Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Don Baldomero Sanín Cano

Jamás les perdonaré a mis amigos colombianos el hecho de que nunca me hablasen de don Baldomero Sanín Cano. Aunque después de todo, quién sabe, quizás no me lo recomendaron porque pensaban que ya lo conocía. Y no era así.

Vine a descubrirlo por la casualidad de haber sido yo en aquel entonces un lector impenitente de la revista El Malpensante y aparecer ahí la reseña de la reedición de uno de sus libros, titulado Tipos Obras Ideas. Sería un tanto exagerado decir que removí Roma con Santiago (la de Compostela, no de la Chile) hasta conseguir un ejemplar de ese libro. Bastó pedírselo a una buena amiga bogotana, Constanza Vieira, periodista tan vocacional que siendo bebé lloraba cuando su padre y Gabo hacían largas pausas en la conversación.

Y bueno, la lectura de Tipos Obras Ideas me confirmó mucho de lo que pensaba previamente acerca de Sanín Cano en base a la reseña de El Malpensante.

Él fue tal vez una de las personas mejor dotadas, en el mundo hispanoamericano, para la crítica constructiva, y no sólo en el terreno literario; hay en él un afán de comprender al otro, al que no piensa como él, que resulta muy refrescante y muy saludable en estos tiempos de dogmatismos excluyentes y hasta homicidas.

Tuve la curiosidad de buscar en un magnífico léxico alemán de autores latinoamericanos, el del profesor Dieter Reichardt, y hablando del gran polígrafo paisa, de Rionegro, el profesor Reichardt dice lo siguiente, que traduzco: «Característica [de la obra de Sanín Cano] es la mirada comedida, diferenciada, que no acepta ninguna clase de exclusiones. () Hay que destacar la sencilla elegancia de su estilo, donde se puede reconocer que, por razones de edad, perteneció al modernismo. Esta elegancia, sin embargo, no es sino la envoltura de una precisión y una concentrada plétora de ideas, que como dijo [el escritor argentino] Enrique Anderson Imbert en El humanismo y el progreso del hombre, conducen a una prosa “habitada y no sólo visitada por el epigrama»».

Por mi parte, entre mis descubrimientos leyendo ese libro de Sanín Cano se cuenta el hecho de que cuando se refiere a los habitantes del gran vecino del Norte siempre los llama saxoamericanos, y una cosa que me hizo estallar en aplausos y risas es que fue, sin yo saberlo, precursor de Julio Camba. De la misma manera que el inmenso humorista gallego, cuando hablaba de los Estados Unidos, solía puntualizar que son los del Norte de América entre el Canadá y los Estados Unidos Mexicanos, de la misma manera ironiza Sanín Cano que «existe una república, tan conocida en el orbe que es superfluo designarla por un nombre del que carece».

Y en algún otro texto de su libro me he tropezado, cuando don Baldomero habla del arte, con «el estrépito luminoso de las praderas florecidas de Liebermann», de las que tenemos un ejemplo espléndido en el Museo Wallraf–Richartz acá en Colonia. Y recuerdo al respecto que se la he mostrado un día a Andrés Hoyos, el director de El Malpensante: ya ven ustedes cómo el mundo es un pañuelo y cómo las cosas se engarzan entre sí por el procedimiento de las cerezas.

Pero a decir verdad, creo que lo que más me iluminó, de todo el volumen titulado Tipos Obras Ideas, es la reflexión que hace Sanín Cano sobre la mortandad masiva de indígenas americanos a consecuencia de la llegada de los conquistadores. Una reflexión tan sencilla como aguda: los indígenas eran gente muy limpia y aseada, mientras que los españoles no conocían la higiene y hedían y atufaban de un modo criminalmente pestífero, de modo y manera que masacraron a los aborígenes por la nariz.

Debo darle la razón a don Baldomero y además reforzar su argumento con lo que explicaba tan graciosamente el humorista argentino Enrique Pinti acerca de la promesa que hizo Isabel la Católica de no cambiarse de camisa hasta que capitulase el reino de Granada. Según Pinti, cuando la reina llegó por fin a Santa Fe de Granada y tuvo a la vista la Alhambra, abrió los brazos, y ay dios de mi vida, ese fue el comienzo de la primera guerra bacteriológica de la historia.

Me queda ahora la duda de si Pinti no habrá leído alguna vez este ensayo de don Baldomero Sanín Cano, quien residió y publicó durante tantos años en el Río de la Plata. Es más: la primera edición de Tipos Obras Ideas se imprimió en Buenos Aires. Pero ¿cómo dice el lema de la orden de la Jarretera?  Honni soit qui mal y pense!

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