Ese extraño oficio llamado Diplomacia

Publicado el Asociación Diplomática y Consular de Colombia

EL HOMBRE CASI INVISIBLE*

Hay una persona en el origen de esta historia. Mientras lees, lo olvidas. Para ti no es más que una historia. Para ti no hay una persona sino un personaje. En el momento en que empiezo a escribir, esa persona se va transformando. Primero le doy un nombre que no es suyo, un nombre cualquiera. Así, despojado de su nombre, empieza a dejar de ser un ser tangible, de piel y hueso, y empieza a ser un símbolo. Mientras tú lees sobre el símbolo, esperando que sea por lo menos interesante, yo sigo pensando en la persona detrás de ese símbolo.
Diré que se llama Lucrecio y que la historia empieza con Lucrecio caminando por las calles de una pequeña ciudad. Sucio de sangre, con los labios hinchados, con los brazos cortados, con el cuerpo golpeado, con la mente ausente y el alma rota, caminaba Lucrecio por las calles de una pequeña ciudad mientras lloraba.
Hay otra persona en esta historia. En realidad, hay muchas, pero hablo de esta persona porque ha sido más persona que casi todas las otras personas de la historia.
Digamos que la segunda persona se llama Camilo. A Camilo, por supuesto, también lo convertiremos en símbolo para que quepa en la historia. No podemos presentar a Camilo por completo, con todos los días que ha vivido, con todos los pasos, los sueños, las memorias, los silencios, las mentiras, las esperanzas y los miedos que arman a Camilo. Así que prescindiremos de lo que es y nos quedaremos solo con un reflejo de lo que podría ser él.
Ese es el oficio de la literatura: llevar la vida a la palabra. Convertir lo infinito en finito. Descubrir los símbolos ocultos entre las innumerables cosas del universo, tal vez crear esos símbolos usando la vida como materia prima.
Camilo tiene unos veintitantos. Nunca pierde la oportunidad de hablar con entusiasmo de su esposa embarazada de nueve meses. Espera un hijo o una hija (aún no lo sabe) en cualquier momento. Por eso trabaja en lo que pueda: atender un local en donde venden ropa de imitación, pintar casas, vender caramelos en la calle, rogar a funcionarios para que le ayuden a sobrevivir en una tierra que no es suya.
En uno de esos ruegos fue que Camilo conoció a Lucrecio. Los dos habían huido de la misma tierra con el mismo miedo y por la misma violencia. Cada uno por su lado, cada uno con su historia; pero los dos se encontraron por primera vez en la sala de espera de una de esas instituciones a donde la gente llega cuando su vida ha acabado y necesitan ayuda para hacer una nueva.
Lucrecio, en palabras de alguien que sabe de estas cosas, tiene la mente de un niño. No es fácil hablar con él. Se distrae, responde cosas extrañas, no es consciente de las situaciones, y no confía en las personas.
Camilo tiene una mente despierta, rápida, muchas veces incisiva. Parece extraño que Camilo buscara y alentara la amistad con Lucrecio. Camilo lo resuelve diciendo que los dos son de la misma tierra y han pasado las mismas cosas por lo que deben estar unidos.
Cuando conocí a Lucrecio, estaba completamente ausente. Se dejaba llevar de aquí para allá sin oponer resistencia con la mirada fija en ninguna parte. A veces empezaba a caminar lentamente en alguna dirección aleatoria y se quedaba quieto cuando alguien lo sujetaba. La única muestra de humanidad que presentó ocurrió mientras yo intentaba tomarle sus huellas digitales y él, mirando fijamente la mesa, empezó a llorar sin decir nada.
Camilo dice que se encontraba con frecuencia con Lucrecio por las calles de la pequeña ciudad de esta historia. Lucrecio se había dedicado casi exclusivamente a vender caramelos y Camilo conocía los lugares que frecuentaba por lo que no era difícil encontrarlo para preguntarle cómo estaba. A veces se quedaba sin dinero para nuevos caramelos. Entre todos le ayudaban. Lucrecio hacía chistes incomprensibles y se reía a carcajadas.
Lucrecio andaba siempre con un morral. Tenía unas chancletas y un par de tenis “originales de marca” que eran su orgullo. Fue todo lo que alcanzó a llevar en su huida de la violencia. Se esforzaba por estar siempre con el corte de cabello de moda y usar bermudas y camisas de vistosos colores. Pasaba las noches en un pequeño hostal en un pueblo aledaño y todos los días viajaba a trabajar a la ciudad.
Camilo lo vio caminando sucio y ensangrentado junto a un parque. Camilo estaba con dos amigos, hermanos entre sí. Les preguntó si ese era Lucrecio, ellos no lo reconocieron. Lo que veían era un tipo descalzo, sin camisa, caminando a tropezones. Nada de lo cual parecía tener relación con Lucrecio. Cuando se acercaron notaron que era él a pesar de los labios hinchados.
Le gritaron a Lucrecio “¿Todo bien?”. Lucrecio levantó los pulgares de las dos manos e hizo una mueca que intentaba ser una sonrisa. Un carro pasó junto a él y le hizo el mismo gesto a la gente que iba en el carro, le hizo el mismo gesto a la gente que caminaba cerca de él. Parecía querer mostrarle al mundo que todo estaba bien.
Alguien había contado de unos muchachos que llegaron a pedir ayuda, uno de ellos le pareció borracho o drogado, y había estado en alguna especie pelea. Como es comprensible, se asustó con semejante grupo y se deshizo de ellos tan pronto como pudo. Alguien más habló de una nota de prensa en la que decían que un muchacho había sido asaltado, golpeado y probablemente violado.
Lucrecio se había desconectado de la realidad. Camilo y los hermanos le preguntaban qué había pasado pero él no contestaba nada. Lloraba y pedía que no lo golpearan.
“No se atreva a comparar a mi hijo con él”, le dijo una funcionaria a Camilo cuando llevó a Lucrecio para que le proporcionaran alguna ayuda. Ya llevaban varios días en un viacrucis por diferentes entidades sin saber qué hacer. Cuando la funcionaria lo rechazó, Camilo le pidió que pensara qué pasaría si un hijo de ella estuviera en la misma situación de Lucrecio. Los echaron de la Institución.
La prensa, como siempre ávida de escándalo, publicó la fotografía de Lucrecio golpeado, sucio y semidesnudo en el parque en el que lo encontraron Camilo y los hermanos. Cuando lo encontraron y se acercaron a ayudarlo, toda esa gente que lo había estado ignorando, se acercó a curiosear. Alguien llamó a la policía. Los curiosos tomaron fotos que luego aparecieron en el periódico junto con una versión de la historia que ningún periodista se tomó el trabajo de verificar. Bastaron las fotos de celular y los chismes de oídas. La policía llegó, tomó unos datos, se fue.
Lucrecio tiene antecedentes psiquiátricos. Padece de esquizofrenia diagnosticada y ha estado muchas veces en tratamiento. Tratamiento que fue suspendido cuando miembros de su familia con los que vivía fueron asesinados y le dijeron que mejor se fuera lejos, muy lejos.
¿Podrá contar Lucrecio su historia en forma clara y concisa para que alguna autoridad lo escuche? ¿Podrá hilvanar un hilo narrativo convincente? ¿O solo podrá comunicar las percepciones imprecisas y distorsionadas de alguien con su condición? ¿Alguien más astuto, con una mentira elaborada, sería más creíble que alguien con una verdad sin elaborar?
Ese también es el oficio de la literatura: elaborar la verdad hasta que sea una mentira y elaborar mentiras que digan la verdad.
Camilo logró que el hospital aceptara a Lucrecio después de varios días de darle comida y tenerlo en un hostal en compañía de él o alguno de los hermanos. Hay cosas que cuenta Camilo de esas noches en que Lucrecio se despertaba asustado y decía unas cosas que arrugan el alma.
Después de unas horas, echaron a Lucrecio del hospital. Cuando Camilo se enteró, salió a buscarlo por las calles con los hermanos y otros amigos que ayudaron a caminar las calles una y otra vez hasta encontrarlo. Lo llevaron alzado hasta una entidad para pedir ayuda y un funcionario de esa entidad logró que lo admitieran de nuevo en el hospital.
Unas horas después, ese mismo funcionario llamaba a Camilo a decirle que tenía que retirar a Lucrecio porque le habían dado de alta. Camilo no entendía lo que pasaba. ¿Cómo era posible que fuera él quien tuviera que hacerse cargo? Él, que no tenía ni con qué pagar el arriendo. Él, que no trabajaba asistiendo a personas en esa situación y que, de hecho, ya había pasado varios días sin trabajar ayudando a Lucrecio. Lo cual, para una persona que vive de lo que trabaja en el día, es un esfuerzo descomunal.
Por esas ventajas de las redes sociales, una mujer pidió ayuda para que Lucrecio regresara a su tierra. Le pidieron a Camilo que pusiera una denuncia por los hechos. Él ya había hecho la denuncia, pero no había rastro de ella. Un recorte del periódico en el que aparecía Lucrecio decía que la policía había estado presente, así que debía haber un informe del hecho. No había informe.
Al final del día apareció mágicamente el informe de la policía y el registro de la primera denuncia que había hecho Camilo. ¿Por qué sería? ¿Importó más la indignación de unos que de otros?
Al día siguiente, la misma funcionaria que había pedido que no compararan a Lucrecio con su hijo, se lo había llevado temprano. Parecía sumamente interesada en el caso. Ahora un séquito de funcionarios trataba de acapararlo. Parece que no está mal salir en el periódico.
¿Quién era en realidad Lucrecio? ¿En dónde ocurrió esto? ¿En realidad ocurrió? ¿Ocurren cosas así? Tal vez el oficio de la literatura no solo es convertir la realidad en símbolo, sino convertir los símbolos en realidad. Quiero decir que, mientras escribo esto, lo hago con la tonta esperanza de que estas palabras alguna vez nos hagan entender el mundo de otra manera; y que el símbolo de Lucrecio y Camilo nos lleven a cambiar la forma en que actuamos.
Lucrecio regresó a su tierra a recuperarse. Corre riesgo, claro, allí la muerte lo acecha, en donde estaba, lo acechaba la indiferencia.
Camilo espera que llegue su bebé. Le preocupa no tener un colchón para recibirlo. Lo perdió en las mismas inundaciones en que perdió su casa un gato que conocí.

*Carlos Arturo García Bonilla. Ingeniero de la Universidad Industrial de Santander con Maestría en Educación. Tercer Secretario de Relaciones Exteriores. Actualmente presta servicio en el Consulado de Colombia en Esmeraldas, Ecuador.

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