Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

El calentamiento global es cosa seria

La que no es seria es nuestra respuesta a este desafío global.

Con una sola mirada al mapa de eventos climáticos extremos, uno se dará cuenta al instante de la gravedad del calentamiento global. La alteración del entorno natural, causada por el ser humano, ha sido devastadora. Lo único que nos permite continuar con nuestro insostenible modo de vida es sentir sólo ocasionalmente el efecto destructor de nuestros propios actos.

Cambio observado en la temperatura de la superficie de la tierra 1901-2012

Suponemos que, como seres humanos, tenemos una capacidad de previsión que los demás animales no tienen. En la práctica, este sentido de previsión ha sido subordinado a la ambición desmedida. Nuestras economías responden únicamente a mensajes codificados en dinero. Desafortunadamente, ni las generaciones futuras ni nuestros otros congéneros vivos, llamados animales, tienen la capacidad de enviar esas señales. Por eso, las economías no responden adecuadamente al desafío del calentamiento global. En todo el mundo, le seguimos mamando gallo. El tema es que esta falta de seriedad nos pasará factura de cobro más tarde o más temprano.

En este país, donde se asume responsabilidad sólo de palabra, el compromiso del gobierno colombiano con la reducción de emisión de gases de efecto invernadero ha sido bastante modesto. Con excepción de Guyana, Surinam y Venezuela, todos los países del continente americano han publicado el compromiso que están dispuestos a asumir en la materia. Se trata de una iniciativa de cara a la Cumbre del Clima que se realizará en París este diciembre. Colombia se puso una meta del 20%, superior a la de Argentina (15%), pero considerablemente inferior a la Brazil (37%), Chile y Perú (30%). La contribución propuesta por cada país puede ser vista en este mapa.

Si se mira en detalle, la contribución colombiana es, en realidad, una contribución negativa. Nuestra “prosperidad” ha dependido de que otros países consuman los recursos de energía de origen fósil extraídos de nuestro territorio. El petróleo (crudo y refinado) y el carbón pasaron de ser el 27% de nuestras exportaciones en el año 1995 al 66% en el 2013.

La adicción al extractivismo alcanzó su punto más alto con la reducción de los precios del petróleo. Para compensar por esta baja de precios, los dirigentes de este país han ablandado los requisitos para obtener licencias ambientales para proyectos mineros. Para crecer económicamente, no importa si ese crecimiento no es sostenible, nuestros dirigentes le han dado su bendición a la minería. Que le pongan el adjetivo “responsable” no cambia mucho la destrucción que causa esta actividad.

En otros lugares del mundo, la gente no es tan insensible como aquí. Y, si sólo respondemos a lo que digan los precios de las cosas, esos precios nos harán saber que nuestra prosperidad tiene unas bases muy flojas. Ya hay en curso varias iniciativas en el mundo para que la gente se comprometa a no hacer inversiones en empresas dedicadas a la explotación del petróleo y del carbón. Ecopetrol figura en el modesto trigésimo lugar (30) en el índice de las empresas productoras de petróleo y gas, responsables de emitir dióxido de carbono. No obstante, el sólo hecho de estar ahí incluida debería hacernos pensar en lo que va a suceder con nuestra economía con el cumplimiento global de las metas de reducción de emisión de gases de efecto invernadero.

Otro tanto sucederá con el carbón y al gas. La necesidad de encontrar alternativas limpias a estas dos fuentes de energía ha sido planteada nada más y nada menos que por las 10 empresas productoras de petróleo y gas más grandes del mundo. Si con estos campanazos no despertamos, ¿con qué entonces?

Durante el último mes se han llenado las salas de cine donde se proyecta el documental Colombia: Magia Salvaje. En mi opinión, este documental tiene un libreto terrible y una locución aun peor: al enfatizarlo todo, Julio Sánchez Cristo le quita fuerza a todos sus énfasis. Sin embargo, de cada sala de cine sale una persona conmovida por la belleza de nuestro entorno natural y quizá dispuesta a defenderlo de la codicia que lo destruye. Es sólo cuestión de tiempo para que esa disposición se traduzca en voluntad política efectiva, esto es, en factura de cobro a todos aquellos que quieren sacrificar la riqueza del mundo natural en aras de la riqueza artificial de nuestra economía.

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