Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Mi modesto aporte al euskera

Entre los pocos orgullos que me llevaré a la tumba, uno de ellos será el de mi modesto aporte a la evolución del idioma del pueblo vasco: el euskera, euskara, euskalduna o comoquiera que ahorita se esté llamando. Y no se crean que estoy intentándoles colar algún cuento de hadasa pesar de cómo lo iniciaré.

Érase una vez, poco después de muerto el inferiocre dictador español de apellido tan asimétrico a su taimado carácter, que me encontré en Oberhausen con los delegados de Bilbao al Festival internacional de Cortometrajes de aquella ciudad alemana. Un festival harto célebre porque de él, incluyendo las trazadas por el malogrado Jorge Silva y su esposa Marta Rodríguez de Silva, salieron líneas maestras del cine documental, aquende y allende los sedicentes telones de acero, de bambú y hasta de las telarañas (que era el que aislaba a la España franquista del mundo civilizado).

Y hay una ley ineluctable de los festivales internacionales, la de que en todos y cada uno de ellos se producen tantas corrientes centrífugas como nacionalidades estén representadas: todas y cada una de ellas organizan su grupito en menos que ríe un loco, y todas y cada una montan carpa aparte, y todas y cada una viven felices y comen perdices en sus respectivos guetos.

La única excepción es, posiblemente, aquella configurada por quienes hablamos el idioma de Cervorges: los que chamuyan castilla se arraciman por encima de las fronteras, las banderas y los indeglutibles textos de sus respectivos himnos.

Pues bien, los bilbaínos de que les hablo eran representantes de un festival homólogo al de Oberhausen en su ciudad vasca, y enseguida se estableció entre nosotros una buena relación. Que estuvo a punto de irse a pique cuando me entregaron el material informativo de su evento, donde el texto figuraba, por primera vez en su historia, no sólo en castellano, inglés y francés, sino también en euskera. Y al echarle una ojeada a esa impenetrable página logré descifrar un término y me eché a reír, provocando el desconcierto y la suspicacia de mis amigos vascos.

Y es que ya saben ustedes lo que pasa con estos idiomas que han sobrevivido demasiado tiempo en zonas rurales y han llegado tarde a la revolución industrial: que toman las palabras modernas directa o casi directamente del idioma prevalente en la sociedad que los circunda. Así había sucedido también en el festival bilbaíno con el término «cortometraje». Como a «metraje» no hubo manera de euskaldunizarlo, el rebautizo le correspondió al adjetivo «corto», que en euskara es «labur»; y una vez rebautizado se lo pudo casar con el pagano «metraje», pero eso sí, con cambio de desinencia, y el resultado era«metrajelaburra».

Hombre como soy que viene de las tierras de Platero, cualquiera que me conozca sabrá que mi primera reacción fue preguntarles a los apabullados bilbaínos si efectivamente habían traído la burra. Al principio no entendían, pero cuando cayeron en la cuenta empezaron a mirarme con muchísima bronca, cosa que, claro está, redobló mi hilaridad. Y así un día y otro, y al siguiente festival y al que le siguió, exactamente igual. Siempre que me los encontraba, y bien saben los dioses que se daban harta maña en esquivarme, les preguntaba si habían traído la burra.

Pero los idiomas evolucionan, vaya que sí. El euskera, metido de hoz y de coz en el siglo XX, no se quedó atrás. Y un día vi venir hacia mí, en ese mismo Festival de Oberhausen, a esos mismos queridos amigos bilbaínos que me habían huido como al diablo durante tres años. Muy sonrientes me hicieron entrega de la carpeta con el fólder para la nueva edición del suyo, y en ella, en euskera, el cortometraje ya se llamaba «laburmetraia».

Pueden creérmelo, me siento muy contento de éste de que yo llamo mi modesto aporte al idioma vasco: estoy completamente seguro de que a no ser por mi insistencia en ridiculizar el término «metrajelaburra», esa burra, de Balaam o de quien fuese, no se habría ido nunca a pastar en las vastas praderas del desuso.

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