Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Autores secretos de América Latina (4) Abdón Ubidia

El Instituto Andino de Artes Populares, del Convenio Andrés Bello, con sede en Quito, Ecuador, editó en su día muy bien editado un librito que se titula Milenios, un ejemplar del cual llegó a mis manos porque, como dijo en ocasión sonada don Emilio Castelar, «Grande es Dios en el Sinaí» (después les cuento).

Aunque no sólo ha llegado a mis manos por eso, sino también porque desde hace años mantengo una amistad recíprocamente redituable con Abdón Ubidia, uno de los buenos y por desgracia casi desconocidos escritores ecuatorianos, quien es el compilador de este breviario de sabiduría universal que se inicia con el Cantar de los Cantares y concluye con una reflexión tomada de la Historia del tiempo, del científico inglés Stephen Hawking.

Tres mil años de pensamiento humano resumidos en 152 páginas que no tienen desperdicio. Abdón Ubidia, en su breve prólogo, advierte una vez más sobre lo ya sabido; que toda antología es arbitraria, y que esta que él nos ofrece es así porque él mismo «ha sido formado así»: y añade que «ha entendido que la vasta cantera de las ideas humanas la han hecho no sólo los filósofos sino también los artistas, los científicos, los viejos sabios, los santos y los magos y, a veces, también los perversos».

Desde luego que sí, y estoy conforme con esa visión, que explica con fórceps la presencia en el libro de José María Escrivá de Balaguer; y una visión a la que por mi parte agregaría el rubro de los poetas, quienes con la sola excepción del también indigesto Neruda no figuran en este libro. Y la verdad es que no se me alcanza el por qué: porque ideas, lo que se dice realmente ideas, pueden espigarse más y mejor en Homero, Virgilio, Petrarca, Dante, Quevedo, William Blake, Keats, Shelley, Walt Whitman, Rilke, Juan Ramón, César Vallejo, Kavafis y Pessoa que en toda la farragosa filosofía alemana. Donde las ideas brillan, sí, pero por su ausencia, disfrazándose como tales razonamientos endogámicos y prescindibles.

Pero así y todo, este librito Milenios es admirable y como para llevar en el bolsillo en toda ocasión. Sólo le puedo reprochar el ninguneo de los poetas, como queda dicho, y el hacer que Kafka naciera en 1833, prolongando en medio siglo la agonía de un pobre tuberculoso: es pura crueldad.

Otra cosa que echo de menos es el no haber recurrido más a los oradores, no a los de hogaño, desde luego, porque hoy en día la oratoria está más muerta y enterrada que el soldado desconocido: no, a los oradores de antaño me refiero, a Demóstenes, Cicerón, Savonarola, Gladstone, Jaurès y ¿por qué no? don Emilio Castelar.

En España sin rey, uno de los más tristes de sus episodios nacionales, Pérez Galdós recoge el vibrante comienzo del discurso parlamentario del librepensador y comecuras Castelar, el lunes 12 de abril de 1869, al debatirse en las Cortes el proyecto de ley que consagraría por primera vez en la historia del país la libertad religiosa. Don Emilio Castelar clamó desde su escaño:

“Grande es Dios en el Sinaí; el trueno le precede; el rayo lo acompaña; la luz le envuelve; la tierra tiembla; los montes se desgajan… Pero hay un Dios más grande, más grande todavía, que no es el majestuoso Dios del Sinaí, sino el humilde Dios del Calvario, clavado en una cruz, herido, yerto, coronado de espinas, con la hiel en los labios y diciendo: «Padre mío, perdónales; perdona a mis verdugos, perdona a mis perseguidores, porque no saben lo que se hacen». Grande es la religión del poder; pero es más grande la religión del amor. Grande es la religión de la justicia implacable; pero es más grande la religión del perdón misericordioso; y yo, en nombre de esta religión, en nombre del Evangelio, vengo aquí a pediros que escribáis al frente de vuestro Código fundamental la libertad religiosa».

¿Se me tomará muy a mal si digo que no hay en nuestros días ni un solo político con agallas para decir eso ¡ojo! improvisándolo?

 

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