Bernardo Congote

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Un niño que «no joda»

En la antesala del consultorio de una sicóloga me encuentro con una joven madre. Descubro que trato con la misma terapeuta que atiende a su hijo de 9 años. ¿Qué ocurre con su hijo? Le pregunto. Lo remitieron del colegio a terapia. “No se lo soportan”. ¿Y tiene alguna genialidad? Le repregunto. Sí. La pintura. El papel, los pinceles, los colores mueven su vida.

Ahora entiendo al niño, le respondí a la mamá. Un niño con una vocación germinando no puede soportar la trágica escuela criolla. Y, peor, si esa escuela es de las que cobran un bono de 40 millones y enseña inglés. ¡Ahí es Troya! El niño es quien no se soporta al colegio. Pero el colegio lo envía a terapia porque no se soporta al niño. ¿Quién tiene la razón?

¡El colegio! A nuestras enanas escuelas les queda grande educar niños libres. Niños apasionados. Niños sin cadenas. Niños con dios interior. Ellas cobran millones de pesos a padres que los pagan (¡Ojo! ) a condición de que sean niños “que no jodan”. De que sean robóticos. Estáticos. Sumisos. Y de que, por tanto, aprendan a rezar, canten el himno nacional y respondan bien las pruebas PISA.

La madre me escucha y asiente con la cabeza. Y le pregunto:¿Por qué Usted no se para en la asamblea de padres y protesta? Hace silencio. Me atrevo a decirle que intuyo su respuesta: a ciertos padres, que pagan ciertos bonos en ciertas escuelas, les gusta que aconducten a sus hijos. Que los normalicen. Estos padres tampoco aman un hijo apasionado.

No soportan a un hijo inquieto. A un hijo que “joda”. Sus ocupaciones no se los permiten. ¿Un padre tiene alguna otra mejor ocupación que educar? Sí. Competir en sus micro grupos sociales. Sacar pecho diciéndole a su colega, whisky en mano, que paga 40 millones por un bono escolar. Y que le enseñan inglés. A este individuo le importa un comino que en su hijo se halle la semilla de un Gauguin o un Van Gogh. Es peor. No sabe quiénes son.

Este padre o madre de familia, por supuesto no protesta en una escuela que ha elegido para que le ayude a compensar sus frustraciones. Y pasa por alto que esa escuela exija niños “normales” porque éstos son los que obtienen puntajes mediante los cuales el Ministerio les permite subir la matrícula. Así es. El Estado incentiva la violación intelectual de los niños jodones.

¡Eureka! Lo hemos hallado. Padres que aceptan frustrar a sus hijos para mostrar que estudian sí sé dónde a sí sé qué precios para aprender sí qué naderías. Escuelas que violan intelectualmente a sus menores de edad para subir, cada año, el precio de sus matrículas y bonos. ¡Ah! Y ministras de educación que sueñan también, y muy cristianamente, con hijos que “no jodan”.

Estos son los personajes de la tragicomedia. Padres, docentes y burócratas que víctimas de su invento cargan, llorando, el féretro de sus alumnos suicidas. Cavan la fosa de sus niños para, luego, hacerse fotografiar hipócritamente compungidos por su dolorosa pérdida camino al cementerio.

¡Qué asco! ¡Qué patético nihilismo! ¡Qué plena expresión de la doble moral cristiana!

Congótica. En ciertas familias y escuelas, se cuecen las habas de la tragedia suicida. Cocidas, por supuesto, en el horno de religiones que trastocan la muerte en salvación.

Congótica 2. Un padre o maestro de un estudiante suicida, tiene el perdón de su dios. ¡Aumenta el número de habitantes del cielo! ¡Niños violados intelectualmente!

Congótica 3. La educación no “se volvió” negocio. La volvieron negocio padres, educadores y burócratas víctimas de una escala de valores trastocada.

 

Bernardo Congote es profesor universitario colombiano,  miembro del Consejo Internacional de la Fundación Federalismo y Libertad (FYL-Argentina)(www.federalismoylibertad.org) y autor de <<La Iglesia (agazapada) en la violencia política>> (www.amazon.com)

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