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Transición

El Caminante
El Caminante

Fernando Araújo Vélez (*)

Por aquellos días de transición, una noche se aparecían los grises por el centro y lo volteaban todo, lanzaban pelotas de goma por las calles empedradas y se metían en los bares para reventar con sus bayonetas a cualquiera que fuera sospechoso según sus códigos, los pelilargos, los de jeans rotos, los que no se afeitaban, los que iban de tenis, los que tomaban vino barato y fumaban cigarros sin filtro, todos y ellas.

Otra noche surgía como entre brumas una procesión con la Virgen en un altar andante y cientos de rezadores con sus rosarios y plegarias detrás. “España, camisa blanca de mi esperanza”, murmuraban, indiferentes a la ira de quienes se apostaban a lado y lado de la calle y mostraban, soberbios, desafiantes, la bandera de Euskadi como antídoto contra esa España que ellos pregonaban y que Franco había querido universalizar. “España, camisa blanca de mi esperanza”, subían la voz entonces aquellos templarios versión 1979, soberbios y desafiantes también, convencidos de que Dios, Franco, las armas, Escribá de Balaguer, la Virgen y la patria eran la única opción de futuro en un mundo que había caído rendido a la tentación de la libertad. Porque la libertad era pecado, decían, y el pecado merecía una condena eterna, miles de millones de años en el infierno por un minuto de libertad.

“España, camisa blanca de mi esperanza”, cantaba un borracho, presente y ausente al mismo tiempo, enamorado y desengañado de la vida, eufórico y deprimido, porque España, su España, era presencia y ausencia y amor y vida y desengaño y dolor y frustración, todo a la vez, pero todo difuso, confuso, sin principio ni final, como el canto de los feligreses que no terminaba jamás e incluso acallaba su canto.

Tal vez por eso bebía todos los días, para no entender o para entender demasiado. Tal vez, por eso, su hora preferida para embriagarse era después de las siete de la noche, cuando aparecían los grises y lo volteaban todo, y luego surgía la procesión de la Virgen con su canto y los pamplonicas de a pie sacaban sus banderas verdes, rojas y blancas de Euskadi. Todo aquello era España, “España camisa blanca de mi esperanza”.

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(*) Periodista, escritor y editor de El Magazín online y de la sección de cultura del periódico El Espectador. Además, tiene a su cargo la edición de los Lunes Festivos

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