Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

Timidez, ambigüedad, duplicidad: ¿qué significado tiene la decisión del Consejo de Seguridad en el caso de Libia?

El Consejo de Seguridad aprobó una resolución que, entre otras medidas, impone una zona de restricción aérea en Libia, lo cual le impedirá a la aviación de Gaddafi bombardear a los rebeldes y a los civiles en las ciudades que los apoyan. Horas antes Gaddafi había dicho que iba a entrar en la ciudad de Benghazi y dejó claro que sus tropas no tendrían escrúpulos para reprimir a los rebeldes. En un discurso transmitido por radio, Gaddafi dijo, “Vamos a llegar. Casa por casa. Cuarto por cuarto. (…) La decisión ha sido tomada. Vamos a llegar esta noche. Los vamos a encontrar en sus closets. No tendremos clemencia ni piedad.” En un contexto como éste hacer llamados a la solución pacífica de las controversias es una cosa inocua, peor aun, inicua. Sin embargo, países como Colombia, que apoyaron la resolución podrían haber firmado un cheque en blanco. Además, el Consejo de Seguridad no ha dicho ni hecho nada en relación con la crisis en Bahrein. ¿Doble moral?


La forma como se votó la resolución con respecto a Libia refleja la extraordinaria dificultad de intervenir en un conflicto interno para evitar una crisis humanitaria. A quienes les gustan las cosas en blanco y negro, Gaddafi es un criminal y los rebeldes los heraldos de la libertad. Ojalá las cosas fueran así de simples. Pero no lo son. Libia es una sociedad fragmentada, con una estructura social tribal. En otras palabras, el problema es que la sociedad libia se divide en tribus y clanes, que han estado bajo la férula de un hábil autócrata que ha usado hábilmente el principio, “divide y reinarás.”

Apartentemente, las fuerzas rebeldes no tienen un liderazgo unificado y organizado, lo cual hace difícil poner a su disposición recursos militares y apoyo político a cambio de seguridades respecto de una transición hacia un régimen democrático. Bien puede suceder que Gaddafi sea sustituido por autócratas de turno que se desangren en luchas intestinas. El carácter violento de la resistencia a Gaddafi contribuye a fortalecer a quienes tienen en su poder las armas. Es incierto que esa resistencia ayude a quienes quieran instaurar un régimen democrático. Sin embargo, es difícil decirle no a una resolución cuyo fin es frenar a un dictador demente que quiere vengarse de los rebeldes y está dispuesto a realizar ataques indiscriminados y fusilamientos en masa.

Si las cosas fueran en blanco y negro, deberíamos cantar la Marsellesa y gritar vítores a la República Francesa. Francia es el país que con más ahínco ha impulsado esta resolución. De hecho, ha sido el primero en reconocer a los rebeldes. Y, por si fuera poco, Sarkozy envió a su ministro de relaciones exteriores a que participara en la sesión en el Consejo de Seguridad. ¡Qué más pruebas quiere uno de la buena volundad francesa! La verdad es que la posición de Francia tiene que ver con su política interna, en particular con el deseo de Sarkozy de sacar dividendos electorales de su intervención en esta crisis, así como de su nunca bien satisfecho deseo de recuperar su puesto de potencia en el escenario global. Si sólo fuera un asunto humanitario, Francia no movería ni un dedo. ¿Ha vuelto Sarkozy a decir algo de los secuestrados en Colombia después del rescate de Íngrid Betancourt? La política exterior francesa, aunque le pongan perfume, apesta.

Y, ¿la política exterior alemana? Alemania no ha votado en contra, igual no tiene derecho de veto, pero se ha abstenido de apoyar la resolución. Su abstención parece estar motivada por varios factores. De partida, Alemania no tiene el complejo de ser una potencia opacada por una hiperpotencia (los Estados Unidos) sino el de no haber encontrado una expresión política clara para su poderío económico. En este proceso, el problema no es solamente encontrar una silla permanente en el Consejo de Seguridad. Alemania requiere encontrar una posición que honre las lecciones dolorosamente aprendidas en su propio pasado, incluido el más reciente. La torpeza con la cual procedió en el conflicto en los Balcanes todavía sigue siendo una mancha oscura difícil de quitar. Imbricada con este problema de la política externa está la realidad de su política interna. Merkel, a diferencia de Sarkozy, no quiere atraer a su electorado ejerciendo poderío militar sino absteniéndose de hacerlo. Hartos dolores de cabeza ya tiene con Afganistán para meterse en Libia. Por eso, aunque Gaddafi diga que va a pasar al papayo a todos los rebeldes, no importa si tienen armas o no, el gobierno alemán prefiere no inmiscuirse. Uno no puede dejar de preguntarse si en el caso de Alemania las lecciones del pasado todavía siguen sin ser adecuadamente entendidas. Por omisión uno también puede ser cómplice de la barbarie.

Los BRIC (Brasil, Rusia, India y China) también se abstuvieron. Una abstención adicional y la resolución no habría sido aprobada. Colombia, creo, hizo bien en apoyarla. Y, sin embargo, uno no puede dejar de hacer las mismas preguntas que han hecho los BRIC: ¿Quién va a fiscalizar la acción de las potencias que van a imponer la zona de restricción aérea? Estados Unidos se lo pensó mucho antes de embarcarse en esta intervención humanitaria. Un despliegue de tropas en Libia crearía otro escenario de conflicto que dispersaría aún más sus fuerzas atrapadas en conflictos provocados por su propia desmesura imperialista (no sólo los “anti-yankies” han puesto en cuestión las aventuras militares en Afganistán y en Irak; muchos autores no han vacilado en llamar imperiales a esas aventuras, autores que no son ni radicales ni anti-estadounidenses). La resolución adoptada por el Consejo de Seguridad prohíbe el despliegue de tropas en tierra. En otras palabras, prohíbe una invasión. Pero esta prohibición no ha servido para despejar todas las dudas. Si la crisis se profundiza, ¿hasta dónde van a llegar las potencias que van a intervenir? ¿Procurarán matar a Gaddafi? ¿Instalarán con los rebeldes un gobierno provisional? Y si los rebeldes cometen atrocidades, ¿también los bombardearán o se harán los de la vista gorda?

Después de muchas dudas, la Liga Árabe le dio su respaldo al proyecto de resolución aprobado en el Consejo de Seguridad. Según información de funcionarios estadounidenses, tal y como lo reporta Mark Hosenball, países del Golfo Pérsico como Arabia Saudita y Qatar le han proporcionado armas sofisticadas a los rebeldes. Sin embargo, la Liga Árabe no ha dicho nada acerca de la situación en Bahrein. Por el contrario, miembros claves de la Liga, que forman parte del Consejo de Cooperación del Golfo, dieron su respaldo al envío de tropas en apoyo al régimen sunita que enfrenta las protestas de la mayoría chiíta. Cientos de tropas sauditas ya están en Bahrein y han contribuido a la represión violenta de las protestas del movimiento que demanda la democratización del país.

Estados Unidos y la Unión Europea han criticado a los países del Golfo por su apoyo a esta respuesta represiva. Sin embargo, ¿por qué el caso de Bahrein no es discutido en el Consejo de Seguridad? Los parlamentos de Irán y de Iraq ha expresado su respaldo a las protestas en Bahrein y el ministro de relaciones exteriores de Irán le ha pedido al Secretario General de Naciones Unidas que intervenga para evitar una crisis humanitaria.

Este pedido pone de nuevo sobre el mantel la cuestión de la doble moral de las potencias dispuestas a realizar intervenciones humanitarias. ¿Por qué lo hacen en Libia y no en Bahrein? Una intervención humanitaria le daría oxígeno a las protestas prodemocráticas. El autócrata bahreiní estaría obligado a sentarse a negociar con quienes le demandan sujeción al imperio de la ley, participación política y gobierno fiel a la voluntad de la mayoría chiíta.

Para terminar esta entrada, quisiera mencionar que entre nosotros Víctor de Currea-Lugo ha planteado que Bahrein no debe caer. Afirma de Currea-Lugo, “La caída de ese pequeño país de sólo 800.000 habitantes, podría ser peor que incluso la caída de Egipto. Si cae Bahréin, sería el primer país con monarquía que cae, lo que sería una advertencia para Arabia Saudita, Jordania y Marruecos: a los reyes también se les puede echar del trono.”

Yo francamente encuentro muy cuestionable que de Currea-Lugo nos pida que confundamos a Bahrein con el déspota que lo gobierna y con todo su séquito. Me parece además inaudito que juzgue que el triunfo del movimiento democrático en ese país haya de ser peor que el del movimiento en Egipto. ¿Por qué? ¿Porque se acabaría la tiranía de los “príncipes de la fe”, quienes usan la religión como “el opio del pueblo”?

Los argumentos que presenta no me parecen claros. Si ganan los chiítas, sería malo para Estados Unidos porque se perjudicarían sus intereses al fortalecerse la posición de Irán, pero también Irán podría salir perjudicado porque el triunfo del movimiento democrático alimentaría protestas contra el régimen de Teherán. Es cierto que la realidad política no puede interpretarse con un código de valores que se aplique dogmáticamente a cada país. Pero también es cierto que la doble moral, los estándares normativos que se estiran y se encogen para elogiar los cambios en un país y para cuestionarlos en otro, no hacen más que incubar resentimiento y cinismo. Estos son sentimientos que erosionan la posibilidad del entendimiento y el acuerdo en todas las esferas.

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