Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Amerigo Vespucci († 22.2.1512)

El 22 de febrero de 1512, hoy se cumplen cinco siglos, murió en Sevilla la persona gracias a cuyo nombre América se llama América, y no como tendría que haberse llamado: Colombia.

Hace un par de semanas, en una de mis columnas en este mismo diaario, constaté que son pocos los escritores que han dejado su huella en la nomenclatura científica, y que uno de ellos fue Goethe. Los mineralogistas llaman goethita a un óxido de hierro que al soplete se funde sólo en los bordes. Es, dije entonces, casi una metáfora de la obra del genio de Weimar: por mucho fuego crítico que se aplique a su superficie, el centro es refractario al incendio exterior, y es porque se alimenta –o se consume– como el sol, de su propia combustión. Luego he descubierto el caso de la araña Bagheera Kiplingi, así bautizada en honor de la pantera negra en El libro de la jungla.

Mi columna la motivó la aparición en Argentina del fósil de un mamífero tipo ardilla, con dientes como sables, al que su descubridor bautizó Cronopio dentiacutus, en honor de Cortázar.  De tal modo que el cronopio sería, casi con toda certeza, el primer ser literario que sirve de padrino a un logro de la Ciencia, porque Pimpinela Escarlata se llamaba así por la flor, que existía antes que el personaje.

En el ámbito de la geografía también hablé de una cumbre montañosa Guimarães Rosa, en la frontera entre Brasil y Venezuela, y poco después me acordé de que, desde 1932 a 1990, la ciudad rusa Nizhny Nóvgorod se nombró como el más ilustre de sus hijos: Gorki. Por último, mientras maquinaba una nueva columna, y aunque no se trata de un escritor, descubrí la isla U Thant, en el East River de Nueva York, frente a la sede de las Naciones Unidas: U Thant fue su tercer secretario general, por cierto que citado varias veces como tal en Mafalda.

Una nueva columna se publicó el viernes pasado también acá, en El Espectador, y se la dediqué a Amerigo Vespucci, a quien solemos llamar Américo Vespucio. Tuvo una regular repercusión en el público lector, siéndome especialmente grato el aporte de Samuel Whelpley, a quien ustedes ya conocen por su lista de #30Libros en este mismo blog. Desde Barranquilla supo decirme: «Hace poco, para su coleccion de nombres, encontré un roedor argentino llamado Salinoctomuystys loschalchalerosorum (algo así como Chinchilla de los Chalchaleros) que honra al grupo folclórico del mismo nombre. ¿Se imagina un Octondontidae beatlesorum)?»

Sea como fuere, ninguno de esos apelativos puede hacerle sombra al hecho de que todo un continente sea llamado por el nombre de una persona. Una persona a la que, dicho sea de paso, ha sido Bogotá la primera ciudad americana en erigirle un monumento, el año 1987, en la calle 97 con carrera 7ª; y de cuyas desventuras ustedes seguramente saben muchísimo más que yo.

Stefan Zweig le dedicó a su vez otro monumento, una de sus biografías, donde rescata el buen nombre de alguien que conoció y en parte navegó cuatro de los más grandes ríos continentales y fue quien personalmente bautizó una de sus regiones como Venezuela. Alguien que era un buen amigo de Colón y de quien Colón siempre habló con gran elogio.

Un lector de la columna arguyó que Vespucio «aparece como contradictor y antagonista y muy lejos de ser admirador o amigo en un documental sobre la vida de Colón, no recuerdo cual de todos. Hay una escena interesantisima donde se enfrentan en la universidad de Salamanca, con los reyes presentes y creo que el argumento era que Américo no creía que Colón hubiera descubierto nada nuevo». A lo cual le repliqué que la certeza probatoria de un teledocumental «escenificado» (supongo que se refería a uno de ellos) no me parece de gran valor. De mayor valor me aprece lo acreditado en una carta de Colón a su hijo Diego, en febrero de 1505, donde le hace un gran elogio de Vespucio. Quien, por lo demás, a través de su empresa fletadora, en Sevilla, participó activamente en los preparativos de todos los viajes de Colón. Es cierto, eso sí, y también está documentado, que Vespucio disentía de Colón en su creencia de que las tierras descubiertas eran el extremo de Asia. Pero que se disienta en materias científicas no significa necesariamente antagonismo personal ni merma de la admiración y la amistad, a no ser por necesidades del guión del telefilm o capricho melodramático del autor del mismo.

Otro de los lectores comentó, creo que sin venir a cuento, que «lo único bueno que trajeron los españoles a estas tierras fue el idioma porque lo demás era, en muchos casos, inferior a lo que ya había». Me sentí obligado a contestarle empezando por aclararle que mi respuesta no la dictaba el hecho de ser yo español de nacimiento y pasaporte: «Créame que no ejerzo profesionalmente como nacional de mi país y que el nacionalismo (en cualquier forma que se muestre) me produce náuseas. Y una vez aclarado esto déjeme decirle que si la rueda y el caballo no son buenos, tiene usted una pobre idea del mundo real en que vivían los pueblos precolombinos».

Acá entró en liza un nuevo lector, diciendo socarronamente que «aquí el cabo Elgardo Prada dice que él, como soldado de caballería que es, reconoce el valor de la importación del caballo; pero que de la rueda no piensa lo mismo, porque es la causa de muchos males contemporáneos, entre ellos la contaminación del medio ambiente y los atolladeros de las autopistas, sin contar con el daño que a su vez hacen las autopistas mismas. Y que si se trata de hacer un balance, los europeos no conocían el arte de dormir a vuelo, es decir, ignoraban la hamaca». Y también aquí me sentí una vez más obligado a decir cómo es que nunca me cansaré de rogar que no se confunda el culo con las témporas: «El que yo afirme que los españoles aportaron a América un par de cosas buenas además del idioma, para nada quiere decir que en América no hubiese también cosas buenas, y aún más que la hamaca, cuando ellos llegaron. Y sigamos con la rueda. Cargarle la culpa de la contaminación ambiental y de los atolladeros de las autopistas (para no hablar de los trancones en las calles) es una linda manera de escabullir la responsabilidad humana en el uso de la rueda. Es como si se culpase a la Cannabis sativa de que sea fumable».

La  intervención más interesante me pareció la de quien me decía que siempre ha querido saber si esas pinturas o ilustraciones donde se muestra a Colón desembarcando en América y tomando posesión de las nuevas tierras descubiertas no se contradicen con la supuesta afirmación de que siempre pensó que había llegado al Lejano Oriente. ¿Por cuál razón Colón alegaría «entrar en posesión» de Cipango o Catay (nombres antiguos de Japón y China), tierras cuya posesión no estaba en oferta o discusión?  

Y mi respuesta fue: «Ese es uno de los misterios que siempre me han dado que pensar. Hasta el punto de llegar a sospechar que a su vez, en el fondo de su corazón, Colón tiene que haber alentado la sospecha de que al decir que había llegado al Asia estaba haciendo pichí fuera del tacho. La gente que lo recibió no tenía nada que ver con la gente con que trató Marco Polo, eso debía de saltarle a la vista. En cuanto al otro tema, el de tomar posesión de tierras extrañas, creo que hay que ponerlo en el contexto histórico: los europeos de aquellos tiempos se creían llamados a conquistar el mundo, o dicho de otro modo: creían que el mundo era de su propiedad. Rusia se anexó gran parte del continente asiático (nada menos que toda Siberia) partiendo del mismo principio» [Se suele olvidar que Rusia es un país colonialista porque su inmediata proximidad geográfica con Siberia induce a creer que es su extensión “natural” hacia el Este].

 Américo Vespucio, en fin, no tuvo arte ni parte en el hecho de que en un libelo publicado el año 1507 en Saint Dié de los Vosgos, el cartógrafo alemán Martin Waldseemüller llamase América a todas las tierras descubiertas a Poniente desde el 12.10.1492.

Aunque hay quienes opinan que Waldseemüller, al hacerlo, le rindió un homenaje a Vespucio, personalmente pienso que esta, como todas las grandes ideas, fue una inspiración del momento, pensando en la eufonía del nombre y en que Amerigo Vespucci era quien prácticamente había demostrado que las Indias de Colón no eran el extremo oriental de Asia, sino otro continente. Es más: me atrevo a aventurar la hipótesis de que si el responsable de aquel mapamundi hubiera sido Vespucio, lo hubiese rotulado con el nombre de Colombia.

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