Coyuntura Política

Publicado el Renny Rueda Castañeda

La violencia. El proceso de «paz» en Colombia

El proceso de la Habana no se corresponde con el momento político que Colombia vivía al finalizar la administración de Álvaro Uribe, no obstante, Juan Manuel Santos ha aprovechado la situación   desconociendo dimensiones fundamentales de la vida política y de orden público del país.

La vida política

Es equivocado pensar que la cúpula de las Farc son interlocutores válidos diferenciables de lo que es en la actualidad el fenómeno paramilitar en Colombia. En pleno siglo 21, ni la izquierda como ideología ni la derecha como antípoda, justifican la conformación de colectivos violentos al mando de delincuentes. La apología de la violencia masiva y organizada sobre la distorsión de doctrinas ideológicas es un indicador palpable de la ignorancia mas no de la beligerancia.

La violencia como fenómeno sociológico es una condición consustancial a infinitos conflictos de poder entre humanos, adecuado a construcciones subjetivas complejas e inabordables. Hacer de ella un discurso y justificarla con enceguecimiento es tan paradójico como negarla en su totalidad. En el contexto actual, la razón por la cual colectivos militares como la guerrilla o el paramilitarismo han encontrado un terreno abonado, no se debe solamente al consabido argumento de la debilidad del estado, sino fundamentalmente a la debilidad del tejido social. Con las transiciones políticas que Colombia como proyecto experimento a comienzos del siglo pasado, el ciudadano promedio del país se vio inmerso en una cultura del despoderamiento. En esta, la vida social ha oscilado entre harmónicas e idílicas concepciones de mundo y radicalismos violentos. Ni una filosofía ni la otra han hecho al país desarrollarse culturalmente.

Históricamente, la modernidad conllevó la domesticación del hombre a las decisiones de un ejecutivo político y el mercado. Esta transición se hizo palpable mediante el intercambio de las tradiciones constitutivas de las sociedades por patrones del sistema. Relaciones de poder económico, que conllevan la normalización de condiciones asimétricas de autoridad, implicaron la incubación de excepcionales y nuevas formas de violencia. La desorientación de una masa insondable sin acceso a educación de base occidental, y la reacción lógica ante tamaña fractura cultural, llevó al acrecentamiento de formas de subordinación basadas en la fuerza que cobraron vigencia principalmente en comunidades étnica y culturalmente divididas como Antioquia. Junto con la guerra de los mil días y el liderazgo vehemente de fundamentales íconos políticos de principios de siglo, la endeble comunicación de distintas «Colombias» compartiendo un territorio se erosionó.

La violencia organizada y su dimensión doméstica no es un problema de armas, ni de narcotráfico o comandancias militares. Es fundamentalmente un problema de lenguaje humano. Un fenomeno cultural que atrasa al país. La solución del problema a diferencia de la opinión del presidente Juan Manuel Santos, no reside en las calles de la Habana o en la composición de un documento redactado entre un puñado de personas a espaldas de la ciudadanía. Reside en el territorio nacional, pero sobretodo en la definición de un nuevo proyecto cultural y social. En este, figuras como “Iván Márquez”, Rodrigo Granda o Andrés París son apenas tan valiosos como lo pueden ser tres ciudadanos del común en una nación de más de 45 millones de personas.

El orden público en Colombia

En los últimos meses los medios de comunicación han hecho elaborado eco de las negociaciones de la Habana, no obstante la “Paz” lejos de ser una opción temática es una transición fáctica, mesurable. La “Paz” no se firma en una mesa, se modela humana y permanentemente. Es un rumbo, no el principio de un contrato social. En contraste, desde la llegada de Juan Manuel Santos al gobierno, a pesar de los incrementos presupuestales del sector defensa el número de ataques violentos a la población civil han aumentado. Cuando a comienzos de mayo del presente año el presidente ha afirmado que “Nunca antes se les había dado tan duro a las Farc”, al cierre del primer semestre del año 2012 se registró el mayor número de voladura de oleoductos de los últimos años.

Por otra parte, a diferencia de la importancia que el gobierno atribuye a las Farc, en Colombia los mayores secuestradores no son ellas sino la delincuencia común y los grupos neo paramilitares. En lo que va corrido del presente año se atribuyen 6 secuestros al ELN, 11 secuestros a las FARC y 40 secuestros a la delincuencia común. Desde la llegada de Juan Manuel Santos al poder, las cifras no solamente no han continuado el descenso del periodo de Álvaro Uribe, sino al contrario han aumentado. Adicionalmente, a la fecha, colectivos criminales como los Urabeños, presentan un crecimiento más acelerado al registrado por los grupos de narco guerrilla (aprox. 2366).

 

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Al día de hoy, no existe claridad jurídica, política ni democrática en los ademanes de otorgar legitimidad política a las cabecillas de las FARC en el evento de un escenario electoral. La transición de la guerrilla de las últimas dos décadas en Colombia ha sido un decantamiento criminal de un fenómeno político iniciado a comienzos del siglo pasado. El financiamiento de grupos ilegales a partir del narcotráfico, el recrudecimiento de las acciones criminales, el secuestro, el reclutamiento masivo de menores de edad y la violación sistemática de los derechos humanos, sin embargo, han sido prácticas modernas de guerrilla y paramilitarismo intensificadas en las recientes dos décadas.

Hoy, a pesar de cualquier decisión tomada en la Habana, grupos guerrilleros y bandas criminales o neo paramilitares comparten numerosos corredores estratégicos de salida de droga. Mientras tanto, el consumo de cocaína, crack o marihuana en los Estados Unidos se ha incrementado en aproximadamente un 0,5% por año desde el 2002; lo que ha llevado a que la producción de cultivos ilícitos en Latinoamérica no solamente resida en Colombia, sino haga tránsito a Bolivia, Perú y México. En el Medio Oriente, este fenómeno se ha reproducido de Afganistán a Pakistán, Turquía y Yemen (entre otros). Adicionalmente, el consumo global ha aumentado, lo que incrementa los incentivos a la producción.

Algo debe quedar claro: en un mundo complejo en donde las relaciones de poder traspasan las fronteras nacionales y los ordenes sociales demandan mas comunicación y menos retórica, no se sabe lo que el presidente firme en la Habana, lo que es patente es que no es la “paz”. El desconocimiento de esta realidad puede traer consecuencias inusitadas.

El autor contesta inquietudes o sugerencias en el correo [email protected]

Renny Rueda Castañeda

 

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