El Cuento

Publicado el ricardogonduq

La batalla de la Van Der Hammen

Bastó algo más de un día de indignación en el país para que el ‘ejército’ de los ambientalistas ganara una nueva batalla, esta vez contra los petroleros. La historia dirá que a la medianoche del jueves 14 de abril el Gobierno frenó la licencia que permitía la exploración de hidrocarburos en La Macarena, en los límites de los parques nacionales del Meta. Pero a 281 kilómetros de distancia, en Bogotá, se está librando otra batalla desde comienzo de año: la de la Van Der Hammen, sin que aún se haya resuelto. ¿Por qué no se han impuesto unos u otros? La nieta del geólogo holandés cree saber.

reserva

 

Por: Ricardo González Duque

En Twitter: @RicardoGonDuq

Ganaron una batalla, pero la guerra entre ambientalistas y desarrollistas continúa. Y en Bogotá todos los bandos tienen lista su artillería. El jueves pasado, después de que el presidente Santos trinó anunciando la suspensión, que no el revocamiento de la licencia para explorar petróleo en La Macarena; me surgió la duda de qué tanto cedería el alcalde Peñalosa ante la indignación ciudadana que ya lleva meses por su idea de urbanizar las 1.400 hectáreas de la reserva Thomas van der Hammen. Parece no dar luces de dar su brazo a torcer.

Y es que sin escuchar la versión del otro lado, la del alcalde parecería convincente. Su discurso va en que la ciudad va a seguir creciendo, eso está claro. Que es necesario construir más vivienda para atender a los 3 millones de nuevos habitantes que tendrá Bogotá al 2050, entendible. Y que hay que hacer esa urbanización en una zona que no extienda aún más el tamaño de la capital por asuntos principalmente de transporte, aunque haya otros más como el de los servicios públicos. Por eso, la candidata preferida de Peñalosa para hacerlo todo es la reserva declarada en 2011 y llamada Thomas van der Hammen en honor al hombre que había muerto un año antes, pero que por décadas estudió las especies de la Sabana.

Entre muchos de los activistas que hoy están defendiendo esa zona que para algunos no es más que un potrero –porque a simple vista lo es– está Sabina Rodríguez, una abogada de 27 años que creció muy cerca de todo lo que rodea a la reserva y además la lleva en la sangre. Literalmente. Sabina Rodríguez van der Hammen es la nieta del holandés por el que dice sentir una “responsabilidad por su legado” y al que le aprendió que “si no cuidábamos la naturaleza, nos acabábamos todos”.

“Ellos pensaron que la iban a tener más fácil. No se esperaban que hubiera esta reacción ciudadana para proteger a la reserva de la urbanización” comienza a decirme Sabina antes de rebatir las razones de la Alcaldía para escoger justo ese espacio para construir la Bogotá del futuro, con lo que ella llama “un necesidad caótica” que ha creado la administración.

Sabina no cree que la ciudad vaya a crecer en las dimensiones que habla el alcalde Peñalosa, alega que no hay cifras oficiales de un aumento de la población de la ciudad hasta 2050 y que así lo hubiera, hay alternativas como la densificación o construcción a grandes alturas para que la ciudad crezca, pero verticalmente. Aunque como esta Alcaldía llegó para acabar todo lo que oliera a la anterior administración, así tuviera algo bueno, desechó el decreto 562 de 2014 que permitía que se erigieran rascacielos en Bogotá.

Sabina Rodríguez Van der Hammen. Tomada de Twitter

Así que la obsesión de la ‘Bogotá mejor para todos’ por construir allá, va a seguir. Y no se dan cuenta, advierte Sabina, del daño que pueden causar cuando ya “el cambio climático es una realidad”. El fenómeno de El Niño de 1998, por dar solo un ejemplo, a muchos nos tocó, pero nadie puede decir que fue igual o parecido al que estamos terminando de padecer y menos en una ciudad que era considerada de clima frío como Bogotá. El abanico improvisado y la ropa fresca, estuvieron de moda por unas cuantas semanas. Así que no es algo tan lejano como la ficción de ‘El día después de mañana’.

Para entender lo que el potencial del “potrero” de la Van der Hammen puede hacer, basta con recordar la gigantesca nube de esmog que se posó hace dos semanas en Medellín y que obligó a su alcalde a tomar medidas desesperadas. Algo de lo que según Sabina, Bogotá estaría blindada con la reforestación en las 1.400 hectáreas al norte de la ciudad, pero no con la construcción de casas y edificios. “Los bosques capturan CO2 y lo convierten en oxígeno, eso nos permitiría no caer en lo que vivió Medellín” justifica la nieta, como otro de los beneficios prácticos de conservar el segundo pulmón de la ciudad, después de los cerros.

Porque no nos digamos mentiras, a pesar del apoyo que han empezado a tener en el país los ambientalistas en los últimos años, para algunos escépticos resulta imprescindible conocer el para qué, así suene resultadista. Así que más allá de la protección de la fauna que no es el tema que más comparto, sí me convence que den la batalla por la calidad del aire que respiramos y la preservación del agua que usamos.

Las victorias que han tenido otros ‘ejércitos’ ambientales en esta guerra ambiental-desarrollista por la que estamos pasando en el país, le dan esperanza a Sabina y los demás que no quieren un solo ladrillo en la reserva que lleva el nombre de su abuelo. Están los que frenaron la construcción de un complejo turístico en el parque Tayrona, los que por meses se unieron para evitar la minería en el páramo de Santurban, los indígenas que lucharon hasta el final para que la Corte Constitucional le dijera no a la explotación en el parque Yaigojé-Apaporis en Amazonas, la votación en Piedras, Tolima para rechazar la extracción de oro por parte de la Anglo Gold Ashanti y la semana pasada la caída temporal de la exploración de petróleo a 68 kilómetros de Caño Cristales.

Aunque Sabina Rodríguez van der Hammen cree que el apoyo de la gente ha resultado inusitado, pues muchos nunca habían escuchado hablar de su abuelo o del espacio que quiso proteger durante toda la vida, es realista de que puede perder la batalla. Primero, porque está segura de que el alcalde tiene una fijación por la reserva: “Él se opuso (a la protección de la zona) y perdió la pelea en el año 2000. Ahora que tiene el poder lo va a utilizar todo porque quiere insistir en su idea de urbanizar a como dé lugar”. Y segundo, porque como lo sabemos desde antes de la elección, los grandes constructores de Bogotá fueron financiadores vitales de la campaña del azul celeste y la cuenta de cobro llega tarde o temprano. “Ellos tienen el poder y la plata. El alcalde va a darles un beneficio a quienes ayudaron a elegirlo. No podemos quedarnos quietos”.

Y no quedarse quietos para la nieta es todo lo que están haciendo. La acampada de hace unos meses en la reserva, la siembra de 300 árboles hace un mes y si termina siendo necesario, una batalla jurídica de grandes dimensiones para no dejar entrar la retroexcavadora a lo que considera un santuario natural. Porque aunque el objetivo a largo plazo era crear el bosque urbano más grande de Latinoamérica, cuatro veces más que el Central Park de Nueva York; la última palabra la tendrá la CAR que aunque tiene un plan para reforestar las hectáreas protegidas, no está ajena de que incida la mezcla explosiva de dinero y politiquería que pueden tener los amigos de la urbanización.

De momento nadie se ha impuesto en la batalla porque la decisión que hay por tomar es tan importante como incierta para Bogotá. Hay que definir cómo va a crecer la ciudad y no cometer los errores del pasado de desbordar la urbanización en zonas alejadas por falta de planeación; pero también habrá que tomar en serio el cambio climático que no es ninguna charlatanería ni un problema del siglo XXII y no destruir las fuentes potables de agua. Ocurre como en La Macarena, que el país deberá decidir si permite explotar petróleo del que no quedan más de cinco años de reserva, a costa de la protección de los parques del Meta. Las batallas van a seguir y pensar en la guerra de verdad por el agua ya no será tan inverosímil.

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