Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

Después de un plebsicito indecisivo, ¿otro Frente Nacional?

Para salir de una crisis que él mismo provocó, el Presidente Santos procura ahora construir una especie de Frente Nacional. La solución propuesta se basa en el modelo del Pacto de la Moncloa. El modelo, sin embargo, tiene dos graves problemas, que ilustro a continuación. Sin una fuerte movilización social, al final del día podremos decir, “Hemos trabajado tanto para que no cambiara nada.”

La jornada del 2 de octubre en Colombia puede ser caracterizada como la de un Plebiscito indecisivo. Me recuerda los numerosos referendos que se celebraron en Grecia durante el Siglo XX acerca de la forma del estado, si monárquico o republicano, en 1920, 1924, 1935, 1946, 1973 y 1974. Mal haríamos nosotros en dilapidar cuatro años de negociaciones para ponerle fin a 50 años de conflicto armado y ponernos de frente a la perspectiva, nada halagüeña, de otros 50 años de indecisión.

Para evitar una situación semejante, de manera pragmática el Presidente Santos convocó a todas las fuerzas políticas a un proceso de diálogo con el fin “de determinar el camino a seguir.” La fórmula propuesta por el Presidente podría ser comparada a la invitación que, en 1977, el Gobierno español le hizo a las fuerzas políticas moderadas a llegar a un gran acuerdo político y económico, con el fin de consolidar la transición de la dictadura a la democracia. El acuerdo logrado se conoce como el “Pacto de la Moncloa”.

Uno podría decir que ese Pacto fue una especie de Frente Nacional. El Presidente nos ha anunciado su intención de alcanzar pues un acuerdo de este tipo y algunos analistas creen que esa es la solución que deberíamos apoyar los ciudadanos ordinarios. Yo, sin embargo, le veo dos gravísimos problemas a esta “solución”, por la cual la rechazo vehementemente.

Si bien el expresidente Uribe envió un mensaje aparentemente moderado en el que pidió que “no haya violencia, protección para las FARC y que cesen todos los delitos», encuentro bastante difícil creer en su moderación. Sus propuestas con respecto a temas tales como la justicia transicional o la participación política de las FARC, su insistencia en la delirante idea de que el país podría caer en manos de un supuesto castro-chavismo, son todas indicaciones de que su actitud podrían dar al traste con todo lo negociado hasta ahora.

En un libro recientemente publicado, Relatos clandestinos de una guerra que se acaba, el periodista Hernando Corral da un contundente testimonio de la obcecación del líder del Centro Democrático. Escribe Corral, “A propósito del expresidente Uribe, y aprovechando que lo conozco desde hace muchos años por su actividad periodística, le insistí en varias oportunidades que se reuniera con el general Mora Rangel para que él le pudiera contar en detalle y de manera privada el contenido de las negociaciones, pero el expresidente siempre me respondió que él no estaba de acuerdo con que los militares estuvieran negociando con los terroristas.”

Desde luego, si el expresidente Uribe hubiera cambiado de actitud, entonces podríamos estar en condiciones de afianzar el proceso de paz con las FARC y, de ese modo, cerrar uno de los capítulos más oscuros de nuestra historia. Más probable es que él o su delegado concurra a la cita con las demás fuerzas políticas con una actitud pacifista, pero sólo de labios para afuera. En el pasado, no sobra insistir en ello, el líder del Centro Democrático recurrió a la táctica de presentar propuestas difíciles de ignorar, pero imposibles de poner en práctica, destinadas a enredar la negociación, no a hacerla prosperar.

Para que el Pacto de la Moncloa pudiese ser firmado fue necesario que todas las partes adoptaran una actitud moderada. Esa actitud es precisamente la que no se le ha visto al expresidente Uribe. Si el Centro Democrático no modera en la práctica sus posiciones, ¿querría decir que el país se tendría que resignar a otros 50 años de guerra? En ausencia de uno de los supuestos que explican el éxito del Pacto de la Moncloa, la moderación de todas las partes, es preciso buscar otro modelo alternativo.

La búsqueda de ese modelo alternativo es incluso más necesaria por la segunda falla de la “solución” propuesta por el Presidente. El Presidente Santos ha convocado de nuevo a la clase política y únicamente a la clase política, una que no representa ni siquiera a la mitad del país, a trabajar en la confección de un nuevo acuerdo político para ponerle fin a la confrontación armada. Con excepción del Centro Democrático, la clase política convocada por el Presidente es la misma que se tomó la foto en todos los eventos oficiales de campaña del Sí del Plebiscito, pero que en la práctica apenas si se movió para que el Sí ganara. Peor aun, esa clase política espantó a muchos votantes, quienes vieron en los defensores de los acuerdos de paz a los mismos con las mismas.

El Pacto de la Moncloa, por el contrario, fue suscrito por fuerzas que aglutinaban a la mayoría de ciudadanos españoles, gente que de derecha a izquierda se había convencido de la necesidad de una apertura democrática en la que cupieran todos. En ausencia de partidos con fuertes lazos con la sociedad civil, el Presidente haría bien en suplir el actual déficit de representatividad invitando a un amplio espectro de figuras sociales a la construcción del nuevo acuerdo político. Esas figuras podrían incluir tanto a constructores de paz con una trayectoria ampliamente reconocida, como el Padre Francisco de Roux, representantes de víctimas del conflicto armado, antiguos desmovilizados, hasta líderes de gremios y sindicatos.

El punto es que, sin una fuerte presión social, el Presidente no va a convocar a nadie más que a la clase política y sólo a la clase política. Así que creo que, en este escenario, quienes votamos por el Sí en el Plebiscito tenemos la responsabilidad histórica de demostrar públicamente, en el mundo virtual y en el mundo real, nuestra convicción de que el país debe avanzar hacia una solución pacífica de nuestros conflictos y de que esa solución debe construirse de la manera más amplia posible.

Si el Presidente Santos le hubiese entregado el liderazgo de la campaña del Sí a líderes sociales no asociados con la clase política, habría contribuido a generar un resultado político en las elecciones legislativas y presidenciales de 2018 adverso para los partidos tradicionales. Independientes de su tutela, los ciudadanos ordinarios nos habríamos tomado la confianza suficiente para arrebatarle muchas curules a las maquinarias. César Gaviria, con buen olfato, entendió que el Plebiscito era una oportunidad para relegitimar a la clase política y para armar el tinglado para la próxima contienda electoral. No era pues una oportunidad que pudiese quedar en manos de gente por fuera de la clase política.

Precisamente por todo lo que está en juego, quienes votamos que Sí en el Plebiscito deberíamos movilizarnos para afirmar nuestro rol en el proceso de paz. El ímpetu participativo que se despertó con el Plebiscito debería ser capitalizado en términos de una cuenta de cobro a la clase política y en una impugnación de los métodos de los defensores del No, esto es, en un rechazo a la manipulación y la desinformación a la que recurrieron para ganar adeptos.

Esta reafirmación del Sí ha de tener la virtud de compensar fuera del escenario de negociación de las fuerzas políticas la debilidad con la cual concurrieron a la cita histórica para darle un cierre al conflicto con las FARC. Sin esa movilización en la calle y en las redes, los del No podrán creerse el cuento de que han ganado, a sabiendas de que ellos mismos estaban dispuestos a impugnar cualquier victoria del Sí como amañada y fraudulenta.

Si en esta hora nos gana la tristeza y el desaliento, entonces que sigan los mismos con las mismas, con su canapé republicano, sus acuerdos entre caballeros, su tufillo oligárquico y su cohorte de advenedizos y de oportunistas, su modelo extractivista y rentista, su cultura de adorno y su gusto por los caballos y las caballerizas.

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