El Hilo de Ariadna

Publicado el Berta Lucia Estrada Estrada

ESPAÑA ENTRE DOS SIGLOS, DE ZULOAGA A PICASSO, DE 1890 A 1920

 Por Berta Lucía Estrada Estrada

aquelarre

El Aquelarre de Franciso de Goya

II PARTE

LA ESPAÑA BLANCA Y LA ESPAÑA NEGRA

En el año de 1898 el pintor Darío de Regoyos y el poeta belga Émile Verhaeren publicaron un libro titulado “España Negra” (editado por Pedro Ortega, Barcelona), el cual había sido escrito después de un viaje que hicieron los dos amigos a la España profunda, donde habían descubierto que la mayoría de sus habitantes vivían en condiciones miserables, como si en vez del siglo XIX fuese aún el Medioevo.

Pero hablemos primero de la España blanca, sin mácula, esa España de sueños y de gente sonriente, como si la miseria no existiese o al menos fuese llevadera al punto de poderla ignorar; y en ese caso el pintor que mejor la representa es Joaquín Sorolla y Bastida (1861-1923); tal vez el pintor de esta época más conocido. Sus lienzos están llenos de luz, de esa luz mediterránea que enceguece, que aviva los colores y que impregna paisajes, personas, casas, objetos, de una alegría que no tenía precedentes en la pintura española. Sus personajes, aún cuando pinta trabajadoras de viñas o pescadores, son personajes tranquilos, como si en sus vidas no hubiesen cataclismos interiores y como si la mesa estuviese siempre bien servida, con un buen pan, un buen vino y un suculento jamón serrano. Y si bien la maestría de Sorolla es incuestionable, al igual que la belleza de sus pinturas; prefiero esa España negra y dolorosa de Nonell, al cual me referiré más tarde.

Pero antes quisiera hacer alusión a Ramón Casas i Carbó (1866-1932) y su cuadro titulado “La Madeleine”, también conocido con el nombre de “El Molino de la Galette” (1892) y en el cual representó, de manera magistral, el tema de la soledad. La modelo se llamaba Madeleine Boisguillaume y había también posado para ese gran pintor de los desheredados, del pueblo trabajador, de las prostitutas del París de finales del siglo XIX, Henry de Toulouse-Lautrec (1864-1901). En dicha pintura observamos a una hermosa mujer sentada en el bar del Moulin de la Galette, en Montmartre. La acompañan  un vaso de cerveza y un cigarro. Su mirada refleja una tristeza profunda, como si a pesar de su escasa edad hubiese recorrido siglos de pesadumbre y abandono; como si ese pasado solitario y doloroso le impidiera algún día ver la luz. “La Madeleine”, me hace pensar en esa otra obra de arte extraordinaria “El ajenjo” (1876) de Edgard Degas (1834-1917).

Madeleine

                         Ajenjo                                                          

En él, si bien la mujer está acompañada por un hombre, el espectador es testigo de la profunda incomunicación que hay entre ellos dos; la mujer está ineluctablemente sola, como la Madeleine. Y si bien el cuadro de «La Madeleine» es una verdadera obra de arte, vale la pena tener en cuenta que Casas i Carbó era un gran misógino. En “Una joven decadente” (1899), se observa a una mujer con un libro en la mano, cuya lectura la ha dejado exhausta. En este caso el artista hacía eco de los postulados machistas que estaban en boga y que trataban de impedir a cualquier precio la instrucción de las mujeres.

La decadenteStefan Bollmann, en su libro “Las mujeres que leen son peligrosas”, relata como un librero suizo, del siglo XIX y de apellido Heinzmann, consideraba que después de la Revolución Francesa, la manía de leer novelas era la segunda plaga de la época. Incluso algunos intelectuales racionalistas consideraban que la lectura dañaba a la sociedad. Y cita, igualmente, al pedagogo Karl G. Bauer, quien en 1791, escribía: “La falta total de movimiento corporal en el momento de la lectura, unida a las diversas ideas y sensaciones violentas que emanan de ella, no pueden sino conducir a la somnolencia, al atascamiento, a la inflamación del vientre y a la oclusión intestinal; produciendo una incidencia real, como ya se sabe, en la salud sexual de uno u otro género, pero sobre todo en el género femenino”. En otras palabras la mujer debía seguir ese postulado mariano de sumisión, obediencia, recato, silencio, prudencia. Es decir, todos los elementos que le garantizan al hombre el control absoluto de la mujer y que no quebrantan el orden social establecido por la sociedad patriarcal.

LA ESPAÑA NEGRA

Por su parte Isidre Nonell (1873-1911) representa la España negra, esa que hizo exclamar  a Miguel de Unamuno (1864-1936): “me duele España” o al pintor Darío de Regoyos “por lo mismo que España es triste, España es hermosa”. Es esa tristeza profunda que Nonell nos invita a contemplar.  Y aunque la pintura de Sorolla es hermosa en todo el sentido de la palabra, es el otro lado del prisma el que me atrae. No en vano siempre me ha gustado más la serie del aquelarre, de Goya -creada para la intimidad de su Quinta del Sordo, entre los años 1819 y 1823, cuando él era poco menos que un paria-, que su Maja vestida o su Maja desnuda. Por la misma razón me gusta época azul de Picasso,  el autorretrato que hizo luego de conocer el suicidio de su entrañable amigo Casagemas o el cuadro que pintó sobre su entierro. Y es que siempre he creído que la verdadera fuente de creación está en el dolor, en la angustia, en el desamparo, en la soledad, en los temas metafísicos que nos hacen tambalear como permanentes funámbulos en la pértiga donde el vacío nos hace señas, nos llama a gritos para que nos arrojemos en sus fauces.

Los paisajes idílicos, pastoriles, de esa Arcadia perdida que buscaba Antoine Watteau, en su célebre cuadro “Peregrinación a la Isla de Citera” (1718), no me hacen vibrar; aunque no deje de reconocer su maestría a la hora de pintar y la belleza del lienzo en cuestión.

citera 2

Son los temas que desenmascaran la miseria humana, como los de Isidre Nonell, y que muestran el dolor en toda su dimensión, o de forma velada, que me tocan las fibras más profundas y que me conectan a la realidad, a la historia de la Colombia devastada por la violencia; no sólo por la guerra fratricida en la que estamos inmersos desde hace décadas, sino a la violencia intrafamiliar, política, religiosa, al fanatismo que tanto daño nos hace y que carcome día a día los principios éticos más elementales.

Isidre Nonell nos pone delante la precariedad de la existencia, por lo que al observar sus cuadros sabemos que no podemos escapar a su aspecto efímero; muy diferente a la idea de lo eterno e inmutable de la religión cristiana y a las fiestas galantes de Watteau. Sus mujeres, a veces siniestras, como los cuadros “Dos gitanas” (1903) o “La paloma” (1904),

dos gitanas Nonell

                                   La Paloma Nonell

 nos muestran una España desnuda, llena de miedos atávicos y atravesada por una miseria tan profunda que impedía a la mayor parte de su población respirar tranquilamente; como si el aire también fuese pagado con duros impuestos. En otras palabras Nonell pintó la España real, la que se escondía detrás de ese sol enceguecedor del Mediterráneo, o detrás de las castañuelas o de la arena de los toros. Una España que comienza a parecerse dramáticamente a la de hoy en día.

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Adenda: Es inaudito que el «Bolillo Gómez», después de haber golpeado a una mujer, trate ahora de mostrarse como una víctima de la sociedad, de las feministas y de los medios; al decir, con lágrimas, que su vida es un infierno. Cabe recordar que el supuesto infierno, en el que dice vivir, fue él solo quien se lo buscó. Su comportamiento violento es un indicador del machismo, que aunque no quiera reconocerlo, está inmerso en él como en la gran mayoría de la población colombiana. Es importante que entendamos que la violencia de género es un delito de lesa humanidad y que buscar excusas, en el exceso de tragos y de medicamentos, no lo hace menos terrible; por el contrario acentúa aún más su peligrosa connotación machista y patriarcal.

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