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Castro y Obama, o el saludo de la historia

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Fernando Araújo Vélez

Se dieron la mano como para perdonarse, pero los dos sabían lo que ocurrió 50 y tantos años atrás  y jamás lo olvidarán. Los dos conocían la historia secreta, e intuían que con su saludo los acérrimos defensores de los absolutos los iban a destrozar. Comunistas, fascistas, derechistas, conservadores, liberales, socialistas, viejos empresarios del antiguo régimen de Cuba y sus hijos, y antiguos partidarios de Joseph McCarty y sus descendientes, todos y alguno más iban a decir, gritar, que todo saludo es un pacto, y en todo pacto hay una renuncia y una concesión. 

Raúl Castro y Barak Obama se saludaron el martes pasado durante las honras fúnebres a Nelson Mandela. La imagen quedó registrada en cientos de diarios, en miles de páginas y en otras tantas emisiones de televisión. Medio siglo y algo más de desencuentros, de conspiraciones, de odios, aislamientos, ataques, invasiones, cárceles, hostigamientos, terror, declaraciones, insultos, vergüenzas y etcétera y etcétera, congelados en una escena. Dos segundos, una mirada, infinidad de recuerdos.

Castro vivió, peleó, padeció y venció en la invasión a Bahía de Cochinos, 1961, ordenada por John F. Kennedy y secundada por empresarios, militares, políticos, la Cia y el FBI para acabar con la revolución, con su revolución, la de su hermano Fidel, la de Camilo Cienfuegos y el Che Guevara. Castro supo que los mismos que habían invadido Bahía de Cochinos fraguaban un plan para asesinar a su hermano. El mismo Robert  Kennedy, fiscal de los Estados Unidos a comienzos de los 60, lideraba la estrategia.

Sus cómplices fueron el director del FBI, Edgar J. Hoover, sus subalternos, algunos senadores derechistas y uno que otro empresario. Sus esbirros, los mafiosos de la Cosa Nostra, aquellos a los que investigaba y perseguía Kennedy.  A cambio del asesinato de Fidel Castro, les ofrecía la eliminación de documentos que los involucraran. Contaba Phillip Shenon en su libro ‘JFK, caso abierto’, que algunos de los métodos que pretendían utilizar eran ‘claramente ridículos’, como un habano explosivo o tinta de estilógrafo envenenada.

Eran los primeros años 60. Después de que Lee Harvey Oswald asesinara al presidente John F. Kennedy, surgieron infinidad de teorías. Una provenía de México, porque por allí anduvo Oswald un mes antes de que le disparara a Kennedy. Habló con gente de las embajadas de la Unión Soviética y Cuba, y se le vio con recalcitrantes comunistas. Algunos testigos, incluso, aseguraron muchos años más tarde que dijo en tono airado que él iba a asesinar a Kennedy. Lo hizo.

Shenon dejó entrever que tuvo cierto apoyo de los cubanos, o que por lo menos, los cubanos de la embajada de Ciudad de México sabían lo que iba a hacer. Oswald estaba enterado de los intereses de Estados Unidos en Cuba. Había criticado y rechazado los actos de Bahía de Cochinos, y por las calles de Nueva Orleáns repartió panfletos en defensa de Castro y la revolución, pero a él también lo mataron y no pudo hablar. Su muerte se llevó sus razones, y probablemente, la verdad. El saludo de ayer revivió lo que ocurrió y lo que se ocultó. Lo que fue y lo que pudo haber sido.

Foto: EFE

 

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