Coyuntura Política

Publicado el Renny Rueda Castañeda

Hacia otra democracia. Vida política, cientificismo y sistema. I/X

El siglo pasado, determina un inusual punto de maduración de la vida política humana. Solo a partir de los avances que posibilitaron la revolución industrial, el matrimonio ineluctable del hombre con la ciencia tomó forma en el progreso técnico y científico, cuyo apogeo inusitado se vio signado por dos guerras mundiales. Hasta entonces, el conocimiento, que a lo largo de la historia moraba la vida de élites intelectuales, se masificó a través de los subsistemas públicos y privados de educación formal, convirtiendo a las sociedades en estructuras perfectibles. Al finalizar la segunda guerra mundial, selectos procesos sociales dirigieron sus esfuerzos a la sofisticación de todos sus arreglos políticos, décadas más tarde, el mundo se sumergió en un bipolarismo  del que solo las naciones con sistemas de mercado exploratorios sobrevivieron como estandarte de progreso.

Durante la segunda mitad del siglo pasado, el rol dominante del sistema de producción sobre la mayoría de proyectos  convirtió el debate público en un escenario de masiva especulación económica. Con ello, las potencialidades de numerosos sistemas sociales domésticos, se limitaron a las fronteras de un mercado dominado por escasos actores. Con las dificultades de contener la velocidad de las dinámicas de los mercados, los órdenes civiles derivaron en su conversión en un apéndice de la economía, desplazando la mayoría de los acuerdos sociales a la esfera de la producción. Desde entonces, las disputas ideológicas que caracterizaron el siglo pasado, lentamente se nublaron del panorama, dando lugar a la formación de sociedades de mercado con mayores o menores niveles de intervención estatal. Este diagnóstico, que sin embargo ha sido la piedra angular de gran parte de las aproximaciones teóricas e ideológicas a las sociedades modernas, se caracteriza por pensar que las sociedades son entes que incluso en medio de la ausencia de recursos de base sólidos, se autoregulan a partir de su vida económica y la existencia de incipientes arquitecturas institucionales. En parte, además, esta ha sido una de las razones para entender como desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial, las iniciativas tendientes a explorar formas internacionales transnacionales, que regulen las asimetrías globales más allá de su esfera del derecho privado, han sido prácticamente inexistentes. Así, por décadas, una vez se formalizó la creación de las Instituciones de Bretton Woods, la inercia y las presiones del sistema internacional monoideologizaron la arena internacional, limitando las relaciones entre estados a la esfera económica. Por ello a lo largo del siglo pasado y en los años corridos del presente siglo, es común pensar que los acuerdos internacionales para regular las asimetrías internacionales arrojan resultados estériles. Desde la superación de los niveles permitidos de dióxido de carbono sobre la atmosfera, pasando por el asentamiento y proto-institucionalización de los paraísos fiscales, hasta la regulación sobre relaciones de comercio transnacional o el control al excesivo nivel de pesca industrial que está despoblando los mares, las instituciones transnacionales se muestran insuficientes, sin jurisdicción o antidemocráticas en el más embrionario sentido del término.

La falta de mecanismos que procurasen el fortalecimiento de una ética racional en los estados liberales modernos, condujo a  partir de la segunda mitad del siglo 20, a la profundización de relaciones de poder que surgieron en el proceso posterior a la revolución industrial. Aun cuando existan limitaciones razonables para pensar que muchas de tales relaciones eran consustanciales al proceso de  desarrollo industrial y económico, tal vez las más influyentes pertenecen exclusivamente a la esfera política. La normalización de esos escenarios derivó en una vida civil permeada de visiones de mundo no funcionales a los sistemas sociales, pero estimuladas en medios de comunicación de masas y democracias disfuncionales.

Hoy, la construcción de una ciudadanía abocada más al hedonismo y a la salvaguarda de sus propias zonas de confort, hacen proyectos políticos como el Colombiano altamente vulnerable a las dinámicas internacionales en materia de desarrollo social, industrial, tecnológico, cultural y en general sistémico. En medio de un sistema internacional que carece de estructuras que posibiliten una adecuada regulación de las asimétricas relaciones entre estados, la limitación de proyectos democráticos inconclusos, apegados a formas civiles ideologizadas, opuestas en la gran mayoría de su masa ciudadana al fortalecimiento del rol científico del individuo, se hacen cada dia mas evidentes. Por ello, países sin recursos de base cultural fuerte, suelen ser presa fácil de intereses internacionales, ya sea que estos provengan de actores privados o estén caracterizadas por una apariencia publica en cabeza de otros estados. Si la ciudadanía no tiene una instrucción que le permita comprender un sistema global que se avizora cada vez más complejo, competitivo y exigente, su propio proyecto de maduración cultural está en juego.

En la actualidad, la mayor amenaza que se cierne sobre las sociedades modernas, radica en el desarrollo de formas políticas que dejan a la deriva la formación competencial, cultural y conductual de sus individuos. En medio de sistemas que buscan reducir la democracia  a la esfera del voto, en un puñado de países del mundo, la concepción de la democracia como un constructo dialógico y cultural de las sociedades ha dado lugar a formas civiles sofisticadas que les permiten sobrevivir sosteniblemente en un entorno mundial comúnmente ininteligible. Desde Suecia, con sus formas de participación directa en asuntos cantonales y ´nacionales, pasando por Finlandia, con la creación de un Ministerio electrónico de direccionamiento de demandas de la población, hasta Corea del Sur, que marginado por décadas del mundo avizoró como estrategia de desarrollo la conjugación de su sistema educativo con la configuración de una ciudadanía de base científica y técnica; la concepción de la vida política como un constructo asociado a mecanismos de comunicación, interacción social y cultura lentamente ocupa un lugar prioritario en agendas sociales.

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