Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

La alquimia del agua

La alquimia del agua es un libro admirable que difícilmente encontrará su camino al otro lado  del charco grande, y por eso mismo lo quiero acercar un poco, aunque sólo sea un poquito.

Es un libro que desde el título, La alquimia del agua, y el subtítulo, Antología heterogénea de poesía y prosa poética, pasando por los créditos, «textos y poemas seleccionados por Santiago Aguaded Landero, Jack Landes y Sarah Schnabel» (los tres con sus fotos respectivas, en la solapa de la portada y en la segunda página de guarda), nos conduce al Índice, en el cual, como en una piscina de un acuario gigantesco, nadan a placer desde el pueblo maya a Cristina Peri Rossi, pasando por Ramón  J. Sender, Octavio Paz, Lewis Carroll, Pablo Neruda, Alejandra Pizarnik, Franz Kafka, Sylvia Plath, Miguel Ángel Asturias, Goethe (traducido por mí), Julio Cortázar, José Emilio Pacheco, J.A. Ramos Sucre, Virgilio, Emily Dickinson, William Blake, Borges, Claudio Rodríguez, Reiner [sic] Maria Rilke, Aurelio Arturo, Victor Hugo y el viejo Walt Whitman. E tutti quanti.

Todos con uno o más textos que de alguna manera tienen que ver con el agua, uno de los cuatro elementos esenciales junto con el aire, la tierra y el fuego. Y como sé a ciencia cierta que el antólogo (¿antólogo?) cuyo nombre aparece en portada, Santiago Aguaded, está preparando un segundo volumen protagonizado por la tierra, extraigo de ello la brillante y sherlockholmesiana conclusión de que La alquimia del agua es el primer volumen de una tetralogía que, cuando esté concluida, será al mismo tiempo una de las más curiosas y extrañas de la literatura universal. En bastantes puntos parangonable con alguna de las que en su día fraguaron al alimón Borges y Bioy Casares: «lo digo y no me corro» (César Vallejo dixit!)

Siquiera por ello ya sería bueno haberse metido entre pecho y espalda las 350 páginas de este que León de Greiff llamaría cariñosamente “mamotreto”, publicado en la colección Insurgentes de Ediciones Consulcom, en Huelva, Andalucía, en el Reyno Desunido de la Exgran España. Pero es que, además, el libro ofrece la peculiaridad de que sus presuntos tres autores no son sino un decidido caso de heteronimia; razón por la cual puse antes entre paréntesis e interrogaciones la palabra “antólogo” y me atreví a aupar su obra hasta la altura de una del binomio Borges/Bioy, inventores de tanto autor que anda citado por ahí como si alguna vez hubiese existido.

Más no quiero añadir porque tengo muy en claro algo que ya dejé dicho y publicado el 6.6.2001 en una columna de La Opinión, de Los Ángeles (¡no confundir con “la opinión de los ángeles”!), al reseñar una novela tica: «Sé que puede parecer un poco sádico hablarles de los libros que uno ha leído a un público lector que no tiene acceso a ellos por la sencilla razón de que las fronteras nacionales, en materia de libros, son casi tan impenetrables como la muralla china. Pero» añadí entonces, como lo hago ahora, once años después, «aguardo de la iniciativa de alguno de mis lectores, de oficio librero, el que tenga el valor de fiarse de mi criterio y, en ese caso, encargar a San José de Costa Rica varios ejemplares de la novela Cruz de olvido de Carlos Cortés. Sea esta mi modestísima contribución desde el Norte al diálogo con el Sur, en el sentido que lo pedía y hasta casi lo exigía la Comisión Willy Brandt».

Y aplíquense el cuento, mis lectores libreros, a La alquimia del agua, cuyas señas de identidad he dejado bien balizadas en este post.

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