni siquiera importa con quién, alcanzó el puerto y está segura (volvemos al tema del machismo). OK?  Pues bien, Mr. Collins tiene unos ingresos de alrededor de 500 ₤ anuales.

Aludiré ahora al destino de Miss Bingley, al menos hasta donde alcance en el tiempo el epílogo de la novela: Miss Bingley quiere cazar a toda costa a Mr. Darcy, y al darse cuenta de la atracción que Lizzy ejerce sobre el objeto de su interés (y no sabemos si de su afecto o incluso amor), su estrategia consiste en criticarla sin pausa. Miss Bingley, para no perder el derecho de piso en Pemberley, se traga el sapo de la boda de Lizzy y Mr. Darcy, y ya te digo, hasta donde llega el epílogo se queda soltera, pero bueno, como tiene fortuna propia no es tan grave la cosa. Lo que sí es grave –para ella­– es que Jane Austen la castiga por no haber practicado el fair play.

Pasemos a Jane, que se casa con Mr. Bingley, enamorada de él, y él de ella, pero a Jane en realidad le cae todo en el halda, como llovido del cielo, porque ella se limita a ser el alma más bondadosa de la novela, y en lo único en que demuestra actividad es en el cuidado de los hijos de su tío cuando los Gardiner se llevan consigo de vacaciones a Lizzy. Sea como fuere, Jane Austen la recompensa con nada menos que 5.000 ₤ anuales y Netherfield, que es una linda mansión campestre.

Queda Lizzy. Uno de los grandes amores de mi vida. Lizzy rechaza la propuesta matrimonial de Mr. Collins por dos razones, una personal y otra extrapersonal. La personal es que no habría fuerza humana capaz de hacerla casarse con semejante idiota y chupamedias, y la extrapersonal porque a Jane Austen le hubiese repugnado sentirla “propiedad” de semejante cretino. Sigamos. Lizzy rechaza la propuesta matrimonial de Mr. Darcy (no hace falta que te explique las razones) y cuando recibe la carta de él explicándole las circunstancias de su intervención en la ruptura de la relación entre Jane y Mr. Bingley, y sobre todo la conducta del tal Mr. Wickham, inicia un proceso de reconocimiento de sus propios errores y de su propia personalidad como pocas veces se ha podido presenciar en primera fila de platea en la literatura universal, culminando con esa frase definitiva de “Till this moment I never knew myself”.

Cuando se reencuentra con Mr. Darcy, nada menos que inesperadamente en Pemberley, ese palacio de cuento de hadas (“¡Y pensar que yo podía haber sido la dueña de todo esto!” se dice contemplando el parque desde uno de los ventanales), aún no ha descubierto que en el fondo ya está enamorada del dueño de todo eso. Es algo que se nota en la frase final del capítulo XLIV: al decirle Mrs. Gardiner que han sido invitadas a Pemberley, la chica siente un espontáneo entusiasmo, “pero cuando se preguntaba la razón de su alegría, no acertaba a explicársela”, señala sutilmente Jane Austen. La cual recompensa a Lizzy casándola con alguien que dispone de una renta de más de 10.000 ₤ anuales y ese ensueño que es Pemberley. ¡Y los dos además enamorados el uno del otro! ¿hay quien dé más?

Certifico: el sentido de la justicia moral de Miss Austen me lleva a sacarme el sombrero.

Lo grandioso de esta novela no es tanto lo que se cuenta, sino cómo se cuenta. Una gran conocedora de ella, la productora de la incomparable serie de la BBC en 1995, confesó en el documental “The Making of Pride and Prejudice: “He leído esta novela una docena de veces, y todas y cada una de ellas lo hice temblando de pensar que Lizzy y Darcy no terminaran siendo una pareja, todas y cada una de las veces sé que no tiene sentido temblar de incertidumbre por algo que sé (desde la primera vez que leí el libro) que no va a suceder, pero justamente esa es su magia, que temo que sí suceda lo inimaginable”. Exactamente igual que me pasa a mí, aun cuando creo que sólo la he leído unas diez veces.

Last but not least : Hay quienes encasillan a Jane Austen como “casamentera” y “rosa”, pero no me merecen otro adjetivo que el de imbéciles.

Lo dicho, Óscar del alma, gracias por haber compartido conmigo tu lectura, y sé bienvenido a la Internacional Pemberley. Desde ahora eres ya Sir Oscar Landy (=Paisa)».

Nota bene : Ojalá los lectores de este largo texto se reconcilien conmigo por haber intercalado en él –como hipervínculos– dos preciosas escenas de la versión de la BBC, 1995, con Jennifer Ehle y Colin Firth, los mejores Lizzy Bennet y Mr. Darcy que imaginarse puedan. Vale.

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