Políticamente insurrecto

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Voté por Uribe porque prometió eliminar servicio militar obligatorio [Crónica]

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Por: Juan Diego Perdomo Alaba  – @Perdomoalaba 

En 2002, cuando el exgobernador de Antioquia, Álvaro Uribe Vélez, aspiró por primera vez a la presidencia de la República, recuerdo que propuso, con ese mismo semblante de seminarista provinciano con el que mal gobernó ocho años,  eliminar el servicio militar obligatorio. Ese año cumplí 19 y por supuesto, ante su generosa y cándida promesa, evado la jornada de incorporación para bachilleres esperando que el futuro presidente de la mano firme y el corazón grande, cumpliese. 

No solo no cumple sino que aumenta el pie de fuerza en todo el territorio Nacional. Bachilleres o no, iban por igual al combate. Para gasto militar en Colombia, durante su primer gobierno, se invierte en promedio el 4,7% del PIB. Quienes no pudimos pagar la libreta militar ni tuvimos palanca dentro de alguna de las fuerzas,  fuimos iguales ante la ley de Uribe: rasos.

Sigo remiso. A finales de 2005, luego que  Teodolindo y Yidis le permiten al dueño del Ubérrimo reelegirse, me echo a la pena. Cómo carajos iba a derrotar el apacible sabio papá Noel a ese genio guerrerista del Grinch, al que todo un país venera por permitirle recorrer ríos, valles y montañas,  repletas de soldaditos asustadizos a la vera del camino. Vive Colombia, Viaja por Ella.

Para entonces, un malhumorado sargento al que consulto en el distrito militar de Manzanillo en Cartagena, tasa mi libreta militar en cinco millones de pesos. Multas aquí, moras allá. Años. En fin.

Me alisto. El 16 de febrero de 2006 arribo a Coveñas, Sucre, a la Base de Entrenamiento de Infantería de Marina de la Armada Nacional.  Hasta el sol se mofa de mi desgracia. Es infalible, grosero. Mete miedo para hacerme desertar.

Tuve temor. Mucho. Tanto. Uribe ordena aumentar el tiempo de servicio y jura acabar hasta con el último reducto guerrillero. Sale venganza por sus pupilas rencorosas contagiando a una tercera parte del país. Una endemia de sangre y muerte.

Al área, que es como se refieren  los militares a las zonas rojas o de alto riesgo de hostigamiento, envían  a todo al que se le entrega un fusil y un camuflado. Oficiales, suboficiales, infantes de marina profesionales,  e infantes rasos como yo.  Soldados “listos” para la guerra del presidente, con solo tres meses entrenamiento. Carne de cañón para una lucha estéril.

No soy yo quien mate a otro hombre porque sí. Por más que nos inyectan grandes dosis de persuasivas razones para aniquilar “bandidos”, combinadas con hartos sentimientos de rencor y de venganza, no hallo motivos para cobrar una semana de descanso y una felicitación en la orden del día,  por un “guerrillo muerto” o tiroteado. La tabla de recompensas existe y es tan vil, que a los reclutas nos las ocultan. Érase una vez, en el municipio de Soacha, 19 jóvenes desaparecieron…

La noche del domingo 28 de mayo de 2006, el Batallón de Instrucción Militar número 1, al que pertenecí en la fase de instrucción, descansa. Está expectante. Espera frente a un novedoso televisor plasma de 32 pulgadas, los resultados de la elección presidencial. Solo nosotros, los rasos, los reclutas, conscriptos, ‘palanganos’, mocos, grillos, nos vamos a dormir en esas literas triples y firmes, con decepción, pues se habló de aumentar un año más el servicio militar. Según el rumor,  ya serían tres. Ay ‘jueputa’, ganó Uribe.

Una semana después, inicia el proceso de traslado de los contingentes a las diferentes bases navales del país. Se filtra que mi compañía va a Puerto Leguízamo, en el Putumayo. El destierro. Zona plagada de insurgencia, dicen. La moral, esa que te llena de vitalidad en cada día de milicia, se hace agua. Pero no, falsa alarma. Dios me puso en San Andrés Islas durante 20 meses más, con un micrófono en la mano, llevando mensajes de patrioterismo y reconciliación, en un archipiélago dividido por un empeño separatista.

No sé, ni quiero recordar, cuántas veces peroré en la Isla por radio sobre la Seguridad Democrática, esa que el actual presidente, defendió y ejecutó. Hoy anda en las mismas que su mentor, prometiendo lo que aquel no cumplió. Pero confío: votaré por él, porque a diferencia del ex, dice que eliminará el servicio militar obligatorio como prospecto de una paz sostenible y duradera;  y no como una falsa premisa para la guerra. Y no quiero eso último para León, mi hijo valiente.

ADENDA 1: El efecto teflón del que goza el uribismo hoy día, lo explica muy bien el exmagistrado y excandidato presidencial Carlos Gaviria Díaz, en una magistral respuesta que dio cuando se le preguntó en las presidenciales de 2010, por qué decía que la gente estaba haciendo de Mockus un mito:  «Cuando se crea un mito en torno a una persona, es a la leyenda y no a la persona a la que se remiten todos sus hechos. Como la leyenda que se inventó es impecable, la persona no puede equivocarse. Entonces, no se confrontan sus opiniones, sino que se aceptan sin crítica».

ADENDA 2: Gratitud eterna a la Armada Nacional. Institución que se esmera por el bienestar integral de sus orgánicos, que me enseñó -aunque la instrucción era otra-, que la prioridad no era la guerra, sino la protección y el buen trato a la población civil. Y al suboficial jefe, Luis Eduardo Mañozca, por propiciar este camino sinfín hacia el oficio.  Su apoyo y respaldo están aquí en estas letras. Y en las que vienen. Ojalá.

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