Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Las milanesas napolitanas

Un capítulo per se, en el inagotable tema de las traducciones, sería el que nos proponen a veces las cartas, o menús, de los restaurantes.

Hay uno de ellos que cuenta siempre con mi visita cuando me parachuto en los parises de la Francia, y es el que está en la esquina izquierda inmediata a la torre norte de Notre Dame, ese edificio para siempre inacabado, como dizque hay una sinfonía de Schubert aquejada del mismo mal.

El restaurante de marras se llama, cómo no, Les Tours de Notre Dame, y en él se come una de las mejores sopas de cebolla de la cité Lumière, nombrada así               –supongo– en honor de los inventores del cinematógrafo. En sus paredes lucen propuestas de platos suculentos, con traducciones absolutamente adorables por lo ingenuas (como Audrey Hepburn en Desayuno en Tiffany’s). Por ejemplo, el apabullante codillo se nos propone como «corva de cerdo», sea ello lo que los dioses porcinos quisieren, y la entrecôte como «entrecosta», claro está: de «entre», entre, y «côte», costa. Que es algo así como si yo tradujese al alemán la palabra camaleón separando primero la palabra «cama» de la palabra «león», y uniendo luego ambas traducciones: con lo que el resultado, en alemán, no sería un camaleón sino «ein Bettlöwe», o sea: un varón de pródigas prestaciones en el tálamo.

Y si bajamos un par de centenares de kilómetros al sur, desde París, llegaremos a Madrid, donde hay un restaurante cuyos dueños decidieron traducir su carta al inglés. Pero al hacerlo de una manera artesanal, es decir: con el simple diccionario a la mano, se encontraron con que el tal diccionario no incluía la traducción del nombre de un pescado exquisito, el rape. Así es que decidieron dejar el nombre aborígen, y un plato llamado «rape a la vasca» resultó ser en inglés «Rape Basquian Art». Pero «Rape», escrito literalmente igual que el nombre del pescado, «rape», en inglés significa «violación», y mi prometedor colega William Shakespeare hasta tiene un poema en cuyo título interviene esa palabra. ¿Les describo la fila interminable de damas que sabían inglés, estaban ardientemente deseosas de ser violadas a la vasca, y hacían cola delante del restaurante? 

En el mismo Madrid, en un figón popular, la pizarra a la entrada del local sugería un plato supertípico de la capital española, los callos a la madrileña, pero en lugar de recomendarlo lo ponía en entredicho: porque el letrerista, en vez de encuadrarlo entre signos de admiración lo había hecho entre signos de interrogación, es decir, no «¡qué ricos!» sino «¿qué ricos?».

Un dato simpático para añadir a este catálogo madrileño es el de la taberna La Percha, en la calle de Toledo, donde recalamos un domingo el doctor Castaño Castillo y yo, después de haber diezmado (él, no yo, que soy anticonsumista) ese mercado de pulgas llamado El Rastro. Y en La Percha nos esperaban mi esposa y mi hija Rebeca, y de repente el doctor me preguntó qué cosa era esa tapa que recomendaba un letrero donde decía: ASPIRINA. No, lo tranquilicé, no es que recomienden el analgésico de la Bayer, es que así la llaman aquí a una tortilla española del tamaño de un platillo para la taza del tintico.

Con todo, creo que las perlas más valiosas de mis investigaciones las localicé en Montevideo y en Hamburgo. En Montevideo descubrí un boliche cuya especialidad era la «milanesanapolitana». ¿Se imaginan una milanesa napolitana, algo así como un vallenato amazónico? 

Ah, pero en Hamburgo me esperaba algo más divertido, en un restaurante portugués cuya especialidad era el pescado: la carta lucía primorosamente bilingüe, en alemán y en el idioma de Fernando Pessoa, sólo que parece ser que el traductor no encontró el vocablo lusitano correspondiente al pez que en alemán se llama Rotbarsch, y como la palabra Rot, en alemán, significa «rojo», ni corto ni perezoso convirtió un «gegrillter Rotbarsch» en un «comunista a la plancha». La verdad, créanme, supongo y espero que ni siquiera el inferiocre general Franco llegó a tales extremos.

Después de todo esto, ¿cómo extrañarme de que en mi ciudad natal de Huelva haya una placa junto a la puerta de la consulta de un médico, en la cual puede leerse la siguiente especialidad: MÉDICO DIGESTIVO?  ¡Pues eso, buen provecho a sus pacientes!

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