Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

Más noticias desde la Puerta del Sol

España camisa blanca de mi esperanza / a veces madre y siempre madrastra / navaja, barro, clavel, espada.”


Y de España siguen llegando noticias. Lo de la Puerta del Sol tiene ese fervor de movimientos espontáneos donde brilla la chispa del ingenio y la agudeza, como lo hiciera en otro mayo, el de 1968 en París.


Un par de amigas en España me han enviado enlaces a imágenes de ese fervor ingenioso y agudo plasmado en palabras. Hostias, que la alegría es contagiosa.


Yo veo estas secuencias de imágenes en Soy Periodista y en Flickr y de todo mi cuerpo salen mariposas volando al rumor de la gracia callejera de una revolución que no fue, una cuyo eco ha quedado preservado en las líneas de los graffitis más ingeniosos que haya leído en mi vida.


(Aquí hay un enlace al texto en su lengua original y aquí y aquí a versiones de lo mismo en la lengua de Castilla. Si tienen a la mano Último Round, mejor.)


La revolución se renueva, se recrea, se revive…


Graffitis ingeniosos se escriben hoy en la Puerta del Sol.


Vista desde la distancia, Madrid, qué digo, toda España coño, se ve tan revolucionaria.


Vista de cerca, no tanto.


No deja de preocuparme que este movimiento no logre articular una voluntad política lo suficientemente firme para cambiar tantas cosas que no merecen seguir en su puesto.


Como un baldado de agua fría; como una necesaria dosis de sobriedad, no de euforia; como un principio de realidad antes de que uno se entregue a un placentero regocijo solipsista; como un llamado a seguir construyendo este mundo compartido con los ojos abiertos me llegan estas noticias de alguien que prefiere el anonimato y la verdad, la verdad cruda, pero menos cruda que la resaca.


Para que la revolución no se quede cruda, vale la pena leer este testimonio.


Porque me lo pides, voy a hacer lo que no suelo: aflojar la pluma. Haz de saber  de antemano que con el patrio(tero) se me marchitaron también otros entusiasmos y escribo desde el desencanto y si se me permite, desde el otro lado de una esquina que doblé y me dobló.


“Que vivimos en un mundo de crecientes asimetrías es algo que sabes mejor que yo. Y que duelen más cuando caen chuzos de punta, también. En España hemos vivido en los últimos años un proceso larvado de desmantelamiento del estado del bienestar, maquillado en los años de bonanza por algunos gestos progres (matrimonio homosexual, Ley de Memoria Histórica, etc.), que se ha acelerado abruptamente desde que en mayo del 2010 presiones externas (¡los mercados!) dizque obligaron a Zapatero a dar un brusco golpe de timón. Desde entonces hemos vivido una tímida huelga de funcionarios y una huelga general en que todo el mundo trabajó. Sólo la de los conductores del metro consiguió alterar el habitual ritmo de vida madrileño.

Y eso es porque ningún partido político, ninguna fuerza sindical, ningún movimiento tradicional ha sabido algutinar en su derredor el creciente descontento y encauzar la frustración de cinco millones de desempleados y un sinfín de empleados precarios y malpagados, de esa generación que no podrá alcanzar el nivel de vida de la que la precedió hacia hechos concretos.


“Personalmente, me parece obsceno que mientras ocurre lo que ocurre, las noticias más visitadas de los periódicos, los programas más vistos, los temas de los que más se habla sean de una irrelevancia absoluta. A veces utilizo ese argumento para «probar» que la tal crisis no existe: ¡mira lo que preocupa a la gente!


“Pero hace unos meses ocurrió algo que sí que llegó a adquirir pálidos tintes de rebelión. Sucedió alrededor de la llamada Ley Sinde sobre restricciones a las descargas «alegales» de contenidos protegidos por el
copyright. Hubo alguna que otra cacerolada y un flujo incesante de noticias en las redes sociales. Hacía años que no se seguía con tanto interés una votación en el parlamento. Y aunque rechazada en primera instancia, la ley fue finalmente aprobada con alguna ligera enmienda por tres partidos mayoritarios: PP [Partido Popular, de centro-derecha], PSOE [Partido Socialista Obrero Español, partido de centro-izquierda] y CiU [Convergència I Unió, partido del centro de Cataluña].


“Sin valorar la relevancia relativa (si se la compara con la del retraso de la edad de jubilación, por ejemplo) de la ley ni los motivos de quienes se oponían a ella, lo que puso de manifiesto esta actuación de prácticamente la totalidad de los representantes políticos contra el clamor de muchos ciudadanos de a pie fue el distanciamiento entre ambos mundos. Ahí cobró fuerza, si no nació, el difuso movimiento
nolesvotes y mucha gente descubrió que comenzaba a importarle algo que en cierto intuía de siempre cuando no aceptaba con una mezcla muy española de resignación y cinismo: que en el fondo, no nos representan, no nos escuchan, no les importamos.


“Las protestas en Sol, en la Plaza de Cataluña de Barcelona y en muchas otras plazas de ciudades de España tuvieron precedentes en los últimos meses. Hubo actos semiperiódicos (cadenas humanas, vigilias nocturnas, etc.) en muchas capitales con una participación más bien escasa.


“Da la impresión de que, en el fondo, todo el mundo tenía la vista puesta en las elecciones del día 22. Las manifestaciones del 15 de mayo se organizaron, como las otras a las que me refiero más abajo, a través de las redes sociales, al margen de los medios, los partidos y los sindicatos. Si yo me enteré fue por amigos que decían confirmar su asistencia a los actos.


“La de Madrid fue en Sol. No sé si has estado por acá. Sol es un lugar especial: el Madrid viejo, a medio camino entre el palacio donde vivían los reyes y el congreso en el que redactaban las leyes. Es el kilómetro cero, inicio de las carreteras radiales de España y el lugar en el que se emplaza el reloj que daba la hora oficial al país. En Sol comenzó la revuelta contra las tropas francesas y en Sol vitoreó el pueblo de Madrid al gobierno provisional de la II República.


“Y en Sol no estaba el día de la manifestación. Había ido a visitar a mis padres y llegué de madrugada a casa. Ahí leí que había habido una manifestación bastante concurrida y algunos disturbios de mediana relevancia en algunas calles que son como de mi barrio.


“Realmente, no fue una «manifestación» al uso. Creo que ni siquiera se pidió permiso para realizarla. Fue, más bien, una aglomeración no circunstancial de descontentos, por decirlo de alguna manera. Detrás, prácticamente, no parecía existir una organización. Al menos, una conocida.


“El lunes 16 un compañero de trabajo me habló de la manifestación. Estaba muy afectado por lo ocurrido y tenía grandes esperanzas en lo que pudiera suceder. Me preguntó si iba a acudir a la concentración que se organizaba a las ocho. Nadie sabía qué podía pasar ni si intervendría la policía. Un abogado relativamente conocido y defensor de la causa de la libertad de las descargas redactó un documento que colgó en su página y que invitaba a descargar, fotocopiar y enviar por fax a la delegación del gobierno un documento de tres páginas de mucho blablablá jurídico que se resumía en que el portador estaba ejerciendo su derecho constitucional de reunión. Creo que mucha gente lo llevó consigo.


“Ese día pasé por Sol. Está a una parada de metro de mi casa. Venía del trabajo, con mi traje y mi portátil. La plaza estaba abarrotada. Por las calles aledañas bajaban grupos de jóvenes con cartones, plásticos (¡incluso un colchón que luego apareció fotografiado en la prensa!) que les permitiera acomodarse en la plaza. Era un caos. En un grupo una chica trataba de hacerse oír con un megáfono. No llegué a entender una palabra de lo que decía. Pero la impresión general que tuve no fue de propuesta. Fue de botellón, de festival: corría el alcohol y el aire estaba cargado de aromas exóticos. No se sentía preocupación e indignación. Sentí pena por una pobre chica (¿de la organización?) que se afanaba por meter latas, papeles y botellas en una enorme bolsa de basura que arrastraba entre grupos de indiferentes. Aun hoy siento remordimientos por no haberla felicitado.


“Un señor mayor trataba de entablar conversación y razonar con unos tipos que, sentados en el suelo, lo ignoraban mientras vertían hielos en vasos largos. Entre la masa pululaban fotógrafos y chinos que vendían latas de cerveza.


“Subí por la calle Carretas camino de mi casa con una sensación de pena y de no pertenencia.


“En internet, esa noche, leí que la organización estaba haciendo llamamientos para evitar que aquello se convirtiese en lo que me pareció: un botellón. Me sentí tristemente reivindicado.


“Al día siguiente, a la misma hora, volví a pasar por el mismo sitio. Tengo que reconocer que las llamadas al orden habían surtido efecto. Aquello ya no era una fiesta. La plaza estaba empapelada con carteles. Había un Himmler enorme colgado de la fachada con insignias de los principales partidos y la leyenda «No nos representan». Había tiendas de campaña. Mejor megafonía. Mesas. Creo que había grupos de trabajo discutiendo no sé qué.


“Y televisiones. La prensa comenzó a cambiar de actitud. En los días anteriores apenas si había habido referencias al movimiento. Y cuando lo hubo, era para desautorizarlo. Pero las cosas estaban cambiando. Ningún político se atrevía ya a hablar en contra del movimiento de los «indignados».


“El miércoles cayó una tromba de agua tremenda. Pensé que eso disolvería las protestas. Me imaginé a los políticos bailando la danza de la lluvia. Me dio rabia que tuvieran tanta suerte. En Sol, por la tarde, sólo había cuatro gatos calados. La policía aprovechó para colocar vallas frente a la sede del Gobierno de la Comunidad de Madrid y tomar posiciones.


“El viernes el ambiente era increíble. Habían comenzado a publicarse las propuestas de los indignados por internet. Recuerdo que hasta la corriente de jóvenes del PSOE las publicó en su página oficial hasta que fueron desautorizados por el partido y eliminadas del servidor. Durante el día se podía pasar por la plaza: había mucho interés por divulgar lo que ahí se hacía a periodistas y transeúntes. Daban agua, bocadillos, naranjas.


“Por la noche se llenó la plaza y las calles aledañas. Fue especialmente significativo el momento de las doce de la noche: el sábado era la jornada de reflexión y está prohibido cualquier tipo de manifestación política. La junta electoral había desautorizado la acampada y todo el mundo temía un desalojo. A las doce fue el grito del silencio: todo el mundo se sentó, se calló y se oyeron nítidas las doce campanadas. La policía no actuó.


“Pero lo verdaderamente significativo ocurrió el domingo con las elecciones. Y fue bastante revelador del hecho de que este movimiento que había logrado copar titulares y noticieros, había fracasado absolutamente a la hora de, cuando menos, fomentar un voto crítico. Sería labor de Sherlock Holmes detectar en los resultados electorales un indicio del efecto de aquella presuntamente incontenible marea de protesta.


“Desde ese día el movimiento ha quedado desarbolado. No he vuelto a pasar por Sol. Ha habido debates sobre qué hacer a continuación. No se sabe qué pasará de cara a las elecciones generales: si morirá víctima del mazazo del día 22 o si resurgirá. Se ha propuesto que los debates se descentralicen hacia mesas de barrio en las que se discutan ideas. Pero no se sabe qué puede pasar.


“Yo diría que acabará no pasando nada. El mensaje es vago y el movimiento es extraparlamentario por naturaleza. Ningún partido político, mejor dicho, ninguno de los dos partidos políticos, van a hacer suyas las propuestas. Que, por otra parte, tú podrás valorar mejor que yo.


“Hace precisamente 80 años, un 14 de abril, unas elecciones municipales acabaron con la monarquía, trajeron una nueva constitución y una breve primavera saludada por la multitud en Sol. Hoy, unas elecciones municipales han acabado con la breve ilusión…”


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