Así controlé el cáncer

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¡TIENE CÁNCER!

El médico introdujo con lentitud el tubo de color negro por donde salía un líquido que llenaba poco a poco mi vejiga. Por instantes, la manguera se atoraba en algún punto del trayecto, causando un dolor con cada punzada que se unía a una imperiosa necesidad de orinar.

─¡Relájese!  ─ordenó con impaciencia la enfermera.

Acostado  intentaba controlar mis miedos, esforzándome por descifrar las imágenes que el urólogo observaba con atención en un monitor. De repente, el especialista sacó con brusquedad el aparato  de mi cuerpo y me sentenció en forma tajante:

“¡Tiene cáncer! “.

Miré a la asistente quien seguía con su cara rancia.  Me había llamado antes del examen para notificarme que llegara  con una hora de anticipación, porque tenía que hacer una gestión de índole personal. Recogía con prisa el instrumental. Por su parte el médico se quitaba los guantes con un gesto mecánico.  No se miraban ni me miraban, tal vez ya estaban hastiados de ver rostros pálidos y aterrorizados.

Con el gorro, la bata azul, los cubre pies de papel desechable y mis partes íntimas sangrando, me sentí perdido e indefenso.  Podía sentir la agitación de mis palpitaciones,  la falta de aire y el vacío en el estómago;  sin embargo, me costaba definir qué era más doloroso: ¿el impacto de la noticia, la forma invasiva de la intervención o la falta de benevolencia y delicadeza del personal médico?

─Puede cambiarse, le  espero en la oficina  ─me indicó el doctor.

Aturdido  me dirigí al estrecho cuarto en donde había dejado la ropa al momento de llegar a la prueba diagnóstica.  En  el camino me interceptó con mucha ansiedad mi esposa, quien leyó en mi cara el ingrato  párrafo que acababa de escribirse en mi temblorosa hoja de salud.

Cuando entramos a su oficina, el urólogo sin apartar la mirada del computador escribía y soltaba sin emoción en la voz preguntas de trámite.

─ ¿Cuáles son mis opciones?  ─pregunté.

─Tiene un tumor canceroso en forma de coliflor en la vejiga, hay que operar urgente  ─indicó.

─ ¿Canceroso doctor?, ¿sin  biopsia?  ─interrogó mi esposa con angustia.

─Sí,…, si es maligno, ¿usted fuma?  ─me preguntó.

─Hace diez años dejé el cigarrillo  ─respondí.

Escribió en su cuaderno de fórmulas su apremiante prescripción, arrancó la hoja y me la pasó.

A partir de ese momento ya no podía continuar mi proyecto de vida como si estuvieran por venir todos los días del mundo.

 

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