Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

La cinta azul de Virginia Woolf

Los lectores habituales de mi blog (si aventurarme a decir esto no es una presunción, ¡doble además!) recordarán a lo mejor que el 17 de julio publiqué otra más de las semblanzas de una serie que les dedico a los autores secretos de América Latina. Esa vez se trató de la novelista argentina Susana Sisman, e incluyo dicho post como hipervínculo en su nombre, para quienes quieran refrescar el recuerdo de lo leído, o bien empezar a saber quién es esta escritora.

Hablé allí de su última novela, Cuando Virginia Woolf desató la cinta azul, elogiándola en los más encendidos términos, y ahora, debido a motivos que luego les cuento, me dio por rescatar de mi archivo de curiosidades una reseña que le dedicara Juan Manuel Candal en la revista virtual Leedor.com el 28.9., reseña que también incluyo como hipervínculo en el nombre del autor, para que quede constancia de que lo cito al pie de la letra.

Dice Candal : «Sisman se pierde la oportunidad de fertilizar el terreno de la novela antes de que aparezca la protagonista, lo que hace que su salida a escena sea una apuesta demasiado fuerte. Vale la pena pensar cómo se podría haber abordado esta novela desde la literatura inglesa: no es difícil imaginar unas cuantas páginas destinadas únicamente a describir el momento exacto en tiempo y espacio, una descripción visual, olfativa y táctil del momento y el lugar, retrato que logre extrapolarnos de nuestra realidad para adentrarnos e imantarnos en esta otra. Sin embargo, al prescindir de este trabajo, el libro nos presenta a una Virginia Woolf que es ella por imposición. Es decir, porque Sisman nos dice que es ella, porque el personaje es nombrado como Virginia Woolf».

Puesto que Candal habla del “personaje” habría que empezar diciendo que Flaubert no lo hizo de otro modo con su Madame Bovary, ni Cervantes con su loco manchego. Sin ir más lejos, como añadiría el impertérrito locutor de Les Luthiers. Pero, para seguir, me dio curiosidad por ver cómo comenzó Virginia Woolf sus propias novelas, y descubrí que las diez suyas se inician con las respectivas siguientes frases:

Fin de viaje: «Son tan estrechas las calles que van del Strand al Embakment que no es conveniente que las parejas paseen por ellas agarradas del brazo».
Noche y día: «Era la tarde de un domingo del mes de octubre y, como otras muchas señoritas de su clase, Katharine Hilbery estaba sirviendo el té a los invitados»
El cuarto de Jacob: «”En consecuencia”, escribió Betty Flanders, hundiendo los talones en la arena, “no quedaba más remedio que irme”».
La señora Dalloway: «La señora Dalloway dijo que ella misma se encargaría de comprar las flores».
Al faro: «”– Sí, seguramente; si hace buen tiempo mañana –dijo Mrs. Ramsey–. Pero tendrás que levantarte con el alba”».
Orlando: «Él –porque no cabía duda sobre su sexo, aunque la moda de su época contribuyera a disfrazarlo– estaba acometiendo la cabeza de un moro que pendía de las vigas».
Las olas: «El sol aún no se había alzado. Sólo los leves pliegues, como los de un paño algo arrugado, permitían distinguir el mar del cielo».
Flush: «Universalmente se reconoce a la familia de la que descendía nuestro biografiado como una de las de más rancia estirpe».
Los años: «Era una primavera dubitativa. El tiempo, siempre cambiante, mandaba nubes azules y purpúreas que se deslizaban sobre la tierra. En el campo, los campesinos contemplaban con aprensión sus cultivos; en Londres, la gente alzaba la vista al cielo y abría y cerraba el paraguas».
Entre actos: «Era una noche de verano y hablaban, en la amplia estancia con ventanas al jardín, acerca del pozo negro. El consejo del condado había prometido traer las aguas al pueblo, pero no lo había hecho».

Después de lo cual queda en claro que Virginia Woolf, según los parámetros de Candal [vide supra], no era una candalarquetípica novelista inglesa.

Añade Candal : «El libro nos presenta a una Virginia Woolf que es ella por imposición. Es decir, porque Sisman nos dice que es ella, porque el personaje es nombrado como Virginia Woolf. Y de ahí deriva un segundo problema con dos instancias: cómo habla Virginia y cómo piensa Virginia. Los patrones de su lenguaje son extraños, mutantes. Emparentados en la voz narradora, la figura omnipresente es la de Sisman, no la de Woolf. La sensación podría ser por momentos la de estar leyendo una traducción, pero de repente Virginia pasa de hablar en un español seudo ibérico a alguna que otra salida propia de una escritora de San Isidro».

Lo del “español seudo ibérico” lo atribuyo a un trastorno mental transitorio del reseñista, pero que Virginia pase a hablar de ese español en “alguna que otra salida de una escritora de San Isidro”, es tanto como ignorar que en esta novela efectivamente aparece una escritora a quien se le nota que es de San Isidro: pero no se trata de Virginia Woolf, sino de Victoria Ocampo, lo que no deja de ser una referencia, una reverencia y yo diría que hasta una gentil impertinencia.

Concluye Candal : «Tal vez una mayor distancia entre autor y personaje hubiera dado como resultado un narrador más creíble. Lo que aparece en Cuando Virginia Woolf desató la cinta azul es un híbrido y, desde éste [sic] lugar, se podría pensar otra novela –otra apuesta– sobre la imposibilidad de no emparentarse con el personaje. Tal vez ese libro hubiera sido mucho más interesante. [] ¿No invita el arrojo literario de Virginia a un atrevimiento similar, aún a riesgo de faltarle el respeto a la persona en pos de la entidad del personaje? En este caso, invariablemente, queda expuesto el autor como personaje y no el personaje como creación del autor. Y esta paradoja quizás, en una perversa vuelta de tuerca, sea la mejor excusa para pasearse por las páginas de Cuando Virginia Woolf desató la cinta azul».

Y en este último párrafo, ya, tiré la esponja, la toalla, el taburete y estuve a punto de voltear a patadas el ring. Definitivamente, pensé entonces, Candal debería dedicarse a la reseña de libros de autoayuda mejor que a la de novelas. Son materia en exceso complicada para sus “pequeñas células grises”, como diría Hercule Poirot. Hago especial hincapié en el adjetivo de magnitud. Y lo hago porque resulta que el pasado 24.11., en Buenos Aires, Susana Sisman recibió la Faja de Honor de la S.A.D.E.* [Sociedad Argentina de Escritores] a la mejor novela del año 2010, ¡no se lo van a creer!, precisamente por Cuando Virginia Woolf desató la cinta azul.

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*  La S.A.D.E. es toda una señora institución, presidida en su día por gente de tanto prestigio como Lugones, Mallea, Martínez Estrada y el mismo Borges. Y las Fajas de Honor que concede anualmente (en los géneros Poesía, Literatura infantil y juvenil, Ensayo, Cuento y Novela) son quizás el premio del que siempre se va a sentir más orgulloso un autor argentino, por el simple hecho de que se lo han otorgado sus propios colegas. En este caso sin hacérselo a Candal. Vale.

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