Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

Obasmo: espasmo mental producido por la elección de Barack Obama

San Obama, el divino

Diagnosticado por primera vez en el 2008, sus efectos se han hecho más pronunciados en el 2012. El obasmo típico es una contracción mental que conduce al desconocimiento de temas tales como los derechos humanos, la desigualdad y el calentamiento global. Una de sus causas es la prolongada exposición a campañas electorales obscenamente caras. Varios opinadores de El Espectador, incluido su director, han reportado síntomas agudos. Se teme que rechacen toda discusión sobre el tema y persistan en la misma mueca risueña y optimista cada vez que les nombran a Barack Obama. El santasmo, identificado por primera vez en Colombia en agosto del 2010, es considerado un fenómeno del mismo tipo.

En las pasadas elecciones en los Estados Unidos, los candidatos a la presidencia se gastaron aproximadamente 2 mil millones de dolares. En conjunto, todos los candidatos a cargos de elección a nivel federal, así como los comités de acción política, gastaron aproximadamente 6 mil millones.
Durante la campaña, el tema de la pobreza no apareció en los debates ni en los medios. De acuerdo con un reciente estudio, solamente 0.02% de las historias publicadas en los medios se refirieron a la pobreza, muchas de ellas después de que el candidato Romney mencionara despreciativamente al 47% que vivía a expensas del estado.
La proporción de pobres aumentó durante Obama: de 12.5% en el 2007 a 15.1% en el 2011. Este porcentaje que equivale a 46 millones de personas que escasamente superviven. Como lo expresó el intelectual Cornel West, con estos niveles de pobreza, el nivel de gastos en las campañas electorales es moralmente obsceno.

En las pasadas elecciones en los Estados Unidos, los candidatos a la presidencia se gastaron aproximadamente 2 mil millones de dolares. En conjunto, todos los candidatos a cargos de elección a nivel federal, así como los comités de acción política, gastaron aproximadamente 6 mil millones.

El tema de la pobreza no apareció en los debates presidenciales. De acuerdo con un reciente estudio, solamente 0.02% de las historias publicadas en los medios se refirieron a la pobreza, algunas en parte provocadas por la mención despreciativa del candidato Romney a un 47% que supuestamente vive a expensas del estado.

La proporción de pobres aumentó durante el gobierno de Obama: de 12.5% en el 2007 a 15.1% en el 2011. Este porcentaje equivale a 46 millones de personas que escasamente superviven. Como lo expresó el intelectual Cornel West, con estos niveles de pobreza, el gasto en las campañas electorales es moralmente obsceno.

Cornel West fue más allá. Aunque estaba contento de que en las pasadas elecciones la derecha no hubiese triunfado, en su opinión los Estados Unidos terminaron eligiendo a un republicano, a un Rockefeller republicano con una cara negra.

Esto parece del todo exagerado. En boca de un influyente opinador de la derecha, las pasadas elecciones son históricas porque marcaron el fin del predominio del establecimiento blanco en los Estados Unidos. Bill O’Reilly, quien no es ningún progresista, así lo sostiene.

Según O’Reilly, el cambio demográfico favoreció a Obama. A diferencia de la situación hace 20 años, el pasado martes 6 de noviembre una coalición de afrodescendientes, latinos y mujeres logró elegir un presidente con la promesa que les daría cosas a las cuales creen que tienen derecho. En la derecha estadounidense, el sentimiento de decepción es generalizado. Sarah Palin ha expresado al respecto su más profundo desconcierto (ojalá O’Reilly le explique qué ha ocurrido).

Sin duda el 2012 será recordado como el año del fin del establecimiento blanco, pero no como el año del fin del establecimiento. Hay otro establecimiento en su lugar. Según Matt Stoller, un antiguo estratega de campaña de los demócratas, las líneas de la segregación se han redefinido: ahora una élite multicultural se han enseñoreado sobre una población multicultural.

Los cambios experimentados durante el gobierno de Obama son radicales. La concentración del ingreso no ha dejado de aumentar, como lo muestra el siguiente cuadro.

Proporción del Gini de Ingresos de los Hogares

De acuerdo con cálculos de Emmanuel Saez, el 1% de la población se llevó el 93% del ingreso adicional generado en el período 2009-2010.

Crecimiento del ingreso real por grupos 1993-2010

En contraste con lo sucedido con las ganancias de las empresas, que se han disparado, el valor neto del ahorro en vivienda no ha crecido al mismo ritmo.

Ganancias de las empresas después de impuestos
Valor neto del ahorro en vivienda

Pero, ¿es esto culpa de Obama? No habría que olvidar que él es un presidente negro en la Casa Blanca.

¡Pamplinas! Cornel West tiene razón: Él es un Rockefeller republicano con cara negra.

Mientras persigue a todos los que demandan transparencia y denuncian los ataques a los derechos humanos, el gobierno de Obama no ha hecho nada para llevar a la cárcel a los causantes de la crisis financiera. No hay un sólo banquero depredador de Wall Street en la cárcel.

Ya electo presidente, Obama vetó un acuerdo entre el representante demócrata en la Cámara, Barney Frank, y el Secretario del Tesoro de Bush, Hank Paulson, consistente en una reducción de la deuda hipotecaria y de las ejecuciones por falta de pago a cambio de un desembolso más rápido de los fondos de rescate. Y si esto no hubiera sido suficiente, el equipo de Obama también se negó a una modificación de la ley de quiebra que le habría dado a los deudores hipotecarios un mayor poder de negociación frente a los bancos.

Las consecuencias de estas decisiones están a la vista: no solamente aumentaron las ejecuciones hipotecarias, con la consiguiente pérdida de ahorro y estabilidad para muchas familias. El gobierno de Obama representa el fin del contrato social consistente en permitirle a mucha gente hacerse propietaria. En la visión del equipo de Obama, llegó el momento en el cual esa gente tendría que contentarse con vivir en arriendo.

El significado del cambio es profundo. Lo que las decisiones de Obama ponen de presente es que los derechos de propiedad de los acreedores valen más que los de los deudores. Guardadas proporciones, es lo que ocurre aquí en Colombia con la minería pues los derechos de propiedad sobre la tierra están por evaporarse ante los títulos sobre el subsuelo.

En el esquema de una república sometida al imperio del derecho, todos los ciudadanos son iguales ante la ley. Para ser efectiva, esta igualdad ha de tener una base material: si la propiedad y el ingreso quedaran concentrados en manos de unos pocos, la república dejaría de ser lo que es para convertirse en una oligarquía. Pero esta involución política es la que se ha acendrado en los Estados Unidos con el gobierno de Obama. En vez de empoderar a los ciudadanos de a pie, las decisiones de Obama sólo han servido para empoderar a los bancos. La promesa de un capitalismo incluyente, por limitada que fuese esa inclusión, ha sido abandonada.

Además, en vez de equilibrar las cargas entre el capital y el trabajo, Obama le ha hecho todo más difícil al trabajo. En febrero de este año firmó una ley que hace más difícil la formación de sindicatos en el sector ferroviario y en las compañías de aviación. En el 2008 prometió que lucharía por una ley que prohibiera el reemplazo de los trabajadores en huelga. Hasta ahora, esa promesa sigue sin cumplir.

En el 2008 Obama prometió que iba a aumentar el salario mínimo. No lo hizo, y eso que uno de los miembros de su equipo económico es un profesor de Princeton, Alan B. Krueger, coautor de un estudio que muestra que el aumento en el salario mínimo no conduce a una disminución de la oferta de empleo no calificado.

Contrario a la retórica convencional de muchos economistas, el aumento en el salario mínimo en algunos estados ha conducido a una reducción de la tasa de reemplazo de los trabajadores y, obviamente, a un aumento de sus ingresos. Un cambio de visión por parte del público sobre el asunto habría requerido una buena inversión del liderazgo por parte del presidente. Ciertamente, no fue en esta área donde Obama puso su capital político. Uno se queda preguntando, sin embargo, en qué área Obama ha hecho una apuesta significativa.

Y, si todo lo anterior no sirviera de remedio contra el obasmo, ojalá bastara con resaltar que Obama aceptó que el destino de Estados Unidos sea el de convertirse en un petro-estado. Contrariando su promesa de invertir en formas de energía limpia, Obama le dio permiso a la Shell para explorar petróleo en el Océano Ártico, aunque está fresco todavía en la memoria el desastre de la British Petroleum en el Golfo de México.

Las restricciones impuestas a la extracción de petróleo en países como Brasil y Venezuela motivó a grandes empresas como Exxon y Chevron a poner sus ojos de nuevo en Norteamérica. En efecto, se estima que en las formaciones de esquisto de Canadá y Estados Unidos hay grandes reservas de gas y de petróleo que pueden ser extraídas mediante una técnica llamada fracturación hidráulica (fracking). El costo ambiental de esta técnica es enorme: además de usar grandes cantidades de agua, ésta se mezcla con ácidos, lo cual hace imposible que pueda ser vertida en la tierra sin contaminarla.

Puesto que la actividad de las petroleras podía ser regulada con base en la Ley de Agua Potable Sana, Dick Cheney promovió la adopción de la Ley de Política de Energía que excluye la fracturación hidráulica del dominio de la Agencia de Protección Ambiental. Obama no hizo nada por derogar esta legislación. Por el contrario, con los precios de la gasolina en aumento y reelección a la vista, prefirió jugársela por un método de extracción que liberaría a los Estados Unidos de tener que importar petróleo. Por si acaso, un reciente artículo en The Guardian informa que en una década ese país puede convertirse en el primer productor.

En varios frentes los costos de esta política son enormes. De partida, supone un abandono de las meta de reducción del calentamiento global. Además, le da la bendición al atricheramiento de la industria de los combustibles fósiles en el sistema político. Al quedar la política energética atada a la suerte de esta industria, la voluntad para imponerle restricciones a su influencia necesariamente se debilita. La posición de muchas comunidades por asegurar unos mínimos ambientales queda erosionada puesto que choca no sólo con el ánimo de lucro de la industria de los combustibles fósiles sino también con la estrategia geopolítica del gobierno federal.

Tiene razón Matt Stoller cuando escribe, “Esta no es la América en la cual quisiera vivir ninguno de nosotros. Es un país cuya base económica es la oligarquía, cuyo sistema político es el autoritarismo, y cuya cultura política es asesina con respecto del resto del mundo y suicida en lo que concierne a nuestra agresiva falta de atención con el calentamiento global.”

A menos que haya un amplio movimiento que se lo demande, Obama no va a hacer nada por los derechos humanos, por la reducción de la desigualdad, ni tampoco por mitigar el calentamiento global. La tarea que por ello tiene el movimiento popular y progresista en los Estados Unidos es enorme.

Así fueron las cosas con John F. Kennedy y con Lyndon B. Johnson. Sin la Marcha en Washington por el trabajo y la libertad, en 1963, el Congreso de los Estados Unidos nunca habría aprobado la legislación que eliminó la segregación. Sin una amenaza de una marcha como esa en 1941, Franklin Delano Roosevelt no habría establecido el Comité para el Empleo Equitativo que eliminó la segregación en la industria militar. Sin Frederick Douglass no habría existido en la historia un líder llamado Abraham Lincoln.

Desde todo punto de vista, sería un despropósito postular que las cosas habrían sido mejor si Mitt Romney hubiese sido elegido presidente. Su candidatura, como la coalición que lo apoyaba, era la expresión de fuerzas bastante oscuras. Su programa era peor, no mejor que el de Obama. Pero este contraste no debe llamarnos a engaños. Lo que entona el coro de Obama es verdaderamente un canto de sirenas.

¿Qué hacer? Ni el obasmo ni el santasmo son destino. Son padecimientos que tienen cura. Pero hay que querer curarse, con un gran compromiso, de la comodidad y de las esperanzas huecas.

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